Domingo, 5 de julio de 2009 | Hoy
EL MUNDO › ESCENARIO
Por Santiago O’Donnell
Fue el segundo, el instante, el chispazo, el último empujoncito, la última gota de coraje para desbordar el dique de su prudencia. “Héroe nacional.” General Romeo Vázquez Velásquez, héroe nacional de la República de Honduras.
Sólo él puede saberlo, pero es muy probable que el general haya terminado de convencerse de dar el golpe el viernes pasado, en el mismo momento en que escuchó, desde su butaca privilegiada en la tribuna del recinto, la votación del Congreso de Honduras que lo investía con semejante título honorario por negarse a cumplir una orden presidencial.
“Héroe nacional.” Qué importan los detalles. Es cierto, en esa misma votación los congresistas llegaban al absurdo de ordenarle a un presidente constitucional restituir en su cargo a un colaborador, a un subordinado que ese presidente acababa de echar, en este caso él, general Romeo Vázquez Velásquez.
Eso ya estaba hablado. El había sido muy claro al respecto esa misma mañana en la entrevista con Telesur. Una muy buena entrevista. El, general Romeo Vázquez Velásquez, humilde servidor, de fajina y gorrita, rodeado por su plana mayor al aire libre, en una base militar recostada sobre la ladera de la montaña, con las casas de Tegucigalpa como telón de fondo. Entonces tuvo que explicarle a Madelein –porque así llamaba a la periodista Madelein García– él, muy calmo, muy sencillo, muy profesional, tuvo que explicarle que así no se hacen las cosas en Honduras. Al jefe de las Fuerzas Armadas no lo pueden sacar así nomás, sin honores. Menos a él, que cumplió “muchas misiones”, todas las que le había encargado el presidente hasta ahora, y siempre con eficiencia y lealtad. La institución no puede aceptar semejante desprolijidad.
“No, sigo en funciones porque si bien el presidente ordenó mi relevo, tiene que haber una ceremonia en la cual el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas le traspasa el mando al nuevo Comandante en Jefe y entonces sí, el comandante relevado se retira sin ningún inconveniente. Pero aún no se ha hecho la ceremonia.”
Y él es un hombre de honor, Madelein, aunque no lo diga por pudor y recato. Por eso él, general Romeo Vázquez Velásquez, confiesa su pesar con tono intimista. “Y sí, Madelein, estoy un poco dolido. El presidente es un amigo personal y ha sido bueno con las fuerzas armadas, pero lamentablemente no pude encontrar la solución.”
Porque había un problema que había que solucionar, reconoció el general ante la pregunta de la periodista. “Un problema menor, nada grave”, aclaró el general un par de veces. Pero problema al fin. Resulta que él no había podido cumplir esa última orden que había recibido, la de organizar una consulta popular. Por razones legales, explicó el general. Había un inconveniente. Con todo el dolor del alma tuvo que informarle al presidente que no podía cumplir la orden.
El no sabía lo que iba a pasar con la consulta, le confió a Madelein. “El presidente tiene más información, pero contamos con nuestro aparato de Inteligencia y hemos planteado la pregunta para que averigüen.”
Eso sí: él, general Romeo Vázquez Velásquez, con el mayor profesionalismo, había hablado “con todos los sectores”. No para meterse en política, Madelein, sino para buscar una solución a la misión encomendada por el presidente, su amigo “Mel” Zelaya.
Y buscó y buscó, le dijo a la corresponsal de Telesur, pero esta vez no encontró la solución. Pero tranquila, Madelein. Acá no hay ni habrá golpe militar. Usted está hablando con un profesional. “Hemos estudiado, hemos estudiado mucho y nos hemos actualizado. Sabemos que el paradigma ha cambiado, que hay un nuevo paradigma y nosotros estamos completamente subordinados al orden constitucional.”
Es que él no se quedó con lo que aprendió en la Escuela de las Américas en los ’70 y los ’80, aunque esos cursos lo hayan marcado. El es un estudioso. “Prefiero la persuasión al uso de la fuerza”, tuvo que explicar, no a la periodista, que seguramente ya lo sabe, sino a la prejuiciosa audiencia extranjera de Telesur.
“Héroe nacional.” Wow. El no estaba seguro, las reuniones con Tom Shannon y el embajador Hugo Lorens –de las que dio cuenta el New York Times– habían sido confusas. Los norteamericanos no se oponían a la remoción de Zelaya. Después de todo, se trata de un aliado de Chávez que había tomado el poder en el país que históricamente había servido de plataforma de lanzamiento de las operaciones militares y de inteligencia estadounidenses en la región. Hasta el más “líberal” de los yanquis se da cuenta de que no es la situación ideal. Pero ahora los norteamericanos insistían con el nuevo paradigma: no puede alterarse el orden constitucional. Y Shannon y Lorens habrán dicho: “Si Zelaya violó una orden expresa de la Corte Suprema, avalada por el Congreso, de no llevar adelante una consulta popular declarada ilegal por la justicia electoral, entonces ¿por qué no exploran la posibilidad de iniciarle un juicio político?”.
Un juicio político puede tardar meses. Sorry, Tom. It’s a no go. Las elecciones son en noviembre. La consulta es el domingo. Los tiempos no dan.
Con el correr de las horas se fueron sumando los argumentos, bah, los ruegos, de los liberales y conservadores, bah, de toda la clase política, bah, de toda la gente como uno, para que él, general Romeo Vázquez Velázquez, meta preso, o mejor, saque del país a Zelaya.
Olvidate de los yanquis coreaban congresistas, jueces, obispos y empresarios. Si hay que mantener el orden constitucional, no problem. Hacemos una sucesión constitucional. Está todo planeado. Asume Micheletti, presidente del Congreso, tercero en la línea sucesoria, porque el vice de Zelaya renunció. Decimos que la Corte Suprema ordenó el arresto de Zelaya, aunque la Corte no firme nada. No problem. Manejamos la prensa. Los cargos se verán después, al fiscal lo manejamos nosotros. Después truchamos una carta de renuncia y la difundimos a través de nuestros medios.
Y organizamos una gran manifestación de apoyo a Micheletti y usted, general Romeo Vázquez Velásquez, saldrá en la foto con su brazo heroico alzado por el nuevo presidente, un brazo alzado que termina en puño cerrado para que no queden dudas de que nosotros gobernamos, pero usted concentra todo el poder (foto). Lo importante es frenar la consulta popular. Acá hay un comunista que acaba de duplicar el sueldo mínimo y que quiere atornillarse en el sillón para unirse al club de Chávez y Correa. No podemos permitirlo. La patria está en peligro.
Y claro, aunque no parezca por la admiración que despierta entre la gente importante, él, general Romeo Vázquez Velásquez, después de todo es un ser humano de carne y hueso. ¿Y quién puede culparlo si se le escapa un lagrimón cuando la crème de la crème se reúne en el Congreso para nombrarlo “héroe nacional” por su modesta contribución al país?
Cuando volvieron los muchachos para pedirle que haga lo que tiene que hacer, ya estaba decidido. El domingo se llevó a Zelaya en pijamas, de madrugada, y, en fin, no vale la pena entrar en detalles. Lo que importa es que lo hizo de buena fe, cumpliendo una orden de la Corte Suprema, o más bien el espíritu de esa supuesta orden que todavía no apareció... Hay que saber interpretar, porque detener a Zelaya y simplemente dejarlo en Honduras podría causar inconvenientes. El análisis estratégico-militar había concluido que sería mejor trasladarlo a Costa Rica, sede de la Corte Interamericana, donde sabrían qué hacer con el Mel y sus órdenes incumplibles.
Después hizo falta tomar algunas medidas. El general tuvo que explicarle a Micheletti que hacía falta silenciar algunas manifestaciones de la oposición, que un toque de queda podría ayudar, que había que parar a los campesinos que marchaban a la ciudad, que él se encargaría de eso y que por favor, no hace falta entrar en detalles, faltaba más, porque él tenía experiencia con la amenaza comunista y la lucha antisubversiva y porque había que prevenir a toda costa la infiltración de agentes extranjeros con algunas medidas, digamos, extraordinarias.
También, claro, fue necesario clausurar y censurar a los canales y las radios que daban cuenta de la represión, los asesinatos y desapariciones. Esas acciones tan necesarias se habían hecho de manera discreta para no alterar la tranquilidad de la población. Los diarios nacionales, controlados por empresarios honorables, habían respetado las consignas. En cambio algunas estaciones de televisión y algunas radios y toda la prensa extranjera habían actuado de manera irresponsable, o peor, tendenciosa y por lo tanto correspondía un castigo. Seguramente lo dice la Constitución en algún artículo, o si no lo dice se consigue un fallo de la Corte Suprema, que colabora en todo y es más o menos lo mismo.
Entonces él, general Romeo Vázquez Velázquez, no tuvo más remedio que meter presos a los compañeros de Madelein, el equipo de Telesur que filmaba cómo policías y militares apaleaban manifestantes a media cuadra del palacio de gobierno. La enviada especial de Telesur Adriana Sívori y los técnicos María José Díaz y Larry Sánchez terminaron en el calabozo. Sólo unas horas, como para que reflexionen. Madelein se salvó porque le caía bien, había buen diálogo. Sólo fue amenazada. Un héroe nacional puede permitirse ciertas prerrogativas.
Por eso le dolió que José Miguel Insulza no aterrizara en el aeropuerto militar el viernes, donde lo esperaba con todos los honores. Que no hayan podido hablar como dos personas de bien. Porque quizá desde afuera no se percibe bien la unidad del pueblo hondureño, que se manifiesta a través de una clase dirigente unida, con el firme apoyo de las iglesias cristianas y las cámaras empresarias, con unas fuerzas armadas perfectamente consustanciadas con el nuevo paradigma. Le habría explicado que le encantaría encontrar una solución para las aspiraciones de su querido amigo Mel, pero que lamentablemente surgió un inconveniente porque el fiscal general acababa de firmar, ese mismo viernes, una orden de detención en contra de Zelaya, con cargos que conllevan hasta veinte años de prisión. Entonces sería inoportuno que el prófugo vuelva al país, porque podría generar intranquilidad, le habría explicado a su excelentísimo ilustre homenajeado. Pero no le dieron la oportunidad.
Podría haberlo echado a patadas de Honduras al Insulza ése, como tuvo que hacerlo con el Mel, o haberlo metido preso como tuvo que hacerlo con los compañeros de Madelein. Pero en vez de eso fue a esperarlo al aeropuerto con la banda militar. Porque él, Romeo Vázquez Velásquez, es un militar moderno. Antes que usar la fuerza, prefiere convencer.
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