Domingo, 22 de abril de 2012 | Hoy
EL MUNDO › ESCENARIO
Por Santiago O’Donnell
El sueño americano se terminó. Un artículo académico de la profesora de la Universidad de Stanford Terry Karl muestra hasta qué punto Estados Unidos se ha convertido en uno de los países más desiguales del planeta. Según el trabajo de Karl, de los 34 países más desarrollados que forman parte de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), sólo China, México y Turquía tienen disparidades más grandes en los ingresos que Estados Unidos. Además, según la OCDE, Estados Unidos tiene las políticas menos efectivas en gasto social para aliviar la pobreza y el nivel más bajo de impuesto a las ganancias de todos los países desarrollados.
El artículo, titulado “Desigualdad y Democracia: lecciones latinoamericanas para Estados Unidos”, se basa en distintos estudios sobre el tema. Dice que en Estados Unidos el diez por ciento más rico gana quince veces más dinero que el diez por ciento más pobre. La brecha ha crecido mucho en las últimas décadas, y es todavía más pronunciada si se toma en consideración al uno por ciento más rico, que promedia un ingreso de 1,3 millón de dólares anuales y que se lleva cuatro quintos de lo que aumentaron los ingresos de todos los estadounidenses desde 1980 hasta el 2002. Los súper ricos, que representan el 0,1 por ciento de los estadounidenses, son los que más se beneficiaron con esta tendencia. Los súper ricos captan un ingreso anual promedio de 27.322.212 dólares. Y los recontra súper ricos, el 0,01 porciento de la población, reciben el seis por ciento del total de los ingresos de las familias, estadounidenses.
La enorme brecha entre ricos y pobres que aparece en sus ingresos anuales se multiplica cuando se mide la riqueza acumulada, señala el artículo. El 20 por ciento más rico es dueño del 87 por ciento de la riqueza de todos los estadounidenses y el uno por ciento tiene el 69 por ciento. Las cuatrocientas familias más ricas tienen lo mismo que la mitad más pobre, es decir dos mil individuos tienen tanto como el capital acumulado de ciento cincuenta millones de personas.
En términos raciales, el cuadro se ve así: la familia blanca promedio gana dos tercios más y tiene doce veces más riqueza que la familia negra promedio. La mitad de los hispanos y casi dos tercios de los negros no poseen activos financieros. Sin embargo, a diferencia de la desigualdad total, en términos económicos la brecha racial en Estados Unidos se ha acortado en las últimas décadas.
La autora cita un estudio de 23 países desarrollados realizado por el economista Richard Wilkinson y la antropóloga Kate Pi-ckett, en el que Estados Unidos aparece como el más desigual en términos de ingresos por persona. En ese estudio, Estados Unidos también figura primero en índices de encarcelamiento, madres menores de edad, mortalidad infantil, niños obesos, costo de cobertura médica, gasto militar y uso de drogas ilegales. En cambio, aparece en último lugar en exámenes educativos, expectativa de vida y cuidado del medio ambiente.
A pesar de ser el país del Sueño Americano, otros estudios citados muestran que la movilidad social es más difícil en Estados Unidos que en otros países del primer mundo. Uno de esos estudios muestra que Estados Unidos tiene menos movilidad social relativa que Canadá, Alemania, Francia y los países escandinavos, y que está a la par de una sociedad notoriamente clasista como es la británica. Otros estudios muestran que la clase media estadounidense se está encogiendo y que por primera vez la generación de treinta y pico gana menos que sus padres a esa edad.
La desigualdad en Estados Unidos tiene raíces que llegan hasta la etapa fundacional de su historia, continúa el artículo, ya que su normativa favorece estructuralmente a los intereses de los ricos. Un estudio muestra que entre los países occidentales desarrollados, Estados Unidos es el que tiene más actores con capacidad de frenar el cambio social. También señala que el Senado estadounidense es el de peor representación proporcional de toda la muestra de los países estudiados.
Esa desigualdad de origen creció dramáticamente en la década del ’80, cuando el entonces presidente Ronald Regan desarrolló un programa económico neoliberal para salir de la recesión creada por la crisis petrolera en Medio Oriente, la derrota de Vietnam que dispararon la inflación y el desempleo, prosigue el artículo. “La crisis creó el escenario para una nueva orientación económica del gobierno federal, caracterizado por la clásica receta neoliberal: desregulación de empresas y finanzas, renunciar a las políticas fiscales anticíclicas, fuertes recortes en el gasto social, rebaja de impuestos para los ricos y las empresas, y un nuevo marco normativo en el que predominan las soluciones del mercado para todo tipo de problemas”, señala Karl. “Irónicamente, en 1980 Estados Unidos se sometió a la misma receta que venía empujando hasta el hartazgo en América latina.”
La orientación económica de Reagan convirtió a los lobbistas en la nueva clase dominante de Washington. En 1971 había 175 firmas de lobby registradas en Washington. En 1982 ya habían trepado a 22.245. Los comités de acción política que financian las campañas crecieron de 89 en 1974 a 1682 en 1984.
La política se había vuelto muy cara y sólo los más ricos podían aspirar a los principales cargos electivos. Para las legislativas del 2010 los candidatos recaudaron un total de 1270 millones de dólares. Ese mismo año el costo promedio de una campaña para ocupar una banca en el Senado alcanzó los ocho millones y medio de dólares y para una banca en la Cámara baja, casi un millón y medio de dólares.
Mientras tanto, el sector financiero se alzaba con importantes beneficios. En 1982 el empresario promedio ganaba 42 veces más que el empleado promedio; en el 2010 el mismo empresario ganaba 325 veces más que el mismo empleado. Según otro estudio, el cambio de reglas que impulsó Reagan produjo una transferencia de entre cuatro mil quinientos y cinco mil millones de dólares al sector financiero entre 1980 y 2008.
Durante ese mismo período el esquema impositivo se alteró para favorecer a los ricos. Según el Brookings Intitution, en el 2007 el quinto más pobre de la población recibió en promedio 29 dólares en descuentos impositivos, el quinto del medio recibió 760 y el uno por ciento más rico recibió descuentos promedio de 41.077 dólares. Las familias con ingreso por encima del millón de dólares recibieron descuentos promedio de 114.000 dólares. Gracias a estos descuentos impositivos, los más pobres mejoraron sus ingresos en 0,4 por ciento, mientras que los más ricos mejoraron sus ingresos en un 5,7 por ciento. En 2010 las veinticinco empresas más ricas recibieron 304 millones de devoluciones impositivas pese a reportar ganancias por 1900 millones de dólares. La desigualdad se acentúa porque en promedio los estadounidenses pagan pocos impuestos. En 2008 la carga impositiva promedio fue del 26 por ciento, mientras que en los demás países del OCDE la carga promedio era del 35 por ciento. Entre 1982 y 1994 la carga impositiva promedio de los ricos cayó del 67 por ciento al 28 por ciento. Mientras tanto, los directivos de las principales empresas se alzaban con ganancias extraordinarias, estirando la brecha de desigualdad. En 2010, 25 CEO de las cien empresas más importantes ganaron más dinero del que sus empresas pagaron en impuestos federales. Lo que se ahorraba en el fisco solía gastarse en esfuerzos de lobby. General Electric lleva gastados 4200 millones de dólares en donaciones de campaña.
Al mismo tiempo en que los ricos aumentaban su influencia en las políticas públicas, los trabajadores perdían representatividad. En 2010 el porcentaje de afiliación sindical, que viene declinando sistemáticamente desde 1982, cayó al 11,4 por ciento (7 por ciento en el sector privado), comparado con más de 27 por ciento en Canadá y 70 por ciento en Finlandia.
Sin un sindicalismo fuerte para defender a los trabajadores, el salario mínimo se desplomó, cayendo de 9,2 dólares en los años sesenta (presidencia de Johnson), a 5,4 dólares en el gobierno de Bush, a 5,30 en el gobierno de Bush hijo, el nivel más bajo desde que se fijó el salario mínimo en 1949. Así, la brecha entre los más ricos y más pobres llegó a niveles que no había alcanzado desde la Gran Depresión de 1928.
“Las consecuencias de esta política agresivamente neoliberal se vieron a las claras en la crisis de 2008”, concluye la catedrática de Stanford. “Al combinarse la desregulación financiera y la falta de control sobre las instituciones del sector con la caída en la afiliación sindical, el declive en transferencias de ingresos, la reducción del Estado de Bienestar, el desmantelamiento del esquema impositivo progresivo y otros factores, Estados Unidos entró al siglo XXI como el país más desigual de todas la democracias ricas.”
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