Domingo, 12 de junio de 2016 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Eric Nepomuceno
Desde Río de Janeiro
Hoy Michel Temer cumple un mes ejerciendo interinamente la presidencia de Brasil. Mañana será un lunes como todos desde su llegada al sillón presidencial: pura tensión.
Los dos primeros lunes de su interinato fueron marcados por la dimisión de ministros. Para impedir que se transformase en costumbre, Temer optó por mantener en su gobierno a otros altamente sospechosos. No quiso confirmar los lunes como días de cese de ministros acusados.
Ahora, el tema es otro: a partir de mañana, y a cualquier momento, pueden surgir explosivas novedades - todas negativas para el PMDB, el partido de Temer- en el ámbito judicial. Es algo insólito: o se catapulta a determinado ministro por órdenes de Temer, o se teme que la justicia se haga cargo.
En este turbulento mes el interino no salió a la calle una única, solitaria vez. Su residencia particular en un barrio elegantote de San Pablo está rodeada de vallas. Es que hasta sus vecinos, que no son exactamente representantes de las camadas más populares, arman veladas protestando contra el golpe institucional que lo instaló en el sillón presidencial. Por eso y por otras cositas más Temer vive recluido en su interino bunker.
Sus ministros, mientras, son abucheados por donde andan, y eso significa tanto en Brasil como en el exterior. Las manifestaciones contra el golpe institucional se repiten casi que a diario.
Hay de todo un poco, de cortes de vías a sorpresas en teatros y casas de espectáculos. En los escenarios, tanto de Brasil como en los que grupos brasileños se presentan en el exterior, se reproducen las manifestaciones contra el golpe institucional. Son manifestaciones parecidas a la que se vio en el Festival de Cannes, cuando el equipo de la película brasileña subió al escenario con carteles denunciando el golpe.
La popularidad del interino que no puede aparecer en público, a no ser en ambientes cerrados y con una platea previamente seleccionada, ronda la casa de los 11%. Otro fiasco más para quien esperaba travestirse de salvador de la patria.
Los gestos de mezquindad y grosería dirigidos a la mandataria electa y temporariamente apartada de su mandato se reiteran. El viernes, al salir del hotel donde se alojó en San Pablo, Dilma Rousseff fue informada que el interino había rehusado cubrir los gastos de su instancia. Antes, Temer ya había ordenado suspender la entrega de flores en la residencia presidencial a que Dilma tiene derecho de ocupar hasta que se decida su futuro. Luego, la compra de alimentos.
También de esos pequeños detalles se constituye el interinato de Temer.
Pasado un mes, un único segmento revela cierto entusiasmo por el interino: el mercado financiero. Hasta el empresariado parece más bien tímido a la hora de aplaudir medidas ansiadas, como las privatizaciones, la pérdida de la soberanía sobre el petróleo de aguas ultra-profundas, el llamado ‘pre sal’, el durísimo ajuste fiscal, la brutal disminución del Estado.
Esa timidez se debe principalmente a la incertidumbre sobre cuáles serán las condiciones efectivas para que las medidas sean implantadas.
Es verdad que el mismo Congreso que boicoteó vigorosamente cualquier iniciativa de Dilma Rousseff ahora aprueba, a todo vapor, las mismas medidas cuando presentadas por Temer. Pero es igualmente verdad que Temer depende de su principal aliado, Eduardo Cunha, apartado de la presidencia de la Cámara de Diputados por determinación estricta del Supremo Tribunal Federal.
Tener a un bandolero contumaz como principal soporte aclara muchas cosas no solo relacionadas a Temer, pero a todo golpe institucional.
Y es precisamente en este punto que reside el gran peligro. La fiscalía general pidió al Supremo Tribunal Federal que autorice la detención de cuatro de los principales caciques del partido de Temer: el ex presidente José Sarney, el senador Romero Jucá, el presidente del Senado y del Congreso, Renan Calheiros, y el inevitable Cunha.
Hoy por hoy, es muy poco probable que la instancia máxima de la justicia determine la detención del presidente del Congreso y del todopoderoso cacique José Sarney. Con relación a Jucá, es igualmente difícil que se decida por una medida tan drástica.
La situación de Cunha es distinta. Está enredado en un esquema palpable, concreto. Sobran pruebas concretas. Suspender definitivamente su mandato significará mandarlo derechito a las manos de la justicia común, sin ningún privilegio legal.
Si Eduardo Cunha sale de sus delirios de grandeza, asume su verdadera situación y decide contar lo que sabe, será el caos.
Nadie del PMDB escapará, y una de las primeras cabezas será precisamente la de Michel Temer. Además, Cunha tiene el control sobre al menos 200 – hay quienes digan que sobre unos 250– de los 513 diputados.
Y es precisamente esa sombra la que paira y domina los cielos que cubren las noches de Temer.
El aceptó encabezar el golpe urdido por Cunha, llevado adelante por el cacicazgo del PMDB y con apoyo total de los dueños del dinero.
Y sabe, a cada instante de su vida sabe, que todo podrá derrumbarse como un castillo de cartas marcadas. Basta con que uno, solamente uno, de los caciques decida contar lo que hizo.
Decida, como se dice en el léxico policíaco, cantar. Si eso ocurre, Pavarotti habrá sido un mudo.
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