Domingo, 6 de mayo de 2012 | Hoy
EL MUNDO › HOY SE DEFINE EL BALLOTTAGE ENTRE EL CONSERVADOR NICOLAS SARKOZY Y EL SOCIALISTA FRANÇOIS HOLLANDE
Sarkozy y Hollande protagonizan este domingo el duelo final que sella tres décadas de confrontaciones. Ambos pertenecen a la burguesía europeísta adinerada, pero sus trayectorias políticas los situaron en ángulos distantes.
Por Eduardo Febbro
Desde París
Cuando tenía apenas 27 años, el joven abogado Nicolas Sarkozy le escribió una nota a uno de los consejeros del difunto presidente socialista François Mitterrand. Jacques Attali recibió un breve texto que decía: “Nicolas Sarkozy, joven abogado gaullista, tiene mucha admiración por usted. Desea convertirse en presidente de la República. Le gustaría encontrarse con usted”.
Toda la ambición, la impertinencia y la osadía del presidente francés caben en esta anécdota. El hombre que lo enfrenta hoy en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales es de otra escuela. El socialista François Hollande no tiene ni esa impertinencia, ni ese brío, sino otro muy distinto. Martin Hirsch los conoce bien a los dos. Este alto funcionario con orientaciones hacia la izquierda, que fue presidente de Emaús y también miembro del gabinete de Sarkozy, los define así: “Una conversación con Sarkozy comienza con diez minutos de monólogo; una discusión con François Hollande empieza por preguntas”.
Sarkozy y Hollande protagonizan este domingo el duelo final que sella tres décadas de confrontaciones. Ambos pertenecen a la burguesía europeísta adinerada, pero sus trayectorias políticas los situaron en ángulos distantes. Sarkozy siempre despreció a su adversario. Martin Hirsch cuenta que el jefe de Estado solía decirle: “Vamos, Martin, ¿cómo podés ser amigo de un tipo como ése?”. Pero “ese” tipo le hace hoy la vida imposible: se interpuso en el camino de Sarkozy para arrebatarle la certeza de un segundo mandato. Ni en sus sueños más delirantes el presidente francés llegó a concebir que el hombre que podía sacarlo de la historia podría ese al que, en 2008 y ante el rechazo de Hollande a dar su acuerdo a una reforma constitucional, Sarkozy le dijo: “Si es así, entonces me voy a ocupar de tu caso”.
Nicolas Sarkozy es exhibicionista; François Hollande –igualmente ambicioso–, púdico. Desde que Sarkozy y Hollande surgieron como cabezas visibles de sus respectivos partidos, los dos hombres no cesaron de combatirse. Fiel a su talento y a su corte combativo, Nicolas Sarkozy siempre menospreció al candidato socialista. Durante la campaña electoral para las elecciones 2012, Sarkozy repitió hasta el hartazgo que Hollande era “nulo” y que lo iba hacer “explotar”. Sin embargo, en las elecciones europeas de 1999 Hollande ya lo había derrotado, tanto en el debate televisivo como en las urnas.
La lista conducida por Sarkozy (12 por ciento) quedó aplastada por la del Partido Socialista, dirigida por François Hollande. De todos los cálculos que hizo Sarkozy uno solo le salió bien: el jefe de Estado jamás pensó que su rival en las presidenciales sería el ex director gerente del Fondo Monetario Internacional Dominique Strauss-Kahn. El economista francés era el ultrafavorito de los sondeos, pero Sarkozy conocía sus excesos sexuales y, por consiguiente, tenía con qué neutralizarlo. Quienes están empapados en los secretos presidenciales cuentan que Nicolas Sarkozy apostó por otra mujer, la actual primera secretaria del PS, Martine Aubry –también autora de la ley sobre las 35 horas de trabajo semanales que tanto enloqueció a la derecha–. Para Sarkozy, Hollande era un hombre acabado, expulsado de la historia por la derrota que el mismo Sarkozy les infligió a los socialistas en 2007, cuando François Hollande era aún el primer secretario del PS.
Nadie hubiese apostado por él. En 2008 salió de la escena para meterse en esos túneles del tiempo de donde los políticos rara vez regresan. Sarkozy vio salir de la ruta a Strauss-Kahn, guillotinado por un escándalo sexual de grandes proporciones pero, en 2011, no advirtió que Hollande entraba en escena: apostó por la victoria de Martine Aubry en las primarias socialistas organizadas el año pasado y se equivocó.
Desde ese momento, cada mañana, cuando se levanta, los sondeos de opinión le sirven al presidente el desayuno con la misma variable: aquel hombre sereno, a quien desvalorizó y despreció a lo largo de los años, tiene mes tras mes las preferencias del electorado. Nicolas Sarkozy siguió esculpiendo su imagen con la certeza de que nadie podía ganarle.
Leyenda de sí mismo, autoalimentado por el frenesí exhibicionista y la complacencia de los medios. Hollande “encontró su propia voz”, decía hace unos días un experto en comunicación. Más bien la reelaboró a partir de un modelo: François Mitterrand, a quien le copió el estilo y hasta el concepto de “normalidad” y de fuerza que se despliega en la tranquilidad. Un ex ministro socialista, Paul Quilés, decía: “Con François Hollande tengo la impresión de revivir la campaña de 1981. Esperemos que sea hasta el final”.
Un mes de mayo de hace 30 años, el socialista Mitterrand sacó del poder a la derecha (Valéry Giscard d’Estaing). Nicolas Sarkozy ha sido el presidente candidato que salió a la pelea con las tripas; François Hollande ofreció la pedagogía y las ideas. El supuestamente débil, con un programa de izquierda, un postulado de justicia, el Estado como garante y el objetivo central de romper la hegemonía de Alemania en Europa, obligó al fuerte y al audaz a un duelo impensable. Los electores dirimirán hoy ese antagonismo. La batalla de Francia es la batalla por una Europa distinta y por la reactivación de este gran país como modelo social de una humanidad privatizada.
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