Domingo, 6 de noviembre de 2011 | Hoy
EL MUNDO › ALFONSO CANO, JEFE DE LA GUERRILLA COLOMBIANA, MUERTO EN TOLIMA DURANTE UN OPERATIVO MILITAR
Infiltraron sus filas, intervinieron sus radios, les cerraron el paso a los envíos de comida y, una vez que estaba cercado, lo atacaron al estilo norteamericano en Medio Oriente, con fuertes bombardeos. Cautela de los organismos de DD.HH.
Por Katalina Vásquez Guzmán
Desde Medellín
A punto de morir, Alfonso Cano extravió sus gafas negras. Su marco redondo y vidrios intactos fueron hallados en el primer campamento guerrillero bombardeado por el ejército durante Odiseo, la operación que el viernes, después de horas de fuego y sangre, obtuvo su fin: la muerte del número uno de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Dos ametralladoras, dólares, euros y una billetera quedaron por los suelos bajo plásticos negros alzados con palos de madera, donde dormía la disminuida cuadrilla rebelde huyendo de los bombazos.
Fotos de los lentes a salvo junto al rostro pálido del cuerpo sin vida, los ojos abiertos, la boca torcida se repiten desde el viernes en las pantallas colombianas. Junto a la imagen del cadáver los diarios titularon: “Sacaron a Cano de su madriguera”. Primero, según contó el gobierno victorioso, le cercaron el paso en su trinchera de siempre, la cordillera central, región del Tolima, donde hace más de cuarenta años nació esta guerrilla, la más vieja del mundo. También infiltraron sus filas, pincharon sus radios, cerraron el paso a la comida, lo cercaron a Alfonso Cano y, después, al estilo gringo en el Medio Oriente, le tiraron bombas y más bombas.
El viernes a las 8.30 a.m. comenzó la última fase. Primero, cayó alias Pacho Chino, líder del bloque occidental al que Cano –uno de los marxistas más radicales del secretariado de las FARC– tuvo que acudir por refugio al pisarle los talones en el centro del país. Pacho Chino fue capturado y más tarde se supo que otros guerrilleros habían sido “dados de baja”: alias Yenifer, su enfermera, y su radiocomunicador, alias El Zorro. En la noche del viernes, con los ojos del mundo puestos sobre Colombia, el gobierno confirmó la muerte de Alfonso Cano.
Enterándose, el presidente lloró de emoción. “Le han dado al país una noticia que sin duda cambiará nuestro país para bien”, precisó Juan Manuel Santos ya en la zona de los combates, la provincia de Cauca, al sur del país. Hasta allí llegó el sábado con traje informal, gorra del ejército, remera blanca, sin parar de sonreír y abrazar a sus comandantes. Fuerza Aérea, Ejército, policía e “inteligencia de muchas fuentes” fueron necesarias durante más de un año para acabar con el líder de las FARC en las montañas de Cauca. Entre sus altas cordilleras y colinas húmedas, Cano huía de los militares desde febrero de este año cuando, según el mismo Santos anunció, empezaron a respirarle en la nuca. “Nuestras fuerzas armadas fueron planeando lenta, pero seguramente, lo que ayer (el viernes) ejecutaron de forma impecable”, anotó el primer mandatario flamante, sacando pecho junto a su ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, de traje y corbata y zapatos brillantes.
Los dos políticos, los analistas, los ex secuestrados, los ex presidentes, todos opinaban con tono victorioso: el mayor golpe a las FARC, el comienzo del fin de la guerrilla. Semana, la revista más importante del país, anotó que el homicidio del líder guerrillero “podría significar el comienzo del fin de medio siglo de violencia subversiva”. Otros no están tan seguros. Desde ONG y organizaciones defensoras de derechos humanos advierten que la paz en Colombia y el fin de las FARC están lejos de alcanzarse si es que no se acude a la negociación. La vía armada, aun si se propician fuertes golpes, no es el camino para el fin del conflicto, opinó Diego Martínez, de la ONG Colombianos por la Paz.
Por su parte, el secretario de las FARC salió a pronunciarse la noche de ayer. Vía Internet aseguraron que “no será ésta la primera vez que los oprimidos y explotados de Colombia lloran a uno de sus grandes dirigentes”. En su comunicado desde las montañas de Colombia también dijeron que “la paz en Colombia no nacerá de ninguna desmovilización guerrillera, sino de la abolición definitiva de las causas que dan nacimiento al alzamiento. Hay una política trazada y ésa es la que se continuará”. La entrega de armas es el llamado de muchos después de la muerte de Cano, quienes ven en una guerrilla debilitada sin el último bastión ideológico fuerte en su interior. Alias Timochenko y alias Iván Márquez serían los más posicionados para sucederlo al frente del grupo insurgente después de que alias Tirofijo murió este año, y alias Monojojoy fue también “abatido” por el ejército en 2011.
Según opiniones, ningún integrante del secretariado de hoy tendría la misma ascendencia de Cano, antropólogo, ex militante de la Juventud Comunista, que abandonó a su mujer y a sus hijos en la Bogotá de los años setenta para “subirse al monte” a empuñar las armas. “Ha caído el más ferviente convencido de la necesidad de la solución política y la paz”, dicen los rebeldes en su comunicación de anoche, mientras el cuerpo de Cano llegaba desde Cauca a la fría capital. A las siete de la noche, el aeropuerto militar de Bogotá Catam era un hervidero de periodistas del país y el mundo que, una vez más, querían registrar el cadáver de Alfonso Cano. Ya sin barba, sin gafas, sin vida, aún se reconocía a leguas el líder veterano que, junto a sus lentes olvidados, dejó la billetera, sus armas, siete computadoras, 24 discos duros y 39 memorias usb que, como su cuerpo, volaron a la capital. Sus gafas, que por años lo identificaron como el intelectual de la guerrilla, también estaban viajando, limpias y buenas, como siguiendo a su dueño, su inolvidable dueño.
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