Domingo, 1 de noviembre de 2015 | Hoy
EL MUNDO › BAJO UN CLIMA DE CRISIS Y VIOLENCIA
La campaña electoral en Turquía concluyó ayer, en vísperas de unas elecciones legislativas que probablemente no pongan fin a la inestabilidad en un país con un gobierno acusado de deriva autoritaria y confrontado a los jihadistas y la reanudación del conflicto kurdo.
El primer ministro saliente, el islamista conservador Ahmet Davutoglu (foto), y los jefes de los tres principales partidos de la oposición con representación parlamentaria, movilizan por última vez a sus simpatizantes con la esperanza de dar un vuelco a los sondeos, que pronostican para el domingo resultados similares a los salidos de las urnas hace cinco meses.
El 7 de junio, el partido del presidente islamista conservador Recep Tayyip Erdogan sufrió un revés. Logró un 40,6 por ciento de los sufragios, pero perdió la mayoría absoluta que tenía desde hacía 13 años en el Parlamento. Desde entonces Turquía está sumida en la inestabilidad. Este revés enterró, al menos de forma provisional, la ambición de Erdogan de imponer a su país una superpresidencia con prerrogativas reforzadas. Pero, convencido de poder recuperarse, Erdogan dejó que las negociaciones lideradas por Davutoglu para la formación de un gobierno se estancaran y programó elecciones anticipadas. Los sondeos otorgan esta vez a su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) entre 40 y 43 por ciento de la intención de voto, un resultado insuficiente para gobernar solo. “Lo que está en juego sobre todo es si las elecciones reducirán o reforzarán el poder de Erdogan”, consideró el analista Asli Aydintasbas, del consejo europeo sobre las relaciones exteriores.
En las últimas semanas, la segunda campaña electoral del año tuvo lugar en un clima tenso. El conflicto armado que opone desde 1984 los rebeldes del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) a las fuerzas de seguridad turcas se reanudó en el sudeste del país, de mayoría kurda, enterrando así el proceso de paz iniciado hace tres años. Y la guerra que arrasa Siria desde hace cuatro años alcanzó a Turquía. Después de un atentado en julio en Suruç (sur), dos activistas del grupo jihadista Estado Islámico (EI) cometieron otro, durante una manifestación prokurda, en Ankara, que mató a 102 personas.
Este aumento de la violencia preocupa sobremanera a los aliados occidentales de Turquía, empezando por la Unión Europea, sometida a un creciente flujo de refugiados, en su mayoría sirios, procedentes de su territorio. Este clima, unido a la reciente desaceleración económica, pone en apuros al partido de Erdogan. Aunque esta vez renunció a hacer campaña como en junio, el jefe del Estado influyó presentándose como garante de la seguridad y repitiendo que prefería un “gobierno de un solo partido”.
“Los comicios deben permitir mantener la estabilidad y la confianza”, repitió el sábado. Este mismo día, en Adana (sur), el jefe del Partido de la Acción Nacionalista (MHP, derecha), Devlet Bahçeli, denunció por su parte la voluntad “autocrática” de Erdogan. En este contexto, los analistas políticos temen que los resultados electorales desemboquen en negociaciones de coalición, que si fracasan supondrían nuevas elecciones dentro de unos meses.
Casi 400.000 policías y gendarmes velarán por la seguridad de los comicios, sobre todo en el sudeste del país, escenario del conflicto kurdo. En estas regiones, “la libertad de hacer campaña se ha visto obstaculizada considerablemente por las malas condiciones, en particular en las zonas especiales en las que se decretaron toques de queda”, se alarmó esta semana la misión de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE).
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