EL MUNDO › OPINION

Fidel no se va de la revolución

 Por Stella Calloni *

La decisión del presidente del Consejo de Estado de Cuba y comandante en jefe de la revolución, Fidel Castro, de anunciar en carta pública que no aceptaría continuar en estos cargos, debido a la imposibilidad física en estos momentos, no ha sido una acción de última hora.

Castro estaba preparando al pueblo cubano y al mundo desde hace meses. Incluso en su última reflexión había anunciado que tendría un mensaje muy importante para esta fecha, cuando se prepara para el próximo 24 de febrero la reunión de la Asamblea Nacional (Parlamento Bicameral) que deberá elegir al presidente y primer vicepresidente del Consejo de Estado y otros cargos. Es evidente que consideró que Cuba no podía continuar sin que se definiera el próximo gobierno, que temporalmente ocupa, como es legal, el comandante Raúl Castro Ruz, primer vicepresidente del Consejo de Estado, desde julio de 2006. Hay varias consideraciones que hacer: en primer término el comandante Fidel Castro no renunció a la dirección del Partido Comunista, algo que sólo podría hacer ante el Comité Central. Tampoco ha mencionado su condición de diputado electo. Actuando como lo que es, un marxista dialéctico, se adelantó a los acontecimientos y abrió el juego para normalizar hacia el futuro cercano la situación de Cuba, teniendo en cuenta las amenazas muy graves que rodean la isla en estos momentos.

En continuidad con todo lo actuado a través de su vida, desde el momento mismo en que en 1953 fue conocido en el mundo al encabezar la rebelión contra la dictadura de Fulgencio Batista, y especialmente por su increíble defensa ante un Tribunal cuando había sido detenido y que culminó con aquella frase histórica “La historia me absolverá”, siempre dio pasos sobre las necesidades reales de cada momento. Aunque el intento de tomar los cuarteles Moncada en Santiago de Cuba y Carlos Manuel de Céspedes en Bayamo aquel 26 de julio de 1953, fracasó, el hecho se convirtió políticamente en el comienzo de la revolución que triunfó el 1o de enero de 1959.

No hay nadie en Cuba que piense en la “transición” en el concepto que se maneja desde Washington, donde el gobierno de George W. Bush prepara –y lo dice públicamente– un programa para la “toma” de Cuba y hasta un gobierno paralelo, lo que significa una injerencia abierta y violatoria de la legalidad internacional, como todo lo que está actuando en estos tiempos. De hecho, ninguno de los dirigentes, los cuadros políticos ni el pueblo cubano estiman que debe abandonarse el camino de la revolución y menos transitar hacia la nada. Es precisamente la existencia de una revolución como la cubana lo que ha permitido resistir un bloqueo medieval de casi medio siglo, sobre un país pequeño, situado a 90 millas del sitiador, en este caso la mayor potencia del mundo.

Sin la revolución, sus enseñanzas, capacitación y disciplina y sin el hecho de que fue continuadora de las luchas anticoloniales del siglo XIX, basados los principios en aquel famoso Manifiesto de Montecristi del apóstol cubano, José Martí (1895), jamás se hubiera podido resistir el bloqueo y el aislamiento.

No se hubiera derrotado la invasión estadounidense de 1961, ni los constantes actos terroristas contra la isla que han dejado miles de víctimas y severos daños a la economía, a través de sabotajes, bombardeos y guerra química y biológica. Al frente de esa resistencia y en cada momento, incluso ante situaciones climáticas, como los huracanes que se abaten permanentemente sobre la isla, estuvo Fidel Castro.

La caída del socialismo en la Unión Soviética y su desmembramiento alentaron en los enemigos de la isla la esperanza de que al fin cayera la revolución. Nadie imaginó, en los años ’80, que Cuba ya se estaba adelantando en el debate que se había comenzado como el Proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas una revisión extraordinaria y crítica para lo que debía ser renovador para el socialismo.

Pero se debió dejar atrás ese debate para enfrentar el golpe, al quedar el país inmensamente solo. El período especial fue extremadamente duro y allí la dirigencia decidió que había que salvar todos los logros de la revolución, como la educación –reconocida a nivel mundial–, la salud y otros, esenciales para el pueblo.

Se eligió que había que establecer prioridades, pero que en ese camino la revolución debía mantener sus principios esenciales. Y lo lograron.

Algunos analistas esperan cambios en la “política de Cuba hacia Estados Unidos”. Es la historia del mundo al revés.

Es Estados Unidos el que debe cambiar su política fundamentalista de bloqueo y permanentes amenazas contra la isla. La CIA ha confesado y admitido decenas de intentos de asesinar a Castro. En Miami hay grupos terroristas, cuya historia es universalmente conocida, amenazando a Cuba, protegidos por el gobierno estadounidense. Así que, al menos, hay que llamar las cosas por su nombre.

“Traicionaría por tanto mi conciencia ocupar una responsabilidad que requiere movilidad y entrega total que no estoy en condiciones físicas de ofrecer”, dijo Castro y sostuvo que continuará “como un soldado de las ideas”.

Castro no se va de la revolución, lo dice claramente. El comenzó con la necesidad de “la batalla de ideas” ante lo que está sucediendo en el mundo y la necesidad de luchar contra muchos frentes, entre ellos la manipulación informativa goebeliana de estos tiempos. A los 81 años, con una formidable entereza da nuevas lecciones y cuyos artículos dan la vuelta al mundo, ya no es el mismo. No está su enemigo grande en condiciones de continuar en los pantanos en que se ha metido, sin llevar a Estados Unidos a una situación irreversible. América latina tampoco es la misma.

Es posible que ahora Fidel Castro, tal como alguna vez le dijo a Gabriel García Márquez, pueda finalmente pararse frente al malecón y disfrutar de un atardecer con amigos. Una vez, hablando con él en un aparte, durante una reunión junto a la escritora colombiana Nora Parra, le pregunté con qué soñaba. Me dijo que recurrentemente con la Sierra Maestra, con esos días de lucha entre nieblas, selvas, montañas. ¿Y pesadillas? “La pesadilla más fuerte que tengo es que me fumo un habano, y entonces me desespero en ese sueño, porque yo públicamente abandoné el cigarro para darle ejemplo al pueblo. Y ésa es mi pesadilla, que estoy fumando, porque jamás, bajo ninguna circunstancia, le mentiría al pueblo cubano.”

* Periodista y escritora.

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Imagen: AFP
 
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