Domingo, 4 de octubre de 2015 | Hoy
EL MUNDO › “EN LA ESCUELA NOS CONDENABAN”
Por Marcelo Justo
El genocidio entre 1965 y 1967 y las tres décadas de gobierno de Suharto, que cayó en 1998 arrasado por la crisis financiera asiática, emparientan al caso indonesio más con una España sin guerra civil que con Argentina o incluso con los 17 años de dictadura pinochetista en Chile. El tiempo es la gran diferencia. A pesar de que Suharto cayó hace 17 años y murió en 2008, la misma élite ha seguido gobernando. Los hijos y nietos de los asesinados o encarcelados han tenido que convivir con los hijos y nietos de los genocidas bajo esa gigantesca ficción que niega la matanza y convierte a los asesinos en héroes.
La historia personal de Soe Tjen Marching, que pertenece a la perseguida minoría china, muestra la escisión psicotizante de una sociedad que vive en la más absoluta negación del pasado. “En 1977, mi madre me envió a una escuela cristiana privada para protegerme de una historia que recién en estos dos últimos años he conseguido averiguar. En esta escuela me decían que los que no creían en Dios sufrirían en la eternidad del infierno y me hablaban de los crímenes que habían cometido los comunistas. En mi casa, en cambio, mi padre me decía que Dios no existía y que los comunistas eran buenos”, señaló a Página/12.
En la escuela, el documental oficial sobre los hechos, Pengkhianatan G30SPKI (“La traición del Partido Comunista de Indonesia”, aún obligatorio en la escuela primaria y secundaria) mostraba a comunistas asesinando a musulmanes en las mezquitas y a la organización feminista Gerwani, que antes de Suharto llegó a tener más de un millón de miembros, danzando alrededor de un grupo de generales asesinados y castrados. “Cuando uno de los maestros se enteró de que mi padre había estado en prisión por comunista me dijo que era un pecador y que yo también lo era. Crecí con esta división. En la escuela condenaban a los hijos de comunistas. En mi casa mi padre, que era comunista, era dominante y estaba siempre de malhumor. Mi madre no quería hablar sobre lo que le había pasado y cuando mencionaba el tiempo que papá había pasado en la cárcel mentía diciendo que había estado allí por un problema de dinero. Con esa mezcla de mensajes e historias quise ser una monja, pero también una mártir perseguida como mi padre”.
Cuando su padre murió poco después de la caída de Suharto en 1998, su madre le dijo que le iba a contar la verdad. En esta nueva versión a 33 años de los hechos su padre nunca había estado en el Partido Comunista, pero había ayudado a organizaciones de izquierda, por lo que había terminado preso. “Comencé a averiguar por mi lado. Cuando un editor en Indonesia me dijo que podía publicar mi historia, mi madre me rogó que no lo hiciera. Tenía miedo y me dijo que podía publicarla, pero en inglés y en el extranjero. Cuando ya vivía en Londres, poco antes de regresar de un viaje a Indonesia en 2013, mi madre me dijo que quería hablar conmigo. Solo allí me enteré que mi padre había sido miembro del comité ejecutivo del Partido Comunista en Java del Este. Se había salvado porque lo acababan de nombrar cuando ocurrieron los hechos de 1965 y mamá quemó todos los documentos vinculados con su militancia, de manera que cuando el ejército llegó a casa no encontró nada. Pero la sensación es que no sé qué otros secretos tiene mi propio pasado familiar”, indicó a Página/12 Soe Tjen Marching.
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