Domingo, 11 de septiembre de 2011 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Andrés Fontana *
Luego de diez años cabe esperar algunas conclusiones acerca de los atentados terroristas del 11 de septiembre. La primera se refiere a los impactos que el terrorismo internacional, junto con la política exterior de Bush, produjeron en el sistema internacional.
Naciones Unidas perdió credibilidad, sobre todo si se compara con el prestigio y el protagonismo que el organismo internacional logró en los primeros años de la post Guerra Fría. La defensa internacional de los derechos humanos que caracterizó ese período y se insinuó como una tendencia de alcance global también perdió ese ímpetu. La Alianza Atlántica se vio debilitada y las relaciones hemisféricas –es decir, los vínculos de los Estados Unidos y Canadá con el resto de la región– se diluyeron. Desde hace tiempo, se reducen a reuniones protocolares sin contenido.
Estas consecuencias de los atentados del 11 de septiembre se vinculan directamente con la política exterior que Estados Unidos adoptó con posterioridad a los mismos.
En los primeros años de la post Guerra Fría, Estados Unidos respaldó el fortalecimiento de Naciones Unidas, se comprometió a no llevar a cabo intervenciones unilaterales y, hacia fines de la década, envió varios mensajes acerca de su determinación de respetar los derechos humanos y respaldar su defensa internacional, incluso a través del uso de la fuerza en un marco de legitimidad que sólo las Naciones Unidas puede ofrecer. Tal fue la doctrina de la OTAN en esos años.
Todo eso quedó atrás con la política exterior de Bush a partir de septiembre de 2001. Estados Unidos debilitó la Alianza Atlántica y transformó en sospechosos a los Estados que no cooperaran abiertamente con las decisiones del presidente Bush. Formuló su doctrina de las guerras preventivas y el “Eje del Mal”. Se distanció de América latina, ignoró abiertamente a Africa e invirtió miles y miles de millones de dólares en dos guerras a través de decisiones muy discutibles en su momento y demostradamente erróneas en los años siguientes.
Los Estados Unidos se transformaron así en un aliado que infunde más preocupación que confianza. Si Europa no tomó mayor distancia se debió a consideraciones económicas, más que a un compromiso con la llamada “guerra contra el terror”.
Si bien diversos factores explican las dificultades europeas para alcanzar una política exterior y de defensa comunes, el clima internacional generado por los atentados del 11 de septiembre, junto con las políticas adoptadas por los Estados Unidos, también constituyó un obstáculo importante.
En el nivel más difuso, pero crecientemente visible, de las conductas sociales de los países miembro de la OTAN, los prejuicios contra los extranjeros crecieron sostenidamente, en particular, pero no sólo, contra los pertenecientes a comunidades musulmanas.
Muchos tuvieron que emigrar de los Estados Unidos y de países europeos. Canadá aumentó sustancialmente su población musulmana por este motivo. Las leyes migratorias se endurecieron brutalmente y la inmigración ha sido criminalizada en los Estados Unidos y varios países europeos.
Estos cambios van a ser duraderos, si bien el clima político de la era Bush se ha disipado. Estados Unidos parece haber comprendido que la ocupación territorial mediante grandes contingentes militares no es una herramienta eficaz frente al terrorismo internacional y, afortunadamente, también parece haber asimilado las críticas internas y externas que señalaron, desde muy temprano, que la comisión de violaciones a los derechos humanos no es, bajo ningún punto de vista, justificable.
* Especialista en Seguridad Internacional.
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