El director del Banco Central de Inglaterra, Mervyn King, ofreció involuntariamente un contexto económico de los disturbios al rebajar nuevamente su proyección de crecimiento para la economía británica este año, de 1,8 a 1,4 por ciento. “Hay muchos vientos a nivel mundial y en nuestro crecimiento doméstico que están intensificándose cada día”, señaló King. El Banco Central, que tiene una meta específica inflacionaria del 2 por ciento anual, debió reconocer que probablemente este año la inflación trepará al 5 por ciento. Con una tasa de interés a su nivel más bajo –0,5 por ciento–, King señaló que la economía podía recuperarse con una nueva inyección monetaria. “Una política monetaria expansiva, la posibilidad de un crecimiento de la demanda mundial y el actual valor de la libra esterlina deberían mejorar nuestra economía”, dijo King. Al mismo tiempo reconoció que en sus cálculos no había incluido “lo ininmaginable y de lo que no se debe hablar”: el riesgo, que calificó de imposible de cuantificar, de una crisis total en la deuda de la Eurozona.

Hoy el ministro de Finanzas, George Osborne, debatirá en el Parlamento su política económica en medio de crecientes voces que le exigen que dé marcha atrás con su drástico programa de ajuste. El año pasado el gobierno anunció recortes equivalentes a 130 mil millones de dólares en los próximos cinco años para lidiar con el 11 por ciento de déficit fiscal que tenía la economía a la salida de la crisis de 2008. La expectativa de que la inversión privada reemplazaría al gasto estatal y que la exportación reemplazaría a la demanda doméstica no se ha materializado. La crítica del laborismo de que es un ajuste “demasiado grande y demasiado rápido” empieza a sonar premonitorio. El problema para Osborne es que no tiene mucho margen de maniobra. Un cambio de política puede exponerlo a la ira de los mercados, que van a percibir que un gobierno que se proyectó como paladín de la austeridad está, en realidad, dispuesto a cambiar de curso al menor viento.