Viernes, 22 de enero de 2010 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Atilio A. Boron *
Para la Concertación el triunfo de la derecha (en realidad, de su variante más virulenta: la pinochetista) en las elecciones presidenciales chilenas podría considerarse como un ejemplo más de una “crónica de una muerte anunciada”. La progresiva asimilación del legado ideológico de la dictadura militar por los principales cuadros de la alianza democristiana-socialista hizo que la diferenciación entre la Concertación y los herederos políticos del régimen militar, Renovación Nacional (su ala “moderada”, si es que un “pinochetismo moderado” puede ser otra cosa que un oxímoron) y la Unión Demócrata Independiente, sus batallones más cavernícolas, fuera desvaneciéndose hasta tornarse imperceptibles para el electorado. Fernando Henrique Cardoso gustaba repetirles a sus alumnos que “a la larga, los pueblos siempre van a preferir el original a la copia”. Y tenía razón. En este caso, el original era el pinochetismo y su heredero: Sebastián Piñera; la Concertación y su inverosímil candidato, la copia.
¿Constituye esto una injusta exageración? Para nada. Oigamos lo que decía Alejandro Foxley, uno de los prohombres de la Concertación y ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de Michelle Bachelet entre el 2006 y el 2009: “Pinochet ... tuvo el mérito de anticiparse al proceso de globalización... Hay que reconocer su capacidad visionaria (para) abrir la economía al mundo, descentralizar, desregular. Además, ... terminó cambiando el modo de vida de todos los chilenos para bien, no para mal”. Con dirigencias “progresistas” que sostenían un discurso como éste (que muchos compartían si bien pocos se atrevían a manifestar con tanto descaro), ¿podía la Concertación ser creíble como una alternativa superadora del pinochetismo?
El triunfo de la derecha gravitará y mucho en el escenario sudamericano. Las cosas se pondrán más difíciles para los gobiernos de Venezuela, Bolivia, Ecuador y Cuba; la ampliación del Mercosur con la plena incorporación de Venezuela sufrirá renovados tropiezos, y con Piñera el bloque derechista controla, con la honrosa excepción del Ecuador, todo el flanco del Pacífico latinoamericano. Además, el “efecto demostración” del desenlace electoral chileno podría llegar a ejercer un negativo influjo sobre las elecciones presidenciales de octubre del 2010 en Brasil y las que tendrán lugar el año siguiente en la Argentina. Por otra parte, la belicista contraofensiva imperial de Estados Unidos (Cuarta Flota, bases militares en Colombia, golpe en Honduras, reconocimiento de las fraudulentas elecciones de ese país, etcétera) contará a partir de marzo con un nuevo aliado, liberado de cualquier compromiso, aunque sea retórico, con el proyecto emancipatorio latinoamericano. Hay que recordar que aun bajo los gobiernos “progres” de la Concertación el papel que éstos desempeñaron fue siempre el de un operador privilegiado de Washington en América del Sur. En la Cumbre de Mar del Plata que culminó con el naufragio del ALCA las voces cantantes a favor de ese acuerdo fueron las de Ricardo Lagos y Vicente Fox, bajo la complacida mirada de George W. Bush. Ahora esa tendencia “aislacionista” –y, en el fondo, antilatinoamericana– se acentuará aún más, revirtiendo una profunda vocación latinoamericana que Chile supo tener y que bajo la presidencia de Salvador Allende llegó a su apogeo. Pero ese país ha cambiado, “para bien” como lo recordaba el ex canciller de la Concertación.
Por eso los necesarios procesos de integración supranacional actualmente en marcha en América latina –desde el Mercosur hasta la Unasur, pasando por el Banco del Sur y otras iniciativas semejantes– no habrán de cobrar nuevos bríos con Piñera en La Moneda. Con Frei las cosas no habrían sido muy diferentes, pero al menos éste tenía un vago compromiso con el electorado que en el caso de su contendor no existe. Lo que hay detrás de Piñera, en cambio, es la rabiosa gritería de sus partidarios celebrando la victoria de su candidato con imágenes y bustos de Pinochet y cánticos exhortando a acabar con los “comunistas” infiltrados en el gobierno de la Concertación. La década no podía haber comenzado peor. Más que nunca en tiempos como éstos adquiere vigencia aquel sabio consejo de Gramsci: “Pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad”.
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