Jueves, 31 de diciembre de 2009 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Andrés Fontana *
El 2009 comenzó en un clima de expectativas y temor. Con la elección de Barack Obama como presidente y una crisis de alcances inéditos desde los años ’30, Estados Unidos daba a la comunidad internacional motivos de angustia y esperanza, simultáneamente. La crisis fue menos severa y extendida en el tiempo que lo temido. Y Obama mostró ser menos hábil y eficaz que lo esperado.
Cambió el clima sombrío y desmesurado que había generado George W. Bush. Pero sus logros en temas decisivos como Irak, Afganistán, la situación palestina, el cambio climático y la ausencia de Europa en la política internacional fueron magros o nulos. Aceptó un Premio Nobel por razones difíciles de entender –tanto las de quienes lo ofrecieron, como las de quien lo aceptó– y, por primera vez en muchas décadas, llevó las relaciones con nuestra región a un campo inesperadamente crítico y a ser motivo de su primer traspié en política exterior.
El sistema internacional evolucionó hacia un mayor equilibrio y menores tensiones. Los principales actores lograron varios entendimientos recíprocos y abrieron espacios en reconocimiento de nuevos protagonistas, como Brasil, la India y Sudáfrica. El estilo Obama tuvo mucho que ver en esto y ése fue un mérito importante del nuevo presidente, claramente inclinado a la innovación y la horizontalidad democrática.
En ese marco, Brasil se incorporó como miembro pleno al reordenamiento del sistema internacional. Estados Unidos recuperó algo de imagen y, al mismo tiempo, cedió espacios. China se estableció indiscutidamente como segunda potencia global, con un calendario razonable para ocupar el primer puesto en el concierto de los próximos quince o veinte años. Rusia reafirmó su carácter de actor desafiante y ajeno a las pautas establecidas que se contrapongan a sus intereses. Una y otra vez, Occidente se encontró en situaciones de desconcierto ante la menos predecible de las potencias globales, hoy aliado, mañana potencial enemigo y habitualmente transgresor de las reglas escritas o tácitas del orden internacional.
El G-20 desplazó el protagonismo del G-8, diluido en su perfil con nuevas incorporaciones y una agenda poscrisis que lo asemejan al anterior y ponen en duda, una vez más, el sistema internacional heredado de la posguerra.
La desafiante conflictividad de Irán y de Corea del Norte, la situación en la indomable frontera afgano-paquistaní, la expansión silenciosa de la popularidad del terrorismo en diversas comunidades del mundo islámico –ya plenamente incorporado a la geografía de Europa occidental–, el nuevo protagonismo de la piratería y la incapacidad de la Unión Europea para incorporarse como actor efectivo a la política internacional señalan los límites de eficacia del actual ordenamiento mundial.
Más aún, la profundización de la brecha entre países pobres y ricos y la continuidad de violaciones masivas a los derechos humanos en diversos puntos del planeta, junto con el tratamiento que tuvo la cuestión ambiental en la cumbre de Copenhague, evidencian la ineptitud de un sistema basado esencialmente en la soberanía estatal frente a los temas inevitablemente globales que definen la agenda internacional de estos años.
* Decano, Estudios de Posgrado Universidad de Belgrano.
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