Viernes, 21 de octubre de 2011 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mario Wainfeld
Es remanido comentar que la campaña fue desangelada. Algo de eso hay, si la mirada es de vuelo bajo y se la restringe a los meses ulteriores a las Primarias Abiertas. En ese tramo, primaron los spots, la interna intra-opositora por el segundo puesto, la serena marcha del oficialismo. Si se sale del reduccionismo (plaga discursiva de la etapa), la lectura puede ser otra. Desde hace un buen rato los especialistas describen que los sistemas democráticos estables están (viven) en campaña permanente. Quien gobierna, especialmente, porque está sometido a evaluación, medición y eventual deslegitimación cotidiana. Sus adversarios, porque desde el primer día se posicionan para los siguientes comicios. Ocurre en todas las latitudes. En la nuestra, se pueden desagregar numerosas campañas presidenciales que se desgranaron desde mucho tiempo atrás.
Repasemos las más conspicuas y apasionantes, a riesgo de olvidar alguna.
La campaña de la diputada Elisa Carrió empezó el mismo día en que fue elegida presidenta Cristina Fernández de Kirchner. A mérito de su (distante) segundo puesto, “Lilita” se autoproclamó “líder de la oposición” y trató de proceder en consecuencia. Ni la ciudadanía ni sus pares de otros partidos le reconocieron ese sitial. Los medios dominantes sí: la ungieron en contendiente de fuste y profetisa rigurosa. Fatigó micrófonos, cámaras y sets televisivos. La campaña terminó al conocerse el veredicto de las primarias, aunque se sostuvo en las formas.
La campaña del vicepresidente Julio Cobos estalló una noche de órdago, en el Senado. A requerimiento de su hija, votó “no positivo” y se consagró como la Gran esperanza blanca. Al día siguiente se subió al Cletomóvil y atravesó la patria de este a oeste, en pos de hacerse reconocer, más que de llegar a su Mendoza natal. Un par de escollos amenazaban su marcha triunfal. Uno era ético: el challenger pertenecía a la coalición oficialista. Cobos lo dejó de lado. El segundo era que había sido expulsado de modo infamante de su partido. Los correligionarios deglutieron de un bocado el sapo y lo recibieron con los brazos abiertos. El hijo güiner, antes que el pródigo. El Cletomóvil, se solazaban los entendidos, rumbeaba, a paso cansino pero inexorable, hacia la Casa Rosada.
La pereza de Cobos y su falta de creatividad resintieron sus chances. No movió un músculo, ni se le cayó una idea, durante los años que continuó cómodamente apoltronado en el Senado. Los radicales y la conducción mediática comenzaron a atribularse y acunaron la campaña presidencial del senador Ernesto Sanz. Había que remontar varias cuestas: Sanz era poco conocido, escaso su carisma, el diputado Ricardo Alfonsín conmovía más el corazón de los radicales. El senador y sus promotores corporativos confiaron en superar esos bretes. Poco duró el hechizo: junto a Cobos, se borraron de una posible interna contra Alfonsín.
La campaña de Fernando Solanas fue desencadenada por su notable desempeño en Capital, en las elecciones a diputados de 2009. Se extrapoló un resultado local en una votación expresiva y se tradujo como el comienzo de un aluvión nacional. Las mediciones en 2011 disuadieron-deprimieron al líder de Proyecto Sur, quien al apearse dejó de garpe a muchos de sus compañeros de ruta, que ya no lo son.
La campaña del jefe de Gobierno Mauricio Macri data de antes de las elecciones porteñas de 2007. Fue ésa la primera vez que amagó jugar en ligas mayores: poner un referente con arrastre para el centroderecha. “Mauricio” no dio batalla nacional: se aquerenció aquende la General Paz. Reiteró toda la movida en 2011, volvió a defeccionar. Ahora ya está posicionado para el 2015, con la anticipación de un visionario o un precursor o un candidato precoz.
El gobernador chubutense Mario Das Neves se mandó al mismo tiempo que Pino Solanas. Dinamizó la industria del papel, agregando valor porque hizo afiches y empapeló por doquier. Se pintó como semejante a Lula, hasta en la pinta. Su deseo naufragó jugando de local, cuando se conoció el escrutinio de Chubut en las provinciales.
El gobernador Daniel Scioli es un candidato polivalente, imaginado desde tiendas bien diversas. El ex presidente Eduardo Duhalde siempre quiso tentarlo a confrontar en las urnas contra la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Otros peronistas federales lo azuzaron. Su entorno no siempre se mantuvo ajeno a la tentación. Cuando falleció el ex presidente Néstor Kirchner hubo gente muy cercana a Scioli que afirma que le oyó decir “si no va Cristina, voy yo”. Scioli siempre lo negó. La especie es incorroborable porque “Cristina va”. En todo caso, la escisión no se produjo y Scioli mantuvo su peculiar record de no pelearse con nadie y mantenerse a flote, más que a flote.
El gobernador salteño Juan Manuel Urtubey fue una fantasía imaginada por el ex jefe de Gabinete Alberto Fernández. A su salida del cargo, Fernández supuso el fin del kirchnerismo realmente existente y propugnó un recambio generacional. Como licencia poética (o con una pizca de un oportunismo de baja intensidad: el etario) el ex ministro Jefe se incluyó en esa camada. El “Chango” Urtubey se interesó en la hipótesis de trabajo, que reverdeció cuando fue reelegido por goleada en su provincia. Pero el simulacro quedó en agua de borrajas.
El senador Carlos Reutemann está, desde 2003, a punto de caramelo para ser presidente de una coalición de centroderecha dominada por el peronismo. El sueño de los palcos VIP, hecho carne y silencio. En 2008, el conflicto de las retenciones móviles transformó en hoguera esa chispita, que entibió corazones corporativos y peronistas. En 2009, cuando fue elegido senador en Santa Fe y menguaba la estrella de Cobos, el fuego parecía abrasador. Pero siempre hay algo que impide que Reutemann “estalle”. Especialistas en “Lolelogía”, tras variados seminarios de debate, concluyen que ese algo es el propio Reutemann.
El cronista no quiere ser descortés ni excluyente: hay algún otro caso, la reseña se conforma con los más pimpantes que estuvieron ligados a momentos muy potentes de la historia cercana.
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Entre tanto, la Presidenta hizo campaña desde que asumió: se explica en una sucesión de tácticas políticas, que fueron mudando al calor de la coyuntura. Su primer pilar, con todo, fue la gestión de gobierno.
Frente a las primarias y al próximo domingo le añadió un apoyo publicitario ya clásico, prolijo en términos técnicos, resaltando su liderazgo y las realizaciones. No hubo cambios después del 14 de agosto: equipo que gana, repite su formación.
Las distintas vertientes opositoras mutaron mucho más. Las nuevas pautas establecidas por la Reforma política y la ley de medios prohijaron un acceso más parejo a las pantallas y las radios. No iguala el potencial del oficialismo, pero abre hendijas de oportunidad a las fuerzas alternativas. Por lo pronto, para hacerse conocer. Jorge Altamira, el postulante del Frente de Izquierda y los Trabajadores, supo valerse de la herramienta para conseguir mayor conocimiento público que décadas de militancia. Saltó la valla del umbral mínimo exigido por la norma para poder participar. Y, de cara a las presidenciales, emitió un mensaje bien distante de los proyectos revolucionarios: llevar diputados al Congreso para frenar o controlar al gobierno.
Los gobernadores Hermes Binner y Alberto Rodríguez Saá, que ambicionan mejorar sus acumulados de agosto, lograron mayor conocimiento público, un brete arduo para cualquier protagonista que va llegando desde las provincias.
El cronista, a esta altura, cree merecido un pequeño homenaje a la campaña del sanluiseño. Fue diferente a la de sus contendores, menos ceñuda, dotada de humor. Fue creativa, desdeñó la agresión y la apelación al miedo. Y cumplió con el primer requisito de la publicidad política: el candidato fue lo primero. Nadie duda de que la campaña está hecha a imagen y semejanza de “el Alberto”. Su jingle será memorable. Los resultados, se verán. Acaso no sean peores que los de otros que cambiaron “n” veces de perfil, que tiraron al canasto años de predicar tolerancia y pluralismo.
La campaña presidencial corrió mirando la meta (ganar en primera vuelta) sin observar mucho al pelotón que venía detrás. Agosto y octubre fueron acometidos por el fragmentado Grupo A como un frenético juego de la silla o como una hobbesiana lucha de todos contra todos.
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Durante años las plateas de doctrina, los palcos VIP y los medios “ultra A” vibraron con la campaña. Los paladines fueron rotando pero el entusiasmo persistió. Era mientras pensaban que iban ganando o, más aún, que la victoria era inexorable. Fueron tiempos vívidos, llenos de vicisitudes, avances, retrocesos y correcciones. Ahora, cerca del veredicto popular, dicen que todo es aburrido y que prima el desinterés. Suena muy parecido a la zorra cuando menospreciaba las inalcanzables uvas, por estar verdes.
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