EL MUNDO › UNA NUEVA GENERACION SE LANZA A LAS CALLES
Cómo son los que marchan...
Por Eduardo Febbro
Una vieja canción francesa cantada por Charles Trenet y entonada por todo un país dice “Dulce Francia, querido país de mi infancia”. Cincuenta años después, la canción se ha convertido hoy en un afiche que reza así: “Dulce Francia, mi país está en plena demencia”. El triunfo de la ideología del odio en la primera vuelta de las elecciones legislativas es un drama que turba todas las certezas de Francia. Los afiches y los cantos callejeros cuentan más que muchos análisis. Haciendo un juego de palabras con el nombre de Le Pen, un cartel pegado en el Boulevard Saint Michel decía: “La Peine de Mort” (La Pena de Muerte). Para los jóvenes, la victoria del jefe de la extrema derecha frente al socialista Lionel Jospin es un mal paso colectivo y una consecuencia de las políticas socialistas. “El problema con Jospin –dice David, un estudiante de primer año de letras– es que no nos despertó ganas de que votáramos por él. Como había ofertas mucho más a la izquierda, mucho más sociales, más ciudadanas, yo y varios de mis amigos votamos por las listas de la izquierda alternativa. Fue un error.”
Un gran número de los jóvenes que salen a las calles por estos días manifiestan por primera vez en sus vidas: “Es extraño –confiesa Marianne, de 21 años– protestar contra una cosa tan enorme. Son marchas sin ideología, yo diría que más que marchas políticas o sociales se trata de manifestaciones sensibles. Nos sentimos impotentes. Jospin nos decepcionó y creo que nosotros lo decepcionamos a él”. Jean no está de acuerdo, al decir que “Lionel Jospin gobernó con el timón al centro y la derecha. Fue él quien, con su discurso y sus actos, nos convenció de que no había ninguna diferencia entre la izquierda y la derecha. Esa es la razón por la cual muchos electores pusieron su voto en las urnas de la extrema izquierda. La opción de cambio que les quedó a los demás se redujo a las dos expresiones populistas que compiten en la segunda vuelta: ganaron los populistas más rotundos, Chirac y Le Pen”.
“Queremos una izquierda sin corbatas liberales, sin programas de desguace de empresas, una izquierda sin discurso impotente ante los desmadres del liberalismo”, acota Manuel, 27 años, ingeniero informático en actividad. Lúcido, Manuel alega que “los problemas laborales eran antes una exclusividad de la clase obrera. Ya no. Un ejecutivo tiene tanta necesidad de protección como un obrero del pasado. El Partido Socialista francés se olvidó de los dos”. Este discurso no pasa ante Pierre, técnico en redes recién recibido. “Es fácil –dice enojado–, hoy todo el mundo le echa la culpa a Jospin, a la dispersión de los votos, a la campaña, a la política de centroderecha de los socialistas. Son puras mentiras. Jospin gobernó con una limpieza sin igual, sus preocupaciones sociales fueron evidentes y las reformas que hizo profundas. Si la gente votó a Le Pen es porque sustituyó el miedo a la razón política. Yo conozco a gente que votó a Le Pen porque la semana pasada le habían robado el auto. Le Pen era la alternativa de un orden policial frente a la negociación y la concertación social propuesta por Jospin.”
“Fue un voto decepción –denuncia Anne, una empleada del suburbio parisino de Saint-Denis–. La gente volvió a creer que la política podía cambiar la vida. Pero acá nada cambió. Todo sigue igual. Entonces el cambio era Le Pen. Brutal, inconsciente. Innecesario. Vergonzoso.” Los analistas no consiguen aún descifrar el misterio del domingo pasado. Los reproches de los electores se suman a los reproches y, sin embargo, en estos cinco años de gobierno socialista no hubo elementos que muestren por dónde pudo asomar la catástrofe. “Es inexplicable –comenta el doctor Monot–. Veo pasar a enfermos y me digo que, aunque nunca fui de tradición socialista, la principal enfermedad de la gente es la mala memoria. Chirac dejó un país devastado. Mintió, robó, y ahí lo tenemos de vuelta. La gente no se acuerda. Sobre todo, los franceses son egoístas. Han votado segúnsus miedos y los intereses de sus corporaciones. No votaron por el país. Hemos dejado de ser la Francia de siempre.”