Jueves, 14 de diciembre de 2006 | Hoy
EL MUNDO › EL NIETO DEL GENERAL ASESINADO CARLOS PRATS ESCUPIO EL CADAVER DE PINOCHET
Con un gesto que resumió el pensamiento de millones de personas, el nieto del comandante en jefe de Salvador Allende salivó el féretro del dictador, que recibió los honores militares que le fueron negados a su abuelo asesinado en Buenos Aires.
Por Christian Palma
Desde Santiago
“Los cuervos, no hay duda, en las ramas, el monzón verde y furibundo, el escupitajo escarlata en las calles desmoronadas, el aire espeso, pero dónde, pero dónde estuve, quién fui? No entiendo sino las cenizas”
Pablo Neruda.
Fueron horas mezclado con las hordas fascistas, de las más coquetas que se amontonan a vivir desde la Escuela Militar al Oriente. Los barrios más pitucos de este recargado Santiago con aires primermundistas. Todos en fila ordenaditos, sudorosos, nerviosos, pasito a pasito acercándose para dar el último adiós al tirano, en su gris lecho de muerto. “Todo vale la pena”, decían las ancianas, las embarazadas y hasta los inválidos que se iban moviendo entre la masa hipnotizada otra vez por los fusiles, botas y bayonetas. “Todo vale la pena”, debió pensar también, Francisco Cuadrado Prats, soportando el tufillo pinochetizado que penetraba lentamente en su cabeza. Con dolor, con el recuerdo de todos esos domingos, de las graduaciones, cenas y navidades marcadas por una ausencia notoria. Marcada a fuego por los mismos que se denominan hermanos de armas.
Fueron pasando los minutos, que se hicieron horas. La noche avanzó y el turno de no más de dos segundos frente el ataúd que contenía el cuerpo inerte de uno de los responsables de asesinar a su abuelo, el comandante en jefe del ejército en los tiempos de Allende, el general Carlos Prats, estaba ahí. A la mano.
El atentado en contra de Prats, antecesor de Pinochet, en Buenos Aires en 1974, en el que también murió su esposa, Sofía Cuthbert, fue uno de los capítulos más oscuros del denominado Plan Cóndor, que coordinaba la represión ilegal de las dictaduras del Cono Sur. El crimen del general fue organizado y planificado por agentes de la DINA (uno de los aparatos represores de la dictadura) bajo las órdenes del por esos días coronel Manuel Contreras que dependía directamente de Pinochet. La investigación de la Justicia argentina no atrapó a los militares chilenos –cuya extradición fue negada por la Corte Suprema– y concluyó con la condena a prisión perpetua de un agente de la DINA, Enrique Arancibia Clavel, como “partícipe necesario” en el crimen. Posteriormente se abrió juicio en Chile. El ejército nunca entregó a la Justicia de ninguno de los dos países antecedentes claves para la investigación –que los debe manejar sin duda–, haciendo que esos procesos sigan dilatándose.
Ya sólo quedaban cinco personas antes que él. Y el féretro de Pinochet estaba a la vista. Su cara hinchada, verdosa, reposada, casi riéndose, metía miedo. “¿Qué haré, ahora que estoy frente al asesino de mi abuelo?”, habrá pensado. La respuesta le salió de muy adentro.
“Lo hice porque Pinochet mató a mis dos abuelos. Era una cuenta personal pendiente”, dijo más tarde, cuando reaccionó y asumió el reivindicador escupitajo al cristal que dejaba ver el rostro del finado militar.
Prats nieto, de 39 años, casado, es asesor del concejal de la derechista Municipalidad de Las Condes, Hugo Hunda (miembro del Partido Por la Democracia, que creó Ricardo Lagos). Es también un artista visual y gestor cultural de escasa participación pública hasta hace unos meses. Vive en un sector acomodado del barrio Providencia.
Antes del escupitajo, su nombre había aparecido en la prensa porque él había sido el gestor para que la casa del presidente Allende en la avenida Tomás Moro fuera declarada Monumento Histórico Nacional. El gobierno militar había convertido la casa en un hogar de ancianos. “No me interesa dañar a la gente que vive hoy en el condominio. Me interesa la casa y que se reparen las deudas históricas. No puedo creer que después de bombardearla los señores militares se hayan apropiado del lugar. La casa del Chicho (Allende) debe ser un museo alternativo”, dijo Prats en un reportaje a principios de noviembre, pocos días después de que la presidenta Michelle Bachelet le concediera su deseo.
Prats nieto siempre tuvo un carácter fuerte. Hace unos meses fue a buscar a una periodista al comedor del diario La Nación para insultarla de arriba abajo porque la cronista se había olvidado de devolverle unos documentos. “Me acompañó al piso donde trabajo, siguió insultándome, sin escuchar ni media explicación. Tuvo que meterse un colega para que la cortara conmigo. No he vuelto a saber de él hasta ahora, que vi su nombre en los medios por escupir a Pinochet. Si es capaz de esperar a una periodista para insultarla por un atraso de un día, con mayor razón es capaz de esperar cinco horas para escupir a Pinochet. Y los años que ha esperado para eso”, sostuvo Dalia Rojas, la cronista insultada.
Ayer, luego de que unas viejecitas de pañuelos impregnados de olores fascistoides lo denunciaran, Prats fue golpeado por los adherentes del dictador y retirado del lugar por la policía militar que más tarde lo liberó lejos de la Escuela Militar, donde seguía el velatorio. La sacó barata. Al otro día, todo Chile sabía de su performance. Su teléfono no paró de sonar, pero no lo atendió.
Su jefe en Las Condes, el concejal Hugo Hunda, conoce otro costado de la personalidad de Cuadrado Prats. Hunda le dijo a Página/12 que con Prats mantiene una buena relación, basada en lo profesional, lo humano, la transparencia y un excelente nivel intelectual que alcanzan sus intercambios.
“El sufrió mucho por su abuelo. Vivió un trauma intenso y se convenció de que los organismos de Estado de Pinochet son los culpables de la muerte del general Prats. Duele, él se crió entre militares. Su acción fue cargada de pena, una manera de gritarle al mundo y de resarcirse del dolor. A su abuelo no se le rindieron honores militares y su acto fue una reacción personal y válida por lo demás”, dijo el concejal. “Venganza, figuración. Usted decide.”
El general Carlos Prats González tuvo el mando de la institución desde fines de octubre de 1970 hasta pocos días antes del golpe. Sin compartir la ideología socialista del presidente Salvador Allende, mantuvo el profesionalismo castrense y la lealtad hacia las autoridades constitucionales, enfrentando la conspiración de Estados Unidos, la derecha y sectores dirigentes de la Democracia Cristiana. La cercanía al presidente Allende, como ministro del Interior y de Defensa y también vicepresidente de la República, le permitió valorarlo –según escribió más tarde– como “uno de nuestros gobernantes más lúcidos y osados del siglo XX y, al mismo tiempo, el más incomprendido”. Poco a poco los enemigos del general Prats ganaron terreno y finalmente lograron aislarlo, obligándolo a renunciar el 23 de agosto de 1973. Entregó el mando a su hombre de confianza, el general Augusto Pinochet Ugarte.
Recién el 30 de septiembre el ejército chileno se cuadró con la memoria de Prats en una ceremonia que contó con la presencia de la alta comandancia, oficiales y autoridades, reparando, de acuerdo con el protocolo militar, un agravio injustificable mantenido desde su asesinato tramado por sus compañeros de armas.
A juicio de muchos, Prats es la figura antagónica de Pinochet. Representa la lealtad, la consecuencia, la honradez, la valentía y el honor militar, atropellados por su sucesor que hizo de la traición una norma de conducta. Puede ser que su nieto refleje lo mismo: la astucia, la valentía y la cabeza en alto. Puede ser que el otro nieto famoso, el militar de Pinochet, Pinochetito, haga honor a su Tata que ahora lo mira desde una insignificante ánfora de metal.
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