Miércoles, 4 de julio de 2007 | Hoy
El presidente norteamericano le conmutó la pena de prisión al ex mano derecha de Dick Cheney y desató la furia de la oposición. Lo acusan de amiguismo y de despreciar la ley.
Por Rupert Cornwell *
desde Washington
Para los estadounidenses, el cuatro de julio es un día de celebración. Para George W. Bush, sin embargo, el feriado del Día de la Independencia es otra fecha en el calendario de una implosión en una presidencia, sin paralelo en la reciente historia de Estados Unidos. El último golpe, relativamente menor para Bush, fue su decisión de conmutar los 30 meses de sentencia en prisión de Lewis “Scooter” Libby, el que fuera jefe de gabinete del vicepresidente Dick Cheney, condenado por perjurio en el caso de la filtración de la CIA.
La decisión fue recibida con predecible furia por los demócratas, que acusan al presidente de amiguismo y desprecio por la ley. Pero aunque las encuestas muestran que un 70 por ciento de los estadounidenses se opone a cualquier idea de perdón para Libby, la debilidad en este momento de Bush es tal que la decisión lo podría incluso fortalecer –reforzando el apoyo de los conservadores fieles, el electorado de Bush, que cree que la verdadera infamia fue en primer lugar la condena de Libby–. “Estoy muy contento por Scooter Libby. Esto le permitirá a un buen estadounidense, que ha hecho mucho por su país, reanudar su vida”, dijo Fred Thompson, el conservador a ultranza y que pronto será declarado candidato republicano a la presidencia, que ayudó a organizar un fondo para la defensa de Libby.
Confrontado con una andanada de preguntas durante su reunión diaria, ayer, el vocero de la Casa Blanca Tony Snow no sólo defendió la decisión de conmutar el tiempo de prisión, sino que dejó la puerta abierta para un perdón total. Aunque Libby se libró de tiempo en prisión, todavía enfrenta una multa por 250.000 dólares, dos años de libertad condicional y una mancha duradera en su reputación –in mencionar un estimado de 5 millones de costas que los amigos están reuniendo–. “Esto no fue una palmadita en la mano, fue una pena muy severa”, dijo Snow, negando que la conmutación era para evitar que Libby revelara secretos vergonzosos si seguía apelando detrás de las rejas.
Pero el asunto Libby puede ser rápidamente suplantado por nuevas presiones sobre Bush. El Congreso controlado por los demócratas está bombardeando con citaciones a los funcionarios de la Casa Blanca y del Departamento de Justicia sobre escándalos que incluyen escuchas sin orden judicial y el despido de ocho fiscales federales el año pasado. Mientras se avecina un choque con la Legislatura, el presidente está bajo constante presión para que despida a su antiguo amigo de Texas, el fiscal general Alberto Gonzales, y gran parte de esta presión proviene de los propios republicanos en el Capitolio, lo que muestra cómo está perdiendo el control de su propio partido.
Hasta ahora, la evidencia más vívida de su decadente autoridad fue la rebelión republicana que llevó a la derrota de la reforma inmigratoria, una medida apoyada vigorosamente por el presidente. Su fracaso terminó con la última esperanza de Bush de un logro significativo en el segundo período legislativo, y selló su status como el más cojo de los patos. Pero un desafío aún más oscuro se avecina en septiembre, cuando, barriendo toda evidencia de que la oleada de su tropa está funcionando, los republicanos se podrían unir con los demócratas para forzar un cambio de estrategia en Irak, el tema que, sobre todos los demás, está destrozando su presidencia.
Hasta ahora, su propio partido mantuvo las filas detrás de él. Pero con las elecciones de 2008 a menos de 10 meses, las grieta crecen, y la semana pasada hubo una importante deserción, la de Richard Lugar, el republicano en el Comité de Relaciones Exteriores del Senado. La impopularidad de Bush está desafiando los records establecidos hace tiempo. Algunos presidentes han sido impopulares brevemente: Jimmy Carter bajó a un 21 por ciento de aprobación en julio de 1988, cuatro meses antes de que Ronald Reagan le ganara en las elecciones ese año. Aun en el pico de la oposición a la guerra de Vietnam, la aprobación de Lyndon Johnson tuvo un promedio de 40 por ciento, en 1967 y 1968.
Pero desde Harry Truman a comienzos de la década de los ’50, ningún presidente ha sido tan poco popular y durante tanto tiempo como Bush. Con la insatisfacción pública respecto de Irak en aumento y el barómetro mostrando que un 74 por ciento de los estadounidenses está convencido de que el país va en la dirección equivocada, Bush seguirá siendo profundamente impopular durante los restantes 18 meses que le quedan como presidente.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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