Miércoles, 19 de septiembre de 2007 | Hoy
John Pinchao compartió con Betancourt tres de sus ocho años de secuestro en manos de las FARC. Se fugó en abril.
Por Maite Rico *
desde Madrid
Era el 15 de mayo de 2007, pero él no lo sabía. Tampoco sabía que aquella aldea a orillas del río Vaupés, en plena selva de Colombia, se llamaba Pacoa. Lo que sí supo el suboficial de policía John Frank Pinchao, en cuanto distinguió los uniformes de una patrulla antinarcóticos, es que estaba a salvo. Llevaba diecisiete días en fuga por la selva, siguiendo a pie y a nado el curso del río.
Atrás había dejado ocho años y medio de cautiverio en poder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Estaba extenuado y malnutrido, con la cara y las manos cubiertas de heridas agusanadas. Lloraba y reía. Al cuello portaba la cadena con la que sus captores lo ataban cada noche. La aparición de Pinchao, de 34 años, conmocionó al país y, muy especialmente, a las familias de los otros trece rehenes con los que compartió cautiverio, entre ellos Ingrid Betancourt, la candidata presidencial secuestrada en 2002. Su testimonio les resultó tan esperanzador como preocupante: estaban vivos, pero en condiciones terribles.
En estos cuatro meses, Pinchao –hijo de un albañil emigrado a Bogotá– se ha refugiado en su familia y ha conocido a su propio hijo, que nació meses después de su secuestro. Ayer visitó Madrid, adonde se trasladará a vivir en las próximas semanas por motivos de seguridad, después de haber recibido amenazas de muerte.
“Aún me salen espinas que me clavé en la huida”, dice, mirándose las palmas de las manos. Las otras heridas seguirán supurando durante mucho más tiempo. “Lo más duro de los ocho años y medio de secuestro fueron las cadenas”, cuenta. Una cadena de metro y medio, con candado, que unía por el cuello a los rehenes de dos en dos, de seis de la mañana a seis de la tarde. “Mi compañero de cadena era mi capitán Bermeo”, dice Pinchao, que aún conserva el aire marcial de la academia policial. Con él y otros 52 agentes fue secuestrado tras el sangriento ataque que la guerrilla comunista lanzó en noviembre de 1998 contra el pueblo de Mitú, “una isla en medio de la selva”.
Pinchao es incapaz de recordar el número de campamentos por los que pasó: “Nos movíamos todo el tiempo”. Pero las condiciones variaban poco: la escasez de comida, las enfermedades (paludismo y hepatitis eran las más frecuentes), los castigos y las horas muertas.
En uno de esos traslados, hace tres años, coincidió con Ingrid Betancourt. “Con ella estuve hasta mi fuga. Está deteriorada por una hepatitis, muy delgada, pero su carácter se mantiene fuerte, con las ideas claras. Es una persona admirable, que me enseñó muchas cosas”, explica Pinchao. Con la dirigente política franco-colombiana compartía largas charlas. “Discutíamos por la religión, por creer o no creer en Dios. Ella sí creía, y yo no. También nos peleábamos por política, pero el enfado nos duraba poco. Ella quería que yo estudiara. Yo le decía que no, que a la edad que yo tenía, iba a terminar la carrera a los 40 años... Y ahora, ya ves, he empezado a estudiar.” Pinchao se ha matriculado en Estudios Políticos, que seguirá desde Madrid por Internet.
Ingrid, recuerda, le empezó a enseñar francés. “Conocimientos básicos, pero tuvimos que suspender las clases porque ella intentó fugarse, y después la mantenían encadenada las veinticuatro horas del día. Estuvo encadenada durante meses.” El trato, recuerda Pinchao, era especialmente duro con ella. “Ingrid reaccionaba ante la agresión y las humillaciones, y eso generaba castigos más duros.”
El policía, en cambio, optó por la estrategia de la sumisión, mientras planeaba la fuga. El momento propicio llegó la noche del 28 de abril. Un mes antes había roto un eslabón de la cadena, retorciéndolo con dos palos. Resguardado por la oscuridad y por el ruido de la atronadora lluvia tropical, dejó a su compañero Bermeo y enfiló a rastras hacia el río. Hoy no quiere pronunciarse sobre la mediación de Hugo Chávez (“cualquier opción es buena para lograr la libertad”, dice), pero duda de la voluntad de las FARC. La cautela también rodea sus palabras sobre las operaciones militares contra los campamentos. “Constitucionalmente, el ejército está en la obligación de liberar a los secuestrados.” ¿Y como rehén? “Yo sabía que el resultado de un rescate sería nuestra muerte. Pero tenía tanta desesperación que pensaba que era mejor la certeza de un cadáver que la incertidumbre de un secuestro. Mi familia podría descansar.”
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
Chacho Alvarez, presidente de la Comisión de Representantes Permanentes en el Mercosur, apoyó el diálogo entre Hugo Chávez y las FARC. “Es necesario ese diálogo para la liberación de los rehenes en manos de la guerrilla y porque una negociación con resultados positivos abre una expectativa favorable para avanzar en el camino de la paz”, señaló en un comunicado Alvarez. El dirigente del bloque consideró que el acercamiento entre el líder venezolano y la guerrilla es importante para toda la región. “El diálogo Chávez-Marulanda podría convertirse en un paso valiosísimo para desactivar un conflicto histórico que complica la situación regional, sobre todo si se pretende avanzar en la Unión Sudamericana de Naciones, donde Colombia tiene un papel muy importante”, dijo Alvarez, quien resaltó que todos los sudamericamos deberíamos contribuir para que pueda concretarse el encuentro entre ambas partes.
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