Lunes, 1 de septiembre de 2008 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Jack Fuchs *
Recuerdo aquel 1º de septiembre de 1939. Supongo que cuando desperté ese día no tenía idea alguna de lo que estaba comenzando; así como la mayoría de nosotros en Polonia. La tragedia que vendría era imposible de imaginar: la mundial y la mía personal. Entre 1918 –fin de la Primera Guerra Mundial– y 1939, los países europeos se fueron armando sistemáticamente para destruirse nuevamente unos a otros. Ya a mediados de la década del treinta, Mussolini había invadido Abisinia y la Guerra Civil Española se estaba desarrollando.
La historia de Polonia de los últimos 200 años –hasta la Segunda Guerra Mundial– se resume en la sucesión de particiones y guerras. Entre 1772 y 1795, el territorio del Reino de Polonia fue repartido entre Prusia, Austria y Rusia. En el corto período en el cual Napoleón había conquistado Europa Central, Polonia volvía a ser independiente. Luego de su caída, en 1815, la Rusia victoriosa toma el control de casi todo el territorio polaco, quedando algunas provincias bajo dominio prusiano. Luego de la Primera Guerra Mundial, Polonia vuelve a ser un país independiente, juntándose nuevamente el reino de Polonia del siglo XIX, Galitzia, y la mayoría de las provincias antes prusianas a las que se sumaron algunas zonas de las actuales Belarús, Lituania y Ucrania.
Septiembre de 1939. Estalla la Segunda Guerra Mundial y Polonia es invadida por dos monstruos: Alemania, desde el oeste; dieciséis días después, las tropas de la Unión Soviética ingresan desde el este. Las primeras víctimas de los nazis: los comunistas, los socialistas y los nacionalistas polacos. Las primeras víctimas de los soviéticos: los llamados fascistas y también los nacionalistas polacos.
Probablemente el hecho de que yo fuera un adolescente en aquel momento me impulsa hoy, a los 84, y a 69 años del inicio de la Segunda Guerra Mundial, a preguntarme de manera casi obsesiva respecto de la naturaleza de las ideologías y de las amenazas que representan en aquellos momentos en que se juega los principios esenciales del ser humano. No me cabe la menor duda de que con la Segunda Guerra Mundial se quebraron como nunca los idealismos. Sucedió todo aquello que nunca nadie habría imaginado. La ilusión de un mundo mejor, la hermandad entre los hombres, la unión entre países y la desaparición de fronteras. Los ideales de igualdad, libertad y fraternidad parecieron esfumarse.
Sin embargo, estoy convencido de que no son las ideologías las que han fracasado, sino el ser humano. El ser humano fracasó. ¡Qué ironía! Cuando los soviéticos liberaban los campos de concentración, ellos mismos tenían todavía, y los tuvieron por muchos años más después de terminada la guerra, sus propios campos, donde hacinaban a los opositores al régimen. No dejo de pensar en lo trágico de ciertas “elecciones”, y cómo los seres humanos nos vemos muchas veces en la situación de tener que elegir entre dos “males”. Los llamados “ideales” de la derecha nazi sostenían el objetivo de construir un mundo mejor sólo para la raza aria, en el cual todo el resto de los seres humanos no tendrían lugar y deberían ser eliminados del planeta. En el otro extremo, en nombre de otros ideales, algunos estaban convencidos de que conocían la mejor manera de manejar el mundo y por ello debían aniquilar a todos los que se oponían o tenían ideas diferentes.
La guerra termina siendo siempre un “cheque en blanco” para todos los bandos. La posibilidad de matar al otro sin necesidad de justificarse ya que todo está permitido. Pero a su vez, la guerra tiene códigos propios, que llegan al absurdo de prohibir el bombardeo de hospitales –colmados de enfermos y ancianos– pero sí permitir la destrucción “estratégica” de cuarteles militares llenos de jóvenes muchachos, por ejemplo.
Hasta los más pesimistas jamás habrían imaginado el resultado de la Segunda Guerra Mundial, iniciada un 1º de septiembre, el de 1939. Seis años ininterrumpidos de matanzas: un balance de 60.000.000 de muertos, cientos de miles de heridos y un mundo destruido. Pero sabemos bien que ni Auschwitz ni Hiroshima sirvieron de advertencia.
¿Cuál será la forma que adoptará la próxima tragedia planetaria? No lo sabemos. Pero los últimos 60 años nos han demostrado que no dejamos en ningún momento de provocar en algún lugar del mundo alguna masacre que intentamos no ver, y, si no podemos evitarlo y tenemos que enfrentarla, la justificamos con la ideología que más nos conforma. Estamos nuevamente armándonos hasta los dientes. Estamos hoy, todavía y no sé por cuánto tiempo más, en un período de “entre guerras”. Espero estar equivocado y que aún estemos a tiempo de que no lo sea.
La libertad del hombre, como dice Jorge Semprún, es una libertad capaz del bien y del mal.
* Sobreviviente del Holocausto.
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