Domingo, 28 de agosto de 2011 | Hoy
EL MUNDO › ESCENARIO
Por Santiago O’Donnell
El resultado de las políticas de prevención de genocidios de las Naciones Unidas está a la vista en Libia. Cuando los rebeldes tomaron Trípoli esta semana y los corresponsales finalmente pudieron entrar, según cuentan, se encontraron con un panorama poco alentador. Cadáveres en las calles (foto). Niños manejando ametralladoras. Cada barrio bajo el control militar de un jefe de distinto color, y un “gobierno de transición” reconocido por las potencias occidentales que no controla nada y que está formado mayormente por los mismos tipos que hasta hace unos meses ocupaban destacadas posiciones en el gobierno de Khadafi. Completan la alianza triunfante los jefes tribales islamistas cercanos a Al Qaida y los lobbistas de las petroleras, entre otros. Khadafi en pleno repliegue táctico, agazapado, listo para lanzar la contrainsurgencia si no lo agarran antes, en cuyo caso tiene varios hijos preparados para ocupar su lugar.
Digo prevención de genocidio porque esto empezó hace seis meses cuando fuerzas de Khadafi abrieron fuego a mansalva contra una multitud de manifestantes desarmados que habían llenado la Plaza Verde, poco después de la caída de Ben Alí en Túnez y poco antes de la de Mubarak en Egipto, dos países vecinos. Porque a veces las cosas se confunden. Primero Khadafi le disparó a su pueblo. Después vino la guerra civil y cuando los rebeldes estaban sitiados, porque Khadafi tenía muchísimos más fierros, y antes de que el líder libio pudiera extraer venganza, llegó el bombardeo de la OTAN. Entonces los rebeldes se armaron y la tortilla se dio vuelta. Hoy, los cadáveres que afean Trípoli son los de los mercenarios contratados por el dictador. Un tipo que alguna vez supo alumbrar una revolución socialista, pero que en algún momento perdió el rumbo y terminó cometiendo un genocidio.
Poco antes de que esto ocurriera, el catedrático de la UBA y Untref Daniel Feierstein publicó un artículo fundamental en el número de abril de la revista académica Genocide Studies and Prevention. Alertaba sobre la necesidad de cambiar el sistema de prevención de genocidios para evitar que vuelva a ocurrir lo que pasó en Irak, donde las dosis de gas mostaza que Saddam Hussein suministraba a los kurdos fueron reemplazadas por los racimos de bombas que los yanquis descargaron sobre toda la población iraquí. Nadie le dio bola y ahora estamos peor. En Irak, por lo menos, las masacres de Bush y Saddam estaban organizadas. Las que se vienen en Libia, por lo que se ve, van a ser un poco más desprolijas.
Bajo el título “Lo bueno, lo malo y lo invisible” Feierstein escribió que mientras las políticas de prevención de genocidios estén en manos del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, el mismo organismo que usan las potencias para legitimar y legalizar sus invasiones y demás intervenciones armadas, entonces el resultado seguirá siendo el mismo: genocidio sobre genocidio. Es como querer apagar un fuego con nafta.
Como alternativa, el profesor señaló la importancia de fortalecer a los organismos regionales porque las potencias vienen, tiran sus bombas y se van, mientras los vecinos la ligan de rebote y no se pueden ir a ningún lado. Feierstein pone como ejemplo el rol positivo que jugó la Unasur para frenar amenazas golpistas en Bolivia y Ecuador y oponerse al golpe de Honduras, acciones que sin duda sirvieron para prevenir posibles genocidios en la región. Aunque no alcanzaran para prevenir la masacre de Pando o la caza serial de periodistas hondureños, de no ser por la Unasur es probable que el asunto hubiera sido mucho peor.
Explica el profesor, traducido del inglés: “La política estadounidense para la prevención de genocidios se lee como un cuento infantil o el guión de una producción hollywoodense clase B. Los ‘malos’ (los lobos) están cometiendo actos horribles contra civiles inocentes (los corderos) de puros malos que son, y sólo pueden ser frenados por los ‘buenos’ que visten el uniforme del ejército estadounidense. El problema es que este enfoque no sólo domina el discurso de los medios, sino que también se ha vuelto popular entre los académicos. Muchos estadounidenses bien intencionados, indignados por el sufrimiento humano mostrado por las cadenas televisivas, hacen llamados para que ‘cese el genocidio’ inmediatamente, a cualquier costo. Y porque los medios manejan una agenda política, esto se refiere a los abusos de derechos humanos en Sudán, pero no a los cometidos en Colombia o Sri Lanka. Sin embargo, esta política exterior basada en el marketing del ‘compre ya’ difícilmente pueda conducir a una discusión académica de un fenómeno tan complejo y contradictorio como es el asesinato masivo y sistemático”.
Lo que el profesor está diciendo es que mientras sea Estados Unidos el que decida qué es un genocidio, habrá genocidios malos y genocidios buenos, genocidios prohibidos y genocidios permitidos, y cuando se comenten masacres de los dos lados, como casi siempre sucede, a lo sumo sólo un lado será castigado.
“Por los enormes riesgos involucrados en las misiones de las fuerzas de paz, incluyendo la posibilidad de una escalada en el conflicto, la decisión de intervenir militarmente nunca debería ser tomada por una sola nación (agrego yo: ni por tres o cuatro), ni siquiera por los Estados Unidos. Sólo las organizaciones regionales tienen la legitimidad y la autoridad para tomar tales decisiones”, escribió.
Si miramos lo de Libia desde acá surge la importancia de la Unasur, nacida de la oportunidad y del talento de la generación dorada de presidentes latinoamericanos. Sigue el profesor: “Durante el período de la Guerra Fría América latina fue devastada por dictaduras militares apoyadas directa o indirectamente por el Departamento de Estado de los Estados Unidos. Desde entonces, los países de la región se han embarcado en el proceso de apoderamiento político y reorganización regional. Una de las instituciones que emergieron de este proceso fue la Unión de Naciones Suramericanas, formada por doce naciones latinoamericanas. Llamativamente Unasur no aparece mencionada en el informe MARO (el informe anual de Naciones Unidas sobre Operaciones en Respuesta a las Atrocidades Masivas), en el que sólo figura un organismo regional, la Unión Africana”.
El desafío queda planteado.
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