Jueves, 14 de diciembre de 2006 | Hoy
PSICOLOGíA › LA ANOREXIA Y LOS VINCULOS FAMILIARES
“Aun esquelético, el anoréxico se ve demasiado gordo; como si él mismo se molestara, como si temiera no ser digno de amor. Soporta mal la imagen del espejo, pero el primer espejo fue la mirada materna: admirativa o posesiva, o fría o devorante. El segundo espejo fue el padre: reconfortante o ausente o desinteresado. Tal vez quien no se soporta sintió que su presencia era mal soportada.”
Por Norma E. Alberro *
La persona que experimenta dificultades para alimentarse sufre, en general, no solamente de hacer sufrir, sino de que su sufrimiento sea motivo de reproche. Si todo síntoma quiere decir algo que no sabe decirse de otra manera, el síntoma anoréxico es paradójico, ya que la anorexia se afirma en el borramiento. Es necesario ver en esta afirmación un programa para sobrevivir, una estrategia de resistencia al sufrimiento, antes que una auténtica voluntad de morir.
Aun esquelético, el anoréxico se encuentra a sí mismo demasiado gordo. Como si ella o él molestaran, como si ella o él, apenas existente, tuviera temor de no ser amable, es decir digno de ser amado. Teniendo ganas de amarse para existir, soporta mal la imagen, o detalles de la imagen, que el espejo le reenvía.
Pero el primer espejo ha sido la mirada maternal y el rostro que reenvía esa mirada. Puede ser admirativo o posesivo. Puede ser frío, indiferente, devorante, exterminador. El segundo es el padre, que se presenta reconfortante o ausente o desinteresado. Tal vez un niño que no se soporta sintió que su presencia era mal soportada. Lo que le fue demandado, lo que se esperaba de él, lo perturba o no corresponde a lo que él cree ser.
La demanda ha sido abusiva. Por demanda abusiva entiendo una demanda que se dirige a quien no está en condiciones de satisfacerla. El niño ha podido sentir una demanda, directa o indirecta, frecuentemente tácita, tal como: “Sé otro de lo que eres”; “Sé otro de lo que aspiras a ser”; “Sé el objeto de mi deseo”. Con frecuencia, es un deseo oscuro y perturbador del crecimiento del niño. El niño que desencadena un síntoma anoréxico puede ser un niño pantalla, sobre el cual se han proyectado demasiados deseos parentales.
En algunos casos, la enfermedad se instala luego de un régimen de adelgazamiento. El régimen no es la causa sino el disparador de lo que ya venía gestándose. En realidad, la anorexia puede instalarse mucho antes de todo régimen para adelgazar: los bebés pueden ser anoréxicos. El síntoma en el bebé puede entenderse aún más claramente como demanda de ser escuchado. Estos casos echan luz sobre la puesta en cuestión de los cuidados maternos o de su ausencia. El síntoma surge en un momento en que el bebé siente que no puede seguir amando, porque no se siente amado. Se siente incapaz de estar en el lugar que se le ha asignado. Se instala un sufrimiento desconocido, no reconocido, y los cuidados maternos son sentidos como si no le concernieran.
Siendo el síntoma la dificultad e incluso la imposibilidad dolorosa de alimentarse, pone en escena lo que pasa y se transmite a través de la alimentación. Esta es, al principio, materna: el síntoma cuestiona a la madre, los dichos y no dichos, los consentimientos y los rechazos, los acuerdos tácitos del padre. El síntoma traduce los lazos familiares.
Más tarde, el rechazo del alimento puede ser escuchado como un rechazo del régimen de vida propuesto y la dificultad para “tragar” ciertos alimentos afectivos; como un pedido de socorro para denunciar un sentimiento de abandono y de traición, reactualizado o exacerbado por un acontecimiento de la historia que suscita un retorno en masa de lo reprimido.
Suele suceder que algunos niños huérfanos sean anoréxicos. Estos casos nos demuestran que no es la madre, en tanto persona, quien es atacada por el rechazo de los alimentos, sino la vida que a través de ella se transmite pero que no llega a destino. Esta falla en la transmisión de la función materna atenta contra la integridad del niño, además traba su desarrollo y la adquisición de su autonomía.
Digamos que la encarnación maternal y maternante está cuestionada por el síntoma. En este sentido, el padre también resulta cuestionado, ya que no ha podido impedir el mal tratamiento y es tan responsable como la madre. Ninguno es culpable, ya que ellos también sufren de sus impedimentos. Pero sí son responsables.
Reexaminaré ahora algunos términos que son evocados con frecuencia para describir el sufrimiento del anoréxico.
Rechazo de la feminidad. Estimo que, más que de un verdadero rechazo de la feminidad, se trata de una dificultad para definir su identidad de mujer: dificultad de identificarse por medio del deseo materno. Para la madre es difícil ver, escuchar y comprender a esa niña como otra y no sólo como objeto de su deseo. El hijo, para la madre, puede ser objeto de su culpabilidad, de su deseo o de su indiferencia. En la niña, el rechazo puede ser rechazo a entrar en correspondencia con la imagen sexual (y sexuada) que la madre y el padre reenvían.
Mentiras y disimulaciones. La disimulación y las mentiras suelen ser recursos para escapar a la presión que ejerce un cierto tipo de cuidados maternos, cuando en verdad el sujeto necesita otro tipo de atención, esto es, una escucha más profunda de sus demandas. La mentira está formulada para desmentir otra mentira: Te quiero pero no te quiero. “No te quiero como sos. ¿Por qué no sos diferente? ¿Por qué no sos otra? ¿Por qué no sos como yo quiero que seas?”
Frente a la complejidad del deseo materno, entre la sensación de ser mal amado y el miedo de ser absorbido por ese deseo, se miente para escapar a su poder. Es un intento de existir fuera de su campo de acción, de atracción o de sensibilidad. Esperando, entre tanto, la atención paterna. ¿Cómo expresar sin herir, sin correr el riesgo de ser aún más mal amado, cómo decir que un amor es mortífero? Como último recurso queda la mentira, construida para llamar la atención sobre una mentira más esencial y comprometida para la vida.
Desconfianza. En el origen de este sentimiento hay una sensación de haber sido traicionado y una necesidad de asegurarse. Se trata de una extrema vigilancia para evitar caer en los alimentos que no convienen, que es vital no comer: Blancanieves sucumbió a la manzana, faltó poco para que no despertara más.
Hipercontrol. Permite poner límite a una hipersensibilidad constitutiva, una fragilidad emocional que funciona como obstáculo en las relaciones sociales. Permite poner una barrera al miedo de desestructuración como consecuencia de un insuficiente sostén en la infancia.
El “perfeccionismo” intenta dejar de ser un objeto reprochable y ganar el reconocimiento para sentirse reconfortado tanto en el exterior como en el interior. También es un intento de corresponder, por identificación, a lo que la madre espera.
Ambigüedad sexual. Desde el comienzo de la vida estamos alcanzados por el deseo de la madre, o perturbados por su duda. La ambigüedad y la complejidad del deseo materno, cuyo objeto es el hijo, lo marcan desde su discurso: serás un varón; serás un muerto. ¿Por qué no sos otro de lo que sos? En algunos casos la madre parece olvidar que el niño es el fruto de su deseo y se deja llevar por la duda.
El niño se siente objeto de deseo pero no reconocido a través de él. La relación de proximidad materna, entre fusión y confusión, puede ser vivida –a través de una serie de solicitaciones– como una agresión incestuosa, confusional, abusiva. Y si además existiera real abuso sexual por un miembro de la familia, puede aparecer el rechazo y el asco por la comida, que no es tanto del sexo como de la mentira familiar y social, que dice: “Te amo como si dijera te odio, te retengo pero te pierdo”. Y autoriza lo que la sociedad pretende prohibir.
Para el niño que sufre de anorexia, ponerse en peligro con su adelgazamiento es mostrar que el peligro estaba antes. Adelgazar es la única manera que tiene de expresarlo. Distancia y aislamiento, el niño anoréxico busca hacer la diferencia, pero no lo logra. La madre busca retenerlo con su sobreprotección y cuidado excesivo, pero no hace más que rechazarlo.
Así, entre falta y exceso, la anorexia intenta decir el sentimiento de abandono y traición y es un llamado de socorro al padre frente a padres, a veces impotentes, otras permisivos, que parecen más hijos que padres.
Una relación materna abusiva sólo es posible cuando el hombre está ausente en tanto padre y marido. El niño hace un llamado al padre para escapar a la influencia de una madre percibida como peligrosa y vivida como ciega a la situación que el niño siente. En estas condiciones, se halla aún más perturbado si en la mirada paterna encuentra un seductor. Esta mirada es recibida como un exceso, un alimento afectivo desplazado. En algunos casos la melancolía materna puede causar la huida del padre. Aunque también las frecuentes ausencias de éste pueden haber provocado la primera, y su presencia real habría podido evitar la repetición de estas circunstancias.
La anorexia es un síntoma que revela el nudo mismo de la relación parental: un padre que deja a su mujer librada al sentimiento de abandono, permite que la madre espere del niño que venga a llenar su propia falta. El niño que repara la falta del padre sostiene cerca de la madre el lugar simbólico de un amante: debe ser tan bueno para ella como debería serlo el padre ausente. El niño siente esto como un exceso que no está autorizado a denunciar. El niño no se siente en su lugar: objeto de goce y de celos, experimenta su existencia como un malestar.
Entre sentimientos de abandono, permisividad y agresión, a veces sexual, traicionado o desorientado, el niño resiste a su madre rechazando la comida que le da, ya que no puede sustraerse al exceso de demanda de parte de ella. Todo esto se juega en su inconsciente, en el que la anorexia sería la expresión, en forma simultánea, de un exceso y de un demasiado poco. Demasiado deseo –paterno–, demasiado placer –materno–. Demasiada madre y poco padre. El exceso de madre tiene su correspondencia en la ausencia simbólica de padre. Pero la presencia excesiva de la madre se corresponde con una ausencia de vitalidad: suele ser una madre fragilizada, amenazada, que porta una historia infantil de carencias afectivas. Es una madre absorbida por la rivalidad, invasora, madre devorante de dolor y abandonada, dejada de lado, sola con su dolor y sus dudas, primero por su padre y por su marido después. Madre desvitalizante, que el niño busca revitalizar.
* Fragmento del trabajo “Avatares de la función materna en el niño anoréxico”, cuya versión completa puede leerse en www.elsig ma.com.
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