Viernes, 21 de octubre de 2011 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Agustín M. Romero *
Con la muerte de Khadafi no se termina el ciclo de conflicto que comenzó en Libia en febrero de 2011, ya que podremos observar la fragmentación del poder de los rebeldes que estaban unidos solamente con el objetivo de derrotar al líder libio. Por ello, uno de los temas centrales que hay que entender muy bien para tratar de comprender los escenarios futuros posibles tras la muerte de Khadafi es cómo funciona la estructura de poder en Libia. La composición de poder de ese país del Magreb no es estatal, nacional y territorial como estamos acostumbrados a observarlo, por ejemplo, en América latina. La estructura básica de autoridad está dada por un sistema de lealtades tribales y de clanes regionales o zonales. En consecuencia, el poder no estaba unificado en Libia porque eran cada una de las tribus o clanes los que otorgaban su apoyo a un líder determinado (en este caso Khadafi), quien debía hacer un delicado equilibrio entre las tribus para mantener la estabilidad del país. Por esto, una vez muerto el líder habrá que esperar para ver hacia dónde se volcarán cada una de esas lealtades políticas.
Otro elemento importante a tener en cuenta es cómo será la ecuación entre el principio de la autodeterminación del pueblo libio contra la presencia de múltiples intereses económico-comerciales y de recursos naturales que las grandes potencias tienen sobre Libia. En efecto, hoy habrá una reunión de urgencia en Bruselas de los miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para ver cómo y cuándo se desmantelará la fuerza de intervención militar que había sido aprobada por el Consejo de Seguridad de la ONU y que lideraban Francia y Gran Bretaña. Habrá una fina prudencia entre promover y estimular uno de los principios centrales de las Naciones Unidas y del derecho internacional, como es la libre determinación de los pueblos, con la responsabilidad de ordenar la presencia de armas convencionales que entregó la OTAN a los rebeldes que luchaban contra Khadafi y aquellas municiones provenientes de la apertura de los almacenes militares, que permitió el líder libio, para que la ciudadanía defienda su gobierno. También debería preocupar el destino de las armas no convencionales (gas mostaza) y los misiles antiaéreos que podrían caer en manos de Al Qaida y amenazar la aviación civil de toda Africa.
Si no se controla seriamente el tema de las armas, lo que podremos observar es la generación de una guerra civil o tribal por un lado o de regiones entre sí por el otro, o una guerra civil entre aquellos que buscan un Estado islamista frente a los que promueven un Estado laico. Cada uno de estos grupos está armado, es autónomo, mantiene su lealtad indefinida a la espera de que se aclare el panorama político interno e internacional.
Otro aspecto a la que la comunidad internacional deberá prestar atención es saber qué rol jugará el comité islámico libio que está vinculado con Al Qaida y que actualmente integra el Consejo Nacional de Transición (CNT). Este Consejo revolucionario, a pesar de haber sido reconocido en las Naciones Unidas como el continuador del poder en Libia, luego de la huida de Khadafi del poder, no controla todo el país, ya que cada tribu y clan mantiene su preponderancia en su zona de influencia y el CNT aún no pudo recoger el apoyo de esos protagonistas centrales del poder libio y cuyos rostros y nombres son poco conocidos en Occidente.
Como podemos observar, hay más interrogantes que certezas. Por eso los próximos días serán determinantes para saber qué camino seguirá este país africano.
* Profesor en la carrera de Ciencia Política en la UBA y en la de Relaciones Internacionales en la Universidad de Belgrano.
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