Lunes, 18 de abril de 2016 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Martín Granovsky
Al llamado de un señor con gemelos y sonrisa sardónica, los diputados iban pasando uno a uno para gritar su voto delante del micrófono.
Diez diputados del Estado de Pará votaron Sí a la admisibilidad del juicio político. Siete votaron No. Uno se abstuvo.
A las seis y media de la tarde, en Pará había ganado el golpe.
Ubicado al norte, recostado contra Surinam y el Atlántico, Pará cobija la mayor reserva de mineral de hierro del mundo y es una zona rural. En una superficie de 1.253.164 kilómetros cuadrados (cuatro provincias de Buenos Aires o una Colombia) viven casi ocho millones de habitantes.
El 17 de abril no es un día cualquiera para el Estado. Ayer se cumplían 20 años exactos de la masacre de Eldorado do Carajás, en Pará, cuando 19 trabajadores rurales fueron asesinados por la policía. El periodista Eric Nepomuceno, uno de los corresponsales de Página/12, reconstruyó la historia en su maravilloso libro O Massacre. Califica los asesinatos como “una de las más frías y emblemáticas matanzas de la historia contemporánea de Brasil”. Todos pertenecían al Movimiento de los Sin Tierra, la mayor organización social fuera de los sindicatos.
Hace 20 años Pará tenía registrados 18 mil campesinos en estado de servidumbre. Como el salario no les alcanzaba, quedaban atados al patrón, el fazendeiro, por los vales de almacén. Cuenta Eric que en 2004, ya durante el gobierno de Lula, la familia de hacendados Mutran fue multada en 435 mil dólares por trabajo esclavo. Según la Pastoral de Tierra del Episcopado, solo entre 1971 y 2004 fueron asesinados 772 campesinos por reclamar tierras. “Es más peligroso matar un buey que un hombre”, escribió Eric. “Los matadores de ganado normalmente son apresados y condenados; los matadores de hombres quedan impunes.”
A las cinco de la tarde del miércoles 17 de abril de 1996 155 efectivos de la Policía Militar y quizás también pistoleros parapoliciales dispararon contra 2500 manifestantes del MST.
El gobernador era Almir Gabriel, del Partido de la Socialdemocracia Brasileña, el mismo que encabezaba el entonces presidente Fernando Henrique Cardoso. Lo recordó ayer Valmir Assunçao, diputado del PT por Bahía. Gabriel fue quien dio a la PM la orden de dispersar la marcha. Murió en 2013 sin haber sido investigado ni procesado. La Justicia solo condenó a un coronel y a un mayor. No la pasaron muy mal. Fueron detenidos en noviembre de 2004 y liberados al año siguiente.
El 17 de abril quedó consagrado como Día Mundial de la Lucha por la Tierra.
Ninguno de los diez diputados que ayer votó Sí recordó la matanza. Uno gritó que votaba Sí “contra los ladrones del PT”. Otro vociferó que votaría Sí porque “tengo una familia y un hijo de cuatro años y no quiero que le enseñen sexo en la escuela”.
Sin embargo, esos legisladores de Pará y los otros que votaron Sí comenzaron a cortar un proceso social de integración que necesitaba décadas para afirmarse y ahora puede quedar inconcluso.
Eduardo Cunha (foto), presidente de la Cámara de Diputados y dueño de la sonrisita a lo Giulio Andreotti, es la cara visible de la conspiración para tumbar a Dilma y destruir al Partido de los Trabajadores. La Corte Suprema lo procesó el mes pasado por corrupción en el sistema multimillonario de coimas de Petrobras. Ultraconservador, es autor de proyectos para instituir un Día del Orgullo Heterosexual y penar con 10 años a los médicos que ayuden a abortar.
Cunha pasó por partidos menores y terminó recalando en el Partido del Movimiento Democrático Brasileño, una constelación de jefes estaduales ligados a los poderes locales sin cuyos representantes en el Congreso nadie puede gobernar Brasil. El PMDB fue aliado de Cardoso, aliado pasivo de Lula y después aliado activo del PT, a tal punto que Lula promovió al pemedebista Michel Temer como vicepresidente de Dilma en 2010 y de nuevo en 2014. El PMDB cogobernó mientras pudo obtener ventajas y dejó de hacerlo cuando la crisis económica empezó a notarse en el PBI, que este año puede achicarse un 4 por ciento. El entramado de alianzas se basó en la confluencia de intereses y en la lubricación por coimas. Cuando la crisis y la impericia de Dilma en la gestión presidencial pusieron incómodo al principal aliado, salió a la superficie la lubricación compartida por legisladores del PMDB, del PSDB y por algunos legisladores o funcionarios del PT.
A la suma de corrupción más recesión más conspiración es difícil ganarle. Una presidenta paralizada políticamente quiso huir hacia adelante con un ajuste y un ajustador ortodoxo. El PMDB se corrió para que el descrédito cayera sobre el PT, Dilma y Lula. Si el Senado desplaza a Dilma por 180 días quedará Temer en el Planalto, que por cierto no promete continuar con las políticas neodesarrollistas de Lula sino superar la ortodoxia de Joaquim Levy, el primer ministro de Hacienda en el segundo mandato de Dilma.
Ni el PMDB en versión Cunha-Temer ni el PSDB de Aécio Neves están lejos de Almir Gabriel, aquel gobernador de Pará que ordenó matar. Pero el PT, que siempre encarnó a las fuerzas opuestas a los fazendeiros, quedó enredado y a la defensiva. Parecía imposible imaginar entonces este capítulo para un partido que solo siete años después de la matanza, en 2003, comenzó con Lula la reparación social más imponente de la historia de Brasil.
Los diputados que ayer gritaban como salvajes no son una rareza. Simplemente, su monstruosidad fue televisada. Así funciona Brasil. En circunstancias críticas afloran los valores racistas, clasistas y esclavócratas. Los trabajadores de hoy serían como los esclavos del siglo XIX o como los reducidos a servidumbre en Pará y no deberían molestar asomándose a la casa grande de los amos. Esos valores se trasladan a toda la elite y cubren con una ideología tradicionalista y grotesca los intereses de los bancos transnacionales, el gran empresariado nacional que enarbola la bandera “Renuncia ya” en la sede de la Federación de Industriales de San Pablo, los tránsfugas del sistema político y los medios gigantescos, que en el caso de la televisión abierta conforman un monopolio como Globo. Fue notorio ayer el tono prepolítico de muchos diputados que votaron por el Sí. Algunos invocaron a sus electores. Pero los más mencionaron a sus padres, a sus hijos, a su familia e incluso a sus amigos como fuente legitimadora del voto. O dijeron que votaban Sí “contra el comunismo”, como Jair Bolsonaro de Río, que honró al torturador de Dilma durante la dictadura Brilhante Ustra.
Los motivos del No fueron claros. Como dijo Marcelo Castro, un miembro dilmista del PMDB, Dilma es honesta, Dilma no robó, Dilma no tiene empresas ni cuentas en el exterior, o sea que no hay delito. Y sin delito el juicio es un golpe.
Si después de la admisibilidad votada ayer en Diputados el Senado desplaza a Dilma y, peor, si luego la echa, habrá que releer el análisis de Ciro Gomes. Ex ministro de Lula y opositor a Dilma, pero sobre todo contrario al impeachment, dijo en la revista Carta Capital que si el golpe se consuma “no veo posibilidades de gobierno estable en los próximos 20 años”. Describió que en el odio y la rabia confluyen tres grandes grupos: los electores frustrados de Neves, los afectados por la decadencia económica y los impactados por “novelización del escándalo a cargo de los grandes medios”. Cunha sería la síntesis de esa triple negación. Y Temer, la encarnación “de la ilegitimidad del gobernante y del entreguismo a los intereses internacionales, flagrantemente metidos en este asunto sobre todo cuando hablamos de petróleo”.
El voto de ayer es una horrible noticia para la Argentina. Mauricio Macri fue endiosado por los megaindustriales de la Fiesp. Pero la persistencia de la caída económica y la crisis política en el principal socio de la Argentina achicará aún más las chances de recuperación económica. Golpeará directamente en la industria automotriz y menguará las exportaciones industriales.
La admisibilidad del impeachment es una derrota propia para los millones de argentinos y de sudamericanos que simpatizan con la protección de derechos laborales, con una mayor intervención del Estado, con políticas reformistas, con la integración y con la carta de los Brics como alternativa en materia de financiamiento sin condicionalidades conservadoras.
El Congreso brasileño está retrasando la historia en Brasil y en toda Sudamérica.
Como dijo Patrus Ananias, del PT, voto número 100 contra el juicio político, “es un golpe contra los pobres”.
El golpe de los esclavócratas.
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