EL MUNDO › OPINION

Grave, novedoso, revolucionario

 Por Washington Uranga

Imagen: EFE.

El pontificado de Benedicto XVI en la Iglesia Católica Romana llegó a su fin anoche, cuando se concretó la renuncia del pontífice. La Iglesia está sin pontífice y a esta situación se arribó de manera inesperada, no prevista: el Papa no murió, sino que renunció. Y si bien Ratzinger prometió ayer mismo ante los cardenales presentes en Roma “respeto incondicional y obediencia al nuevo Papa”, también es cierto que en su última audiencia pública, el miércoles pasado, había advertido que “mi decisión de renunciar al ministerio petrino no revoca la decisión que tomé el 19 de abril de 2005 (cuando fue electo papa)”. En esa misma ocasión sostuvo que “no regreso a la vida privada (...) no abandono la cruz, sigo de una nueva manera con el Señor Crucificado. Sigo a su servicio en el recinto de San Pedro”.

Sólo Ratzinger podría explicar a cabalidad el sentido de sus palabras. En consecuencia, habrá que esperar que los hechos hablen por sí mismos para poder analizar esta inédita situación que habrá de vivir en pocos días la Iglesia Católica: un papa emérito que ha renunciado y otro que estará en ejercicio.

Existen muchas especulaciones acerca del sentido y las motivaciones de Benedicto XVI al presentar su renuncia. El mismo ha dicho que es “consciente de la gravedad y la novedad” del hecho de su dimisión, señalando que “amar a la Iglesia significa también tomar decisiones difíciles”.

A su favor, Ratzinger tiene la opinión de quienes señalan que la determinación implica un paso “revolucionario” no sólo para la Iglesia, sino para todos aquellos que ejercen posiciones de poder. Benedicto XVI renunció al poder (poco o mucho, según las evaluaciones de cada uno). Y éste no es un hecho muy habitual en el escenario político, cultural y religioso del mundo contemporáneo. Desde otra vereda hay quienes señalan, desde dentro de la Iglesia y desde fuera de sus filas, que la renuncia del Papa es una clara manifestación de impotencia frente a los graves problemas que enfrenta la institución eclesiástica. A mitad de camino entre una y otra posición puede decirse también que, a pesar de que al dar gracias “a todos los que me han acompañado” el Papa dijo que “nunca me he sentido solo”, la verdad es que Benedicto XVI inició un camino de “limpieza” en temas tan graves como la corrupción económico-financiera, la pedofilia y el abuso del poder en la Iglesia y que esta tarea quedó, por lo menos, a mitad de camino porque las divisiones, los enfrentamientos y las resistencias impidieron seguir avanzando. Los cardenales con más poder, los involucrados, no acompañaron la decisión de buscar transparencia, de aclarar y limpiar. Es una tarea que Benedicto XVI no pudo o no quiso concluir y ahora traslada la responsabilidad a los cardenales en un doble sentido: tomar medidas, lineamientos de acción para la Iglesia y elegir a quien debe conducir la nueva etapa como papa.

¿La renuncia ha sido una estrategia de Ratzinger para obligar a que se adopten acciones decisivas? ¿Una forma de desarticular las resistencias? ¿Una manera de romper las trenzas del poder vaticano? ¿Una manifestación de impotencia? Nadie lo sabe a ciencia cierta. En los días posteriores al anuncio de su dimisión, Ratzinger no evitó la referencia a los problemas, a la crisis, a las dificultades. Por el contrario. Y dijo también que la Iglesia “no es una institución inventada por alguien, construida sobre una mesa, sino una realidad viviente, que vive transformándose aunque su naturaleza sigue siendo siempre la misma, ya que su naturaleza es Cristo”. Quizá le faltó decir que es una institución integrada por hombres, con sus limitaciones, sus ambiciones de poder y, para usar un término religioso, con sus “pecados” a cuestas.

Benedicto XVI ya está en Castelgandolfo. Allí se retiró voluntariamente para dejar –dijo– en libertad a los cardenales. En un reportaje realizado por el periodista Di Stefano Baldolini y difundido ayer por el portal estadounidense The Huffington Post, el teólogo suizo Hans Küng –quien fuera colega de Ratzinger en el Concilio Vaticano II– puso en duda el efectivo retiro del pontífice. “Es muy peligroso tener a un ex papa vivo en el Vaticano mismo –afirmó–. Al principio pensé que retirarse a un convento a rezar era una buena decisión. Pero ya veo que ése no era el plan”, dijo. Para Küng, desde su lugar de papa emérito Ratzinger puede ejercer una “interferencia secreta, no controlable” porque, a pesar de que sostiene que “está afuera”, seguirá estando “en el corazón del Vaticano”. El teólogo suizo –que tiene la misma edad del pontífice renunciante– asegura que oficialmente no se conocerán cruces, pero habrá “innumerables entrevistas” y una “comunicación continua entre el palacio papal y el papa emérito”.

Según Küng, la renuncia fue preparada durante largo tiempo por Ratzinger y “es parte de una estrategia clara”. Para fundamentar su afirmación da cuenta de recientes designaciones en la curia romana que estarían configurando una suerte de “nuevo nepotismo”. Entre tales nombramientos menciona que el sacerdote Georg Gaenswein, secretario de Ratzinger, es también la cabeza de la Casa Pontificia, que maneja las audiencias y el ceremonial. Y que nombró el año pasado como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio) a Gerhard Ludwig Müller, antiguo obispo de Ratisbona (Alemania), hombre sumamente conservador, amigo y discípulo de Ratzinger y muy resistido por sus colegas del episcopado alemán.

¿Puede el cónclave modificar esta situación? Está en condiciones de hacerlo, tiene la potestad para ello. No existen muchos indicios que así lo indiquen. Un análisis del perfil de los cardenales que participarán del consistorio no permite, por lo menos a primera vista, adelantar grandes cambios de rumbo. Salvo, claro está, que por ejemplo el informe reservado sobre el estado de la Iglesia, sus problemas, las corrupciones y los manejos del poder que el propio Ratzinger pidió a los cardenales Julián Herranz (español, 82 años), Salvatore De Giorgi (italiano, 82) y Jozef Tomko (eslovaco, 88) y que será puesto a disposición del cónclave contenga elementos decisivos que obliguen a tomar decisiones drásticas. Muchas de estas preguntas quedarán develadas en las próximas semanas. Otras seguirán enterradas en el hermetismo del poder eclesiástico.

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