Viernes, 1 de octubre de 2010 | Hoy
EL MUNDO › EL ULTIMO DEBATE ENTRE LOS CANDIDATOS QUE SE DISPUTAN LA PRESIDENCIA DE BRASIL
Fue un final de propaganda tranquilo para una campaña agresiva. La favorita, Dilma Rousseff, mantuvo un diálogo con el presidente Lula; José Serra apareció con su familia y Marina Silva soñó con el ballottage.
Por Eric Nepomuceno *
El último debate entre los candidatos a la sucesión de Lula empezó a las 22.40 de ayer, horario en que el grueso de la audiencia se va a dormir. Es que antes había que terminar el capítulo de Pasione, la novela de la Red Globo. Así las cosas: el culebrón y sus lloriqueos son más importantes que un debate presidencial. Las reglas impuestas por la Globo fueron, concretamente, un corsé de yeso. Más que debatir, los candidatos se preguntaban temas seleccionados por sorteo. En esa rara concepción de debate, el de anoche empezó tibio y así siguió hasta la hora del cierre de esta edición. Los primeros temas fueron legislación laboral y servidores públicos. Respuestas flojas para temas helados. Buena muestra de hasta qué punto el sistema, cuando contrariado, impone una pata de hielo sobre el mundo.
También anoche terminó el horario de propaganda transmitido por todas las emisoras de televisión del país. Y terminó de manera anodina, sin énfasis ni contundencia: es como si a última hora un cierto conformismo encubriese el humor del principal candidato opositor, José Serra, una ineludible serenidad guiase a la candidata oficialista Dilma Rousseff (los sondeos del final de la tarde le daban más de diez puntos sobre la suma de todos los adversarios, y 55 por ciento de los votos efectivos) y Marina Silva estuviese satisfecha por haber cumplido un rol importante, el de introducir una tercera fuerza en una disputa hasta ahora polarizada entre el PSDB de Serra y el PT de Dilma.
Un final televisivo tranquilo para una campaña caracterizada por la agresividad: Serra apareció con la familia (hija, hijo, nietos). Dilma mantuvo un largo y entusiasmado diálogo con Lula. Marina, en su escueto minuto, pidió votos para ir a la segunda vuelta.
Las campañas electorales en Brasil jamás primaron por la cordialidad, y tampoco sirvieron de ejemplo de buenos modales. La de este año no ha sido diferente. Sin embargo, quedará en la historia como una de las disputas en que los grandes grupos de comunicación más se enfrascaron, y con una característica inédita: la unanimidad. Nunca antes la oligarquía mediática destiló, en unísono, semejante furia frente a lo que se diseñó como la derrota inevitable, o casi, de su candidato.
Como en una guerra en que cualquier arma vale y las reglas no existen, se intentó de todo para impedir que la candidata de Lula a sucederlo, Dilma Rousseff, liquidase la cuestión en la primera vuelta. Ocupados los candidatos en defenderse y atacar entre sí, mientras Dilma era masacrada por la gran prensa, la campaña termina sin que se pueda saber en detalle los planes de gobierno de los postulantes. La excepción es precisamente Dilma, que anuncia que dará seguimiento a lo que se hizo con Lula.
En su errática estrategia, José Serra primero trató de apoderarse del discurso de Dilma (prometió preservar y ampliar los logros del actual gobierno), mientras proponía una comparación de sus currículos, para dejar claro que tenía mejores condiciones para llevar adelante lo obtenido hasta ahora. Al ver que la estrategia no funcionó, abrazó el discurso de la derecha más rabiosa y moralista y, al mismo tiempo, lanzó promesas puramente electoralistas, como aumentar el sueldo mínimo a 600 reales ya en 2011 (unos 1320 pesos, contra los 531 reales previstos en el presupuesto anual de la Nación) o propiciar un ajuste de 10 por ciento a todos los jubilados y pensionados, más una sarta de sandeces que sabe bien que son inviables.
Marina Silva, del inexpresivo Partido Verde, propuso una plataforma “moderna”, asegurando que su gobierno buscará un desarrollo sustentable y traerá una nueva manera de hacer política. Anunció que reunirá “lo mejor de todos los partidos”, lo que sí suena razonable, ya que el suyo carece de cuadros. Creció junto a la clase media de los grandes centros, principalmente los jóvenes. La prensa no tardó en detectar una “ola verde” capaz de provocar una segunda vuelta. Ninguna encuesta registró esa ola.
Siguiendo en la obsesión de los medios, esta semana el instituto Datafolha, que pertenece al diario Folha de Sao Paulo, anunció que la diferencia de la candidata del PT había bajado estrepitosamente, indicando la necesidad de una segunda vuelta. Ninguno de los otros institutos detectó esa caída abrupta. Al contrario: Dilma se mantuvo estable, sin señales de que esa segunda vuelta ocurriría.
Para que se entienda el poder de esa campaña sin precedentes, vale recordar que, en su totalidad, diarios y revistas de información general en Brasil no superan los cinco millones de ejemplares. Aun multiplicándose cada ejemplar por tres lectores, se llega a poco más del 10 por ciento del universo de electores (alrededor de 140 millones). Es precisamente ahí que entra, con fuerza total, la televisión. El Jornal Nacional, principal noticiero de la Red Globo, alcanza alrededor de 50 millones de brasileños de todos los extractos sociales. Y ésa fue la tónica de la campaña mediática: a cada fin de semana, el semanario Veja y el diario Folha de Sao Paulo estampan escándalos, inmediatamente reproducidos por O Globo y O Estado de Sao Paulo. La Red Globo los amplifica, alimentando así el noticiario de manera permanente. Nada de concreto fue apurado, pero no importa: sólo valía impedir que Dilma Rousseff llegue a la victoria.
Ese complot desaforado surtió algunos efectos. Lula defenestró a Erenice Guerra, la jefa de Gabinete que sucedió a Dilma, y a funcionarios de bajo rango. Nada se comprobó contra Erenice.
Serra logró acercarse a Dilma. Y si acaso se confirma la segunda vuelta, sale en inmensa desventaja. No hay antecedentes, en Brasil, de un candidato que fuese a la segunda vuelta con gran distancia del favorito y lograse invertir el resultado.
Aun así, vale preguntarse: ¿qué denuncia preparan para este sábado a tiempo del Jornal Nacional de la víspera del día de votar?
La gran prensa no duerme, y hace recordar una fórmula bien conocida de los brasileños: la que determina que las elites tienen el sagrado derecho de rebelarse contra la voluntad popular. Si los electores no saben elegir, les toca a los preclaros señores del país corregir ese absurdo.
En 1964, la fórmula funcionó. Entre los responsables por el golpe que tumbó al presidente Joao Goulart e instauró una dictadura de 21 años estaban, frenéticos y eficaces, los barones de la gran prensa. ¿Será esa experiencia la que sus herederos quieren repetir? ¿No se dan cuenta de que cambió el país, cambió el mundo, cambiaron los militares y, principalmente, cambió la sociedad?
* Escritor brasileño.
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