EL MUNDO › COMO VIVEN LOS DELEGADOS A LA CONVENCION LAS VISPERAS ELECTORALES
Cuando el aire de Boston huele a victoria
Por José Manuel Calvo *
Desde Boston
Cada cuatro años, los más fieles de entre los fieles de los partidos pasan una semana inolvidable, la semana de la Convención. En el ritual político norteamericano, es el momento en el que cicatrizan las heridas abiertas en las primarias: el partido cierra filas y se prepara para la batalla electoral. En Boston, los demócratas viven la euforia de la resurrección –Bush parecía imbatible hace pocos meses– y están convencidos del triunfo. El senador John Kerry preparaba su discurso de hoy, cuando será elegido candidato demócrata a la presidencia en esa ciudad de su estado natal, Massachusetts, donde desembarcó ayer junto a algunos de sus compañeros de tripulación en la Guerra de Vietnam.
“Esta es la vez que más unido he visto al Partido Demócrata. Esta es la primera vez desde hace 40 años en la que todos los demócratas están remando en la misma dirección”, asegura Tom Chorlton, de Carolina del Sur, por encima de las notas del “Go, Johnny, go” interpretado por Chuck Berry. “Yo creo que hay un clamor en el país entero a favor del cambio, y creo que lo vamos a ver en noviembre, porque la gente ha entendido que nos engañaron a todos en Florida hace cuatro años”, afirma Roseanne Zebbro, de Minneapolis, que tiene tanto apuro por llegar a su sitio que la última frase la dice a voces: “Vamos a ganar, hablo con mucha gente y la mayoría quiere el cambio”.
Braddy Prestige, de Texas –“el Estado de Bush”, recuerda, sonriendo–, lleva ya seis Convenciones y está de acuerdo: “Veo mucho más entusiasmo que en las anteriores. Creo que el partido se ha unido por oposición a Bush”. “Hay mucha alegría, mucha unión, mucho optimismo, mucha esperanza”, dice Matty Lazo-Chadderton mientras busca su sitio en la zona de la delegación de Carolina del Norte.
Dentro del recinto, pocos atienden a los primeros oradores. Las horas más intensas son entre 9 y 11 de la noche. A las cuatro de la tarde, los delegados y los invitados se abrazan, ríen, hablan por el móvil para decir que ya están en la Convención, quedan para la fiesta de la noche y se hacen fotos con Ben Affleck. En medio de todo el colorido, entre los gorros, las insignias, el delegado de Wisconsin con un queso gigante en la cabeza y la delegada de Georgia con un sombrero de luces de colores, hay asistentes de una intensidad casi perturbadora, como Beverley Fox-Miller, de Arizona, que devora las intervenciones y analiza los discursos. ¿Qué espera esta mujer de 37 años de las elecciones? “Espero grandeza. Espero que tengamos un nuevo presidente en noviembre.” ¿Posibilidades? “Muchas. Estoy segura.”
¿Seguirá la mayoría del país estos razonamientos? No, porque la polarización es fuerte. Las Convenciones se hacen para convencer a los convencidos. Pero también para enviar un mensaje a la minoría que decide, la que cambia de voto. Así lo explica Chorlton: “Pase lo que pase, el 45% de los norteamericanos votarán a Bush y el 45%, a Kerry. Hay un 10% en el medio que es por el que estamos luchando”.
Los delegados lloran con el 11-S, ríen con su adorado Clinton y descubren a sus futuros dirigentes. Es una semana eléctrica que los lanza a 100 días de campaña. Los demócratas creen que el aire del verano de Boston, el aire húmedo del océano y del río, huele a victoria. Chorlton siente que se juega algo serio: “Si Bush y Cheney ganan otra vez, creo que este país tomará casi irremediablemente un rumbo equivocado, y me preocupa mucho a dónde nos puede llevar. Es una elección muy importante, la más importante de mi vida”.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.