Domingo, 6 de noviembre de 2011 | Hoy
EL MUNDO › ESCENARIO
Por Santiago O’Donnell
Es interesante cómo en Estados Unidos, cuna de la democracia representativa, republicana y liberal, últimamente la política se hace por fuera de los partidos, casi a contrapelo de ellos.
Primero vino el movimiento Tea Party de ultraderecha como respuesta a la elección de un presidente negro, agitando los fantasmas de las guerras perdidas y la gran recesión del 2008, que se venía gestando desde mucho antes de la asunción de Obama. Los Tea Party, como todos esos energúmenos que aparecen en tiempos de crisis, quieren volver a la ley de la selva. Cero impuesto. Cero gasto público. Cero inmigración. Tolerancia cero. Pagamos policía, ejército, un par de escritorios para que administren eso y nada más. Lo demás se lo compramos a quien se nos da la gana, pero nunca al Estado. No le damos un dolar más al Estado hasta que se limpie la deuda. Es el versito neoliberal con una pizca de racismo latente, que viene adosado al nombre Tea Party, una sutil referencia a los tiempos de la colonia esclavista. Los Tea Party se montaron a caballo la cadena Fox y los nuevos medios conservadores y llenaron algunas plazas, no muchas, pero con eso les alcanzó para sacudir el panorama político. Los candidatos que ellos apoyaron arrasaron en las primarias republicanas del año pasado y varios llegaron al Congreso portando el mensaje de que había un nuevo grupo de interés en Washington y que más vale prestarle atención.
Ahora que la economía no digo que bien, pero ahí, tecleando después de una buena dosis de salvatajes financieros y paquetes keynesianos, aparece el movimiento Occupy (Ocupen), y también hace ruido, más ruido todavía que el Tea Party. Los Occupy, de signo político contrario al Tea Party pero tan antisistema como aquéllos, van un pasito más allá que los ultraderechistas y tímidamente coquetean con la desobediencia civil. Dicen que están inspirados en la Primavera Arabe y los indignados europeos. Pero el nombre les queda grande porque no son okupas, sino más bien acampantes tecnologizados que aprovechan el clima favorable para hacerse escuchar en las plazas de más de treinta ciudades de Estados Unidos. Porque los políticos demócratas, con Obama a la cabeza, salieron como locos a darles la bienvenida a los Occupy, tanto como los republicanos habían cobijado a los Tea Party.
Los Occupy tienen por slogan “somos el 99 por ciento” y dicen que están enojados porque hay algo que no les cierra. Ellos ven que los bancos y los agentes del sector financiero viven como millonarios y se llenan de plata. Cuando se funden, el gobierno los rescata con los impuestos que ellos pagan. Pero cuando ellos se funden, el banco los (perjudica) y el gobierno mira para otro lado. Si Estados Unidos es una democracia, ¿cómo puede ser que el uno por ciento se la pase (perjudicando) al otro noventa y nueve por ciento? Entonces pusieron carpas en las plazas y los alcaldes demócratas salieron corriendo a firmarles permisos especiales para que se queden todo lo necesario. Si hace falta que se queden hasta después de las elecciones, si quieren hablar mal de esos banqueros amigos de los republicanos, cómo no. Eso sí, como dijo Obama, no hay que estigmatizar a los trajadores del sector financiero.
Después los Occupy empezaron a hacer demandas concretas y ahí la cosa se complicó. Porque esas demandas, como la de rescindir y renegociar todos los contratos de determinada ciudad con los bancos y las aseguradoras, cuestan plata. Y las ciudades están fundidas por la crisis. Entonces los permisos empezaron a expirar, o se negoció un traslado a otro predio convenientemente más alejado, porque había que limpiar el parque. O como sucede en la plaza semipública que tomaron cerca de Wall Street, los dejan ahí y no les dan mucha bola, esperando que las primeras nevadas del invierno ejerzan su poder de persuasión.
Si uno se guía por las demandas cumplidas y el poder adquirido por los líderes de los dos movimientos parecería que fracasaron o están destinados al fracaso, ya que no tienen representantes propios dentro del sistema político ni tampoco un gran poder de convocatoria, sus marchas y protestas nunca superan unos pocos miles.
Pero se hacen sentir, sobre todo en el cada vez más influyente universo virtual. El discurso Occupy es más razonable, más solidario que el discurso Tea Party. Al menos eso piensa la opinión pública estadounidense. Según una encuesta de la revista Time del 10 de octubre, el 54 por ciento de los estadounidenses apoya las protestas de los Occupy, incluyendo el 31 por ciento de los republicanos, mientras el 27 por ciento apoya las manifestaciones de los Tea Party.
También se hacen sentir en el debate de políticas públicas. La ola Tea Party envalentonó al partido republicano, el de la derecha, al punto que logró revertir algunas de las conquistas sociales de la histórica reforma del sistema de salud del 2010, el gran logro del gobierno de Obama. Lo lograron luego de una durísima batalla por el presupuesto que se libró hace unos meses y que dejó, por falta de acuerdo, a Estados Unidos al borde del default. Sin el apoyo de los Tea Party, los republicanos hubieran cedido. Ahora les toca el turno a los Occupy. Ya se lo ve a Obama paseándose por Cannes, tanteando a sus colegas sobre la posibilidad de hacer algo con los paraísos fiscales. Alguna cabeza de Wall Street tendrá que rodar, algún platillo habrá que ofrendarle a la camiseta del noventa y nueve por ciento. Si los Tea Party consiguieron un comité de expertos para que le recomienden a Obama y el Congreso cómo bajar la deuda, los Occupy seguramente conseguirán un ente, una ley o un comité para ajustarles las clavijas a los bancos y sus productos derivados. Y las próximas batallas en el Congreso tendrán a los Occupy apuntalando los proyectos que van en sentido contrario de los que apoyaban los Tea Party, o sea todo lo que implique una mayor participación del Estado en la economía, ya sea a través de la obra pública, ya sea a través de los programas sociales, pero sobre todo en el intento por revertir los fabulosos descuentos impositivos que Bush le dio a ese uno por ciento de los ricos, so pretexto de que esos ricos iban a gotear sus ganancias al resto de la economía.
Pero más allá de todo eso, lo que es seguro es que ningún representante de estos movimientos espontáneos que sacudieron a la aletargada política estadounidense en los últimos meses tendrá presencia en las elecciones del año que viene. No hablemos de candidatos presidenciales. Candidatos a nada. Su poder se diluye a medida que se acercan al poder porque no son ni reformistas ni revolucionarios. No quieren ser parte del sistema ni tampoco cambiarlo. Los Tea Party se referencian en una famosa rebelión fiscal, pero ninguno de ellos siquiera plantea no pagar impuestos. Los Occupy llegaron a comerse un par de bastonazos en Oakland, Atlanta y Nueva York, algunos hasta cayeron presos un par de horas. Pero básicamente hacen en cada ciudad lo que cada alcalde tolera, según su propia conveniencia.
Los Tea Party quieren que los dejen tranquilos, que no les vengan más con el cuento del American Dream para todos, que cada cual se arregle por sí mismo, “every man for himself”. Y los Occupy quieren que los (perjudicadores) de siempre al menos no sean tan desvergonzados a la hora de (perjudicarlos).
Unos y otros, por ahora, sólo quieren ser escuchados. Pero ojo con la señal, señal de vaciamiento democrático, señal de falta de representación, señal de deslegitimación de las instituciones públicas. Ojo, porque algún día alguien va a decir “esto no da para más”.
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