Domingo, 11 de septiembre de 2011 | Hoy
EL MUNDO › ENTREVISTA A FRANÇOIS BERNARD HUYGUE, DEL INSTITUTO DE RELACIONES INTERNACIONALES Y ESTRATEGICAS
Tras una década del atentado a las Torres Gemelas, Huygue analiza la perspectiva histórica del terrorismo, sus resortes, sus motivaciones, su discurso y su esquema de comunicación, y dice que los neoconservadores no están derrotados.
Por Eduardo Febbro
Desde París
Profesor en Ciencias Políticas, investigador en el Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS), autor de varios ensayos brillantes sobre el terrorismo, François Bernard Huygue hace un balance de los diez años transcurridos desde septiembre de 2001. En su último libro publicado en Francia, Terrorismes, violences et propagande, François Bernard Huygue analiza la perspectiva histórica del terrorismo, sus resortes, sus motivaciones, su discurso y su esquema de comunicación. El autor pone de relieve en esta entrevista la permanencia de la ideología conservadora norteamericana, el doble fracaso de Al Qaida y de Estados Unidos plasmado en las revoluciones árabes de 2011 y la forma en que, en su llamada “lucha contar el terror”, la primera potencia mundial recurrió al terrorismo de Estado al mejor estilo de Videla y Pinochet.
–Qué balance hace usted del tipo de terrorismo de masa inaugurado hace 10 años por Al Qaida. ¿Bin Laden llegó a su meta o fracasó?
–Si consideramos que su meta consistió en provocar una guerra total entre el mundo musulmán y lo que Bin Laden y Al Zawahiri llamaban el enemigo lejano, o sea, los judíos y los cruzados, podemos concluir que esa guerra total no tuvo lugar. Es cierto que hubo la guerra de Afganistán, donde Estados Unidos se empantanó más tiempo que en la guerra de Vietnam, y también la de Irak, que fue una guerra inútil y absurda. Al Qaida, en su lógica de radicalización, no logró sus propósitos, incluso si hay grupos allegados a Al Qaida, es el caso de Al Qaida en la Península Arábiga o Al Qaida en el Maghreb islámico, que se reforzaron. La periferia de Al Qaida sobrevivió y se reforzó pero la estructura central está debilitada. Antes de que fuera asesinado, Bin Laden se la pasaba reivindicando atentados fallidos o enviando grabaciones que ya no le interesaban a mucha gente. Sin embargo, es conveniente admitir que Estados Unidos tampoco ganó. Washington desencadenó la famosa guerra contra el terrorismo y con ella se hizo más enemigos de los que tenía antes de los atentados del 11 de septiembre. Estados Unidos cometió así mismo enormes errores estratégicos en Afganistán, en Pakistán e Irak.
–Las revueltas árabes que estallaron en 2011 son a la vez una poderosa negación de las tesis de Al Qaida y una denuncia colectiva de las políticas que las grandes potencias, en especial Estados Unidos, implementaron en el mundo árabe.
–Efectivamente. La primavera árabe se inscribe en una lógica opuesta a las ideas de la red de Bin Laden. Para Al Qaida, los musulmanes tenían sólo dos opciones: vivían sometidos a Occidente y aceptaban vivir aplastados por dictaduras prooccidentales como las de Mubarak en Egipto, o se comprometían con la Jihad, la guerra santa, y combatían. Pero nos damos cuenta de que existía al menos una tercera alternativa, es decir, la de las revoluciones democráticas. Hoy estamos entonces en una nueva fase en la que Al Qaida y la nebulosa jihadista esperan aprovecharse de la primavera árabe según un esquema clásico. Cuentan con que la revolución popular y pacífica genere decepciones, que haya desórdenes e intentos reaccionarios. A partir de allí, los elementos más duros jugarán la carta de la radicalización de la situación y, desde ese punto, piensan pasar a la lucha armada. Ese es el esquema que se desprende de las ideas de Al Zawahiri. Por otra parte, Mubarak en Egipto y Ben Ali en Túnez agitaron el espectro de Al Qaida y con eso reprimieron a la población al mismo tiempo que le decían a Occidente: “Estamos de su lado, luchamos contra los islamistas”. Hemos llegado a la asombrosa paradoja de ver a los Estados Unidos felicitarse ante la maravillosa revolución democrática en Egipto cuando, en realidad, hasta hace apenas unos meses Washington otorgaba miles de millones de dólares al Egipto de Mubarak.
–Otra de las grandes paradojas del 11 de septiembre radica en que los atentados sirvieron más a los intereses de la ideología neoconservadora norteamericana que a los intereses del mundo árabe.
–Totalmente. Para los neoconservadores de Estados Unidos los atentados del 11 de septiembre fueron una sorpresa divina. Los atentados les dieron a los conservadores el argumento ideológico para justificar los planes que ya tenían listos, por ejemplo la invasión de Irak. Ese argumentario consistía en decir que los Estados Unidos no eran un tigre de papel, que podían utilizar la fuerza e incluso imponer la democracia por la fuerza en el mundo árabe. Estados Unidos saltó sobre la ocasión para vivificar el país preconizando valores militares, de disciplina, de ofensiva. Los neoconservadores se pegaron a la locomotora del 11 de septiembre y lograron con ello una influencia ideológica increíble. Se aprovecharon de la situación, de la personalidad del presidente Bush. Para ellos, el 11 de septiembre fue pan bendito. Y aún creo que no están fuera de juego. Pueden volver en las próximas elecciones presidenciales y, contrariamente a lo que piensan muchos comentaristas, los neoconservadores no están descontentos con Obama. La decisión de Obama de enviar 20.000 soldados suplementarios a Afganistán satisfizo a los neoconservadores. Desde luego, para Al Qaida, el hecho de que la primera potencia del mundo, Estados Unidos, le declarara la guerra y lo hiciera su principal enemigo fue una suerte de felicidad paradójica.
–De alguna manera continuamos embebidos en las dos ideologías, la que Bush llevó a la práctica como respuesta a Bin Laden.
–Esa corriente ideológica persiste. Por ejemplo, un mes después del asesinato de Bin Laden, Barack Obama firmó una enésima doctrina contra el terrorismo en la cual el enunciado principal sigue siendo “estamos en guerra contra Al Qaida”. La obsesión de un segundo 11 de septiembre, la prioridad que se le dio a la acción para eliminar a los terroristas y sus redes así como a los regímenes que los apoyan no desapareció. El discurso de Obama es obviamente distinto. El presidente dice que se debe proceder respetando ciertos valores. Obama tampoco adoptó un régimen jurídico excepcional como el Patriot Act.
–Visto desde el mundo árabe, ¿Bin Laden y el 11 de septiembre fueron perjudiciales, perversos o positivos?
–Para el mundo árabe los efectos han sido negativos. Es lícito recordar que, luego de los atentados del 11 de septiembre, Al Qaida y los movimientos islámicos mataron a muchísimos musulmanes y a pocos occidentales. Hay que señalar esto. La mayoría de atentados perpetrados por la nebulosa islamista tuvieron como escenario Irak, Afganistán y Pakistán. La gente que muere es principalmente musulmana y cuando un occidental muere a causa del terrorismo jihadista es porque era soldado, cooperante o miembro de una ONG en un país de Medio Oriente o del Maghreb. En el seno de la población musulmana hubo al principio de Al Qaida una suerte de sensación de orgullo, de honor recuperado porque el hombre que atacó a los Estados Unidos era un musulmán. Pero el tiempo ha pasado y, finalmente, los efectos para el mundo árabe fueron negativos. Ahora todo está cambiando con las revoluciones árabes, cuyo resultado no implica forzosamente que habrá democracia en esos países.
–En ese contexto, Bin Laden se inscribió en la época de la globalización con un terrorismo globalizado. Bin Laden vino a empañar el falso idilio de la globalización feliz.
–Bin Laden fue un poco el precursor. Hasta antes del 11 de septiembre estábamos, si se puede decir, en la globalización feliz. Había cada vez menos regímenes totalitarios, Internet estaba en plena expansión y la economía de mercado funcionaba a pleno vapor. Todo eso fue barrido por la globalización del terrorismo. Bin Laden se sirvió de los medios de comunicación planetarios y funcionó con una organización planetaria. Bin Laden tenía un objetivo planetario que consistió en restablecer un poder fiel al Islam en todas las tierras musulmanas. Para él, las tierras musulmanas abarcan muchos territorios que, por ejemplo, incluyen a España. Hubo en efecto dos mundialismos, dos globalizaciones que se encontraron y se enfrentaron.
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