EL MUNDO › OPINION

Berlusconi y la historia argentina

 Por Rocco Carbone *

La geometría es una ciencia que sabe ser irónica: imposible entender, de otro modo, que lo agudo no se equivalga con lo obtuso. Esta misma ironía se vuelve patente en el comportamiento del presidente del Consejo de Ministros de mi país. Luego del deplorable “chiste negro” acerca de los vuelos de la muerte y de las agudas ironías geométricas sobre los desaparecidos, Berlusconi vuelve a la carga con un decreto de necesidad y urgencia. Patrullas populares. O rondas. De justicieros. City angels, informa La Nación (23.II), que al pasear sin armas (“celulares y radiotransmisores”, dice la corresponsal mitrista; bastones o cadenas, me escribe un amigo desde Roma) por las calles citadinas ofrezcan su aporte para mejorar la seguridad de las ciudades italianas. Y evitar así esos casos de violencia sexual perpetrados por un norafricano, un “tunecino que se encontraba ilegalmente en el país”, dos rumanos que abusaron de una chica “de sólo quince años”. Casos “que causaron gran conmoción” (La Nación, 23. II).

El matutino mitrista suele proporcionar lecturas edificantes –los subrayados de Viñas me lo corroboran– y efectivamente en su edición del domingo leía que la creación de dichas patrullas –integradas por “ex agentes de policía y militares jubilados”–, a raíz de los estupros perpetrados por el peligro embozado o por metecos irresponsables “recuerdan las del Far West”. A mí, muy al revés, me recuerdan otra cosa: políticas racistas frente a la inmigración. Criminalización de los inmigrantes.

Los ejercicios de literatura comparada implican siempre dos términos. Y si en el título digo Berlusconi, el cuerpo de este texto me reclama que establezca un segundo término de comparación. Y en la historia argentina (materia hacia la cual Berlusconi Silvio muestra evidentes entusiasmos) encuentro ejemplos que me permiten leer la realidad política de Italia. Entonces: 2009-1919, pongamos. Las fechas suelen delatar síntomas. De la Italia de Berlusconi a la Argentina de Yrigoyen. Patrullas populares (paradójicamente y no tanto) que en realidad son una fuerza parapolicial cuyo objetivo es reprimir con mayor eficiencia que la policía. Pero sobre todo con mayor impunidad. Guardia cívica que se ocupe de la defensa de los habitantes. Y restablezca el orden público cuando éste sea alterado por la concupiscencia de los feos advenedizos, extraños al país. Berlusconi bien podría bautizarla Liga Patriótica, como esa que en la Argentina presidía Manuel Carlés (Bossi Umberto, en su verosímil variante italiana) y en la que participaban el estanciero y bisabuelo de aquel nefasto personaje conocido como Martínez de Hoz (Tremonti Giulio, pongamos) o monseñor D’Andrea (cuya versión podría ser el revaticanizado obispo Williamson). Y si en la Argentina del poscentenario los integrantes de ese grupo provenían de las familias aseñoradas, católicas y de derecha de Barrio Norte –con su dios, familia, propiedad a manera de estandarte–, Berlusconi podría reclutar a los suyos entre los muchachotes sanos, enérgicos y xenófobos de la Lega Nord, deseosos de una reforma moral, de vigorizar los sentimientos esenciales del alma paduana y, ya que estamos, de convertirse en guardianes de una italianidad que se presume blanca y pura. Ya lo dijo Bruno Ballardini: Jesús lava más blanco. Casi como Suiza.

Hoy como ayer, el peligro que se corre es de índole trágica: allí tenemos la Semana de 1919 de testigo. La solución no es Guantánamo-Lampedusa, las guardias cívicas o las deportaciones de extracomunitarios como práctica frente a la crisis global, sino políticas sociales y proyectos de inclusión sin criminalizaciones ni políticas racistas. Y esta producción a hacer, con sagacidades, discusiones y otras paciencias, bien podría ser una labor para el centroizquierda italiano, tan distraído como confundido.

* Ensayista e investigador y docente de la Universidad Nacional de General Sarmiento.

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