Viernes, 16 de agosto de 2013 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Norberto R. Méndez *
Es importante prestar atención a las perspectivas de desestabilización que se ciernen en el escenario del Medio Oriente como consecuencia del golpe de los militares egipcios que derrocaron al gobierno constitucional de Mohamed Mursi. El enfrentamiento sangriento entre los seguidores del presidente depuesto y los “revolucionarios democráticos”, que son apoyados abiertamente por los golpistas, ya está amenazando a otros actores del vecindario. La crisis local estaría configurando un ordenamiento regional nuevo que no se imaginaba luego del triunfo de los movimientos que provocaron la denominada Primavera Arabe. Los acontecimientos actuales muestran que se habría constituido un eje Arabia Saudita-Qatar-Israel-EE.UU. que apoya a los militares ante el temor de un desmadre generalizado en toda la región. La matanza que hoy presenciamos entre sostenedores del ex presidente y los grupos liberales sedicentes democráticos están convirtiendo al Nilo en un río de sangre que puede desbordar por toda el área.
Israel encendió la luz de alarma desde que las Fuerzas Armadas egipcias derrocaran a Hosni Mubarak. Este les había asegurado un frente sur calmo por varias décadas, sobre todo porque los militares egipcios fueron la piedra basal que aseguró el predominio de EE.UU. y sus aliados desde que El Sadat se pasara al bando occidental tras la firma de la paz con su archienemigo Israel. La estabilidad de su sucesor Hosni Mubarak era apuntalada por los millones de dólares que aportaba Washington a las fuerzas armadas egipcias y por ello constituían una garantía para el Estado judío. Los actuales golpistas también son preferidos por Israel, ya que los Hermanos Musulmanes apoyaron a Hamas al principio de su mandato y en la actualidad Tel Aviv teme que la resistencia popular a los militares termine siendo canalizada por los extremistas jihadistas. Ya se han producido ataques misilísticos desde el Sinaí contra el sur de Israel, lo que refuerza el interés de los israelíes por el afianzamiento del nuevo gobierno de su vecino. La continuidad de la colaboración entre las fuerzas armadas egipcias e israelíes es vital para la seguridad del Estado de Israel y es política de Estado desde la paz de Camp David que firmó con el ex presidente El Sadat en 1979.
Si bien los países más ricos del Golfo fueron acusados en su momento de apoyar a los Hermanos Musulmanes, las petrocracias del Golfo juguetearon al principio con la idea de que un Egipto gobernado por la Hermandad Musulmana establecería un régimen cercano al ideario de un islamismo político de tipo moderado, pero que contuviera firmemente a los islamistas salafistas. Sin embargo, hoy en día miran con aprehensión el enfrentamiento interno egipcio por lo que han decidido apoyar con firmeza al nuevo gobierno dictatorial para que no se produzca una oleada jihadista que termine afectando sus propios sistemas conservadores. Tanto Arabia Saudita como Qatar financiaron y brindaron ayuda militar a las fuerzas más reaccionarias durante la llamada Primavera Arabe.
Así como Egipto fue una pieza vital para la defensa de Arabia Saudita durante la Guerra del Golfo, en la actualidad la monarquía wahabita interviene abiertamente contra todos aquellos que considera potenciales aliados del estado que considera su mayor amenaza, la República Islámica de Irán. Son también los países del Golfo y Turquía los que arman y apoyan a los grupos rebeldes ligados a Al Qaida que libran feroz contienda contra el gobierno sirio de Bashar Al Assad. Esta aparente contradicción de la política exterior de Arabia Saudita (apoyar a Al Qaida en Siria, Irak y Libia pero no tolerarla en su propio país) demuestra que las afinidades sectarias no son la determinante principal de la política exterior de muchos países musulmanes que hacen gala de ser férreos defensores del Islam porque en realidad favorecen las políticas que justifican su razón de Estado. Esta, entre otras razones, explica la solidaridad de Riad con los militares egipcios.
EE.UU. insta a los militares egipcios a que detengan la represión contra los sostenedores de Mursi, pero sigue sin calificar de golpe el desplazamiento forzado del presidente y aboga por una pacificación por los mismos temores de sus aliados en Medio Oriente. Sobre todo en un momento en el cual Washington intenta resucitar a las moribundas negociaciones de paz en el conflicto palestino-israelí. Para este propósito es crucial contar con el apoyo de un Egipto estable.
La festividad de Eid Al Fitr que señala el fin del sagrado mes de Ramadán no podrá ser celebrada entre hermanos porque el poder militar ha preferido la guerra interna para afianzar su poder y el de sus mandantes.
* Analista internacional, profesor de la UBA.
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