Viernes, 22 de enero de 2010 | Hoy
EL MUNDO › EL RELATO DE UNA ARGENTINA QUE SOBREVIVIO AL SISMO Y REGRESO AL PAIS
Roxana Sabalette tiene 32 años y en Haití era gerente en una empresa textil. Volvió a la Argentina con uno de los Hércules que habían llevado ayuda humanitaria. En esta entrevista, cuenta cómo vivió el terremoto y cómo era su vida antes de la tragedia.
Por Emilio Ruchansky
Roxana Sabalette tiene 32 años y unos preciosos ojos color miel que se entrecierran cuando dice, en seco, que no le impacta ver en el diario las fotos de los cadáveres apilados en las calles de Puerto Príncipe, la ciudad en la que vivió los últimos siete años de su vida. “Yo lo vi en vivo y en directo, ¡lo vi!”, dice en un momento y después afloja: “A veces me pone la piel de gallina ver esas fotos porque es un pueblo bueno, que encima se recuperaba de los ciclones, de los huracanes”. Sabalette volvió el lunes a la casa de su madre en la localidad de Canning, al oeste del conurbano bonaerense, y pese a la amargura se tomó un rato para recordar Puerto Príncipe cuando todavía se respiraba aire de mar.
Antes de ir a Haití, en 2002, ella trabajaba en Aeropuertos Argentina como secretaria del director de Recursos Humanos. Cuenta que en esos días post corralito, le tentó la idea de viajar al escuchar a una compañera de trabajo que era hija de un ex embajador argentino en Haití. “Mi compañera había vivido allá cuando era adolescente, decía que era un país fantástico, muy lindo, que tenía playa, una nueva cultura, un nuevo idioma, que se podía trabajar bien, que se podía ahorrar. Me aclaró que era un país pobre pero no tanto como decían”, recuerda ahora, sentada en el comedor de la casaquinta de su madre.
Ella dudaba de su amiga. Se puso varias horas frente a la computadora y comenzó a bajar de Internet material sobre aquel país lejano, armó una carpeta donde constaban los datos duros Haití: los altos niveles de desnutrición, analfabetismo, desempleo y los contagios de sida. “Había páginas web que aseguraban que se hacían las calles sobre basura. Y yo pensaba ‘¡adónde me estoy yendo!’. Mi amiga me decía que era exagerado y un poco es así. Sí tiene barrios muy pobres, analfabetismo y desnutrición, pero no construyen calles sobre la basura...”
Sabalette llegó en 2003 y el primer trabajo que consiguió fue en una fábrica textil de Hanes Brand, una multinacional. Después se pasó a otra fábrica: la cervecería Brana, nacional, con más de mil empleados. En esas oficinas estaba a las 17 del martes 12 de enero, cuando ocurrió el desastre. “Sentí un zumbido y pensé que venía del depósito que hay arriba –recuerda–, cuando el temblor se hizo más fuerte me levanté de la silla. Me caí. Se movía el piso. Era un samba. Me puse abajo del marco de la puerta, miraba el techo y decía ‘no quiero morirme acá’. Salí subiendo los escombros porque se había caído la fachada de la oficina y fui a buscar a Tamara (Telechea, otra argentina que volvió con ella).”
–¿Cómo era su vida diaria antes del terremoto?
–Vivía en un barrio “bien”, sobre la montaña. Trabajaba en la cervecería por la mañana hasta las cinco de la tarde, después iba al gimnasio, tomaba clases particulares de francés y estaba estudiando Administración de Empresas vía Internet en la Universidad de Quilmes. Veía a Tamara y a otros amigos, y cuando me quería acordar tenía que ir a dormir.
–¿Y los fines de semana?
–Allá no hay la misma vida social que acá, que hay muchos boliches. Allá es como un pueblo. La vida social se la hace uno, es juntarse con amigos, comer, mirar películas, jugar a las cartas. A veces hasta me parece más sano.
–¿Y cómo era el trabajo en la textil Hanes?
–Era gerenta de calidad. Fabricábamos remeras, pantalones, medias. Muchas empresas norteamericanas les dan esos trabajos a los haitianos porque la mano de obra es barata.
–¿Había huelgas?
–Había huelgas por la paga o por problemas de calidad. Ellos cobran por docena de prendas y si la calidad de una prenda de la docena no era buena, se para la docena y no se paga, y ellos pierden plata y tiempo.
–¿Pudo entrar en confianza con los empleados?
–Tenía algunos amigos.
–¿Y qué opinaban de la misión de la ONU, después de la caída de Aristides?
–Depende. Los que querían vivir en paz estaban conformes porque querían orden, por ahí tenían un pequeño negocio y se lo rompían porque había un aumento de precios o por problemas políticos. Para los manifestantes, los fanáticos de Aristide, nunca estuvieron de acuerdo.
–¿Cómo es la relación entre blancos y negros?
–Para los negros, si sos blanco tenés plata, aunque no sea así. Es automático.
–¿Hay segregación?
–No, cualquiera puede entrar en cualquier lugar.
–Mientras pueda pagar.
–Sí, bueno, en ese sentido, a nivel de consumo hay segregación. Además los blancos, desde los secuestros y los robos, no caminan por la calle. Se mueven en camionetas. Me pasó a mí, de andar caminando y que un alguien me dijera “qué hacés, loca blanca, caminando sola”. Hay cierto resentimiento. En verdad Aristide incitó esto. Decía: “¿Por qué el blanco tiene dos casas y nosotros ninguna, dos autos y nosotros ninguno? ¡Qué nos den un auto, una casa! Pero no todos los negros te odian. La gente de 40 o 50 es más amigable, te tratan muy bien, no crecieron con Aristide.
–¿Qué hay de cierto con la inseguridad en Haití?
–Voy a dar un ejemplo. El crucero Royal Caribean pasa por Haití porque hay lugares paradisíacos como La Abadie, en el Norte. Ahí hay un recreo con Jet Sky, toboganes, shows, arenas blancas, aguas cristalinas... Los turistas se bajan, pasan el día y no les dicen que es Haití porque el país tiene mala fama por temas de seguridad.
–Y menos ahora.
–Sí claro, pero la gente es buena. Ahora pueden que te den vuelta el auto para buscar comida, pero no para robarte el auto.
–¿Volvería?
–Tengo que volver, dejé todo allá, hasta mis ahorros. Quiero volver para organizar mis cosas y después veremos. Si da para quedarse, me quedo. Mi casa no se derrumbó. Estaba bien allá, para comer pan duro me quedo en casa. Pero prefería estar allá.
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