Domingo, 10 de julio de 2016 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Héctor Barbotta
Desde Sevilla
La visita de Barack Obama a España tras la cumbre de la OTAN de esta semana en Varsovia incluía una doble excursión al sur del país: una visita protocolar a Sevilla -detrás de las que algunos analistas veían una maniobra de la Casa Real para fortalecer la figura de la líder del PSOE Andaluz, Susana Díaz, recambio en el PSOE por el que apuestan las élites económicas españolas- y una posterior a Rota, en la costa atlántica de la provincia de Cádiz a escasa distancia del Estrecho de Gibraltar.
Los sucesos de Dallas obligaron a modificar una agenda en la que ya no cabía la fotografía de un presidente paseándose por la ciudad monumental desde la que se administró la conquista y colonización de América y disfrutando de un concierto flamenco mientras el conflicto racial incendia su país. Que pese a los cambios de programa se haya mantenido la visita a la base militar de Rota demuestra el carácter estratégico que este emplazamiento ha adquirido en la política de defensa de Estados Unidos. Se trata de la primera visita de un presidente norteamericano después de que en 1953 un acuerdo entre Franco y Eisenhower diera lugar a la instalación de cuatro bases militares estadounidenses en territorio español: tres aéreas y una, la de Rota, aeronaval.
Las instalaciones, donde conviven 4200 militares norteamericanos con sus familias y 2000 españoles, están en la costa suroccidental de la Península Ibérica y bañadas por aguas del Atlántico, pero se trata de una localización engañosa. La importancia de la base no mira ni al sur de Europa ni al Atlántico; apunta al Mediterráneo y al norte de África.
En la estrategia de Estados Unidos, la base de Rota –prácticamente una pequeña ciudad norteamericana en suelo español con sus canchas de béisbol, sus chalés ajardinados y sus pizzerías y restaurantes de hamburguesas– cumple el mismo papel de un portaaviones gigante. En caso de crisis las fuerzas de intervención allí asentadas, como las de la vecina base sevillana de Morón de la Frontera, pueden dar el salto en operaciones relámpago al Sahel, el Magreb o cualquiera de los territorios donde la influencia yihadista no para de crecer.
Su mayor relevancia para la OTAN, sin embargo, reside en el ‘escudo antimisiles’, un sistema de defensa instalado en cuatro destructores con base permanente en Rota y cuya implantación en aguas españolas se acordó durante la etapa final del gobierno del socialista Rodríguez Zapatero y se implantó tras la llegada del conservador Mariano Rajoy.
Estados Unidos justificó este nuevo despliegue militar en el aumento del número de países que cuenta con esa clase de armamento estratégico, considerados por los norteamericanos como una amenaza para sus aliados del Mediterráneo, especialmente Israel. Aunque el objetivo declarado de este sistema de defensa son los países potencialmente hostiles en el Mediterráneo y Oriente Medio, donde más ampollas levanta es en Moscú, que se resiste al continuo desplazamiento hacia el Este de la frontera oriental de la OTAN desencadenado por la imparable occidentalización de las ex repúblicas soviéticas.
En España no faltan las voces que advierten de que la importancia que ha adquirido la base aeronaval de Rota pone a este país en el punto de mira como objetivo prioritario de posibles acciones bélicas o de atentados terroristas. La visita de Obama, mantenida pese a los acontecimientos de Dallas, pretende ahuyentar esos temores y alentar a la élite política española, la del gobierno y la de la oposición, a no albergar dudas sobre el rumbo que Felipe González marcó hace 30 años cuando decidió que el papel de España en la geopolítica mundial no es otro que el de socio subalterno de la alianza militar encabezada por Estados Unidos.
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