Jueves, 27 de julio de 2006 | Hoy
En estos días las voces en Israel que cuestionan el carácter de “autodefensa justa” de la guerra son anatemizadas con el estigma de traición al enrolamiento patriótico. Pero cada vez suenan más fuerte. En Tel Aviv marcharon 2500 pacifistas y en Nazareth los árabes israelíes piden paz.
Por Sergio Rotbart
Desde Tel Aviv
En un programa periodístico que se transmite por el Canal 10 de TV en horario central, el diputado árabe-israelí Muhammed Barkeh llama a poner fin a la destrucción y la muerte indiscriminada de israelíes y libaneses, agregando que esa tragedia ocurre en el marco de una “guerra norteamericana”. El entrevistador lo interrumpe de manera intempestiva e impone su verdad: “Esta es una guerra norteamericana pero también iraní. ¡Usted trae a Irán!”. Así queda truncado el debate y empieza un intercambio vociferante de acusaciones incomprensibles.
En estos días las voces en Israel que cuestionan la legitimidad de la guerra o su carácter de “autodefensa justa” son anatemizadas con el estigma de traición al enrolamiento patriótico. “O están con el ejército israelí o con Nasrallah: es el mismo discurso usado por Bush tras los atentados de Al Qaida para justificar la invasión a Irak”, dice Uriel Kon, un israelí de origen argentino que participó en la manifestación antibélica que tuvo lugar aquí el pasado sábado.
Varios manifestantes tuvieron que eludir, no siempre con éxito, los huevos que algunos vecinos les arrojaban desde los balcones de sus casas. Y hacer frente a los gritos de “¡traidores!”, “¡árabes!”, “¡váyanse a Gaza!” que les espetaban conductores de automóviles que transitaban al lado de la marcha de protesta. A la concentración acudieron más de 2500 personas, y por primera vez en este tipo de eventos se notó la presencia masiva de militantes de partidos árabes que llegaron desde el norte del país para sumarse a los miembros judíos de los movimientos de la izquierda extraparlamentaria. Además, participaron representantes de la izquierda sionista que disienten con la postura oficialista de sus marcos políticos de pertenencia, como el caso de la ex diputada (por el partido Meretz) Shulamit Aloni. “Nuestro gobierno le ha permitido al ejército arrastrar al país a la destrucción”, dijo la veterana luchadora por la paz y los derechos civiles. Otro orador, el secretario del Partido Comunista Israelí y ex diputado Issam Majul, afirmó: “Venimos hasta aquí para gritar el grito de las víctimas de Gaza, de Beirut y de Haifa”. Según Uri Avnery, infaltable en cualquier acto de oposición al uso de la fuerza militar e infatigable defensor del diálogo, en la manifestación organizada una semana antes por su movimiento (Gush Shalom: El bloque de la Paz) hubo apenas cien personas. “Haber reunido 2500 a diez días de iniciados los combates –agregó Avnery– es un logro más grande que el conseguido en la misma etapa de la guerra del Líbano de 1982, cuando la protesta condujo a la caída del gobierno de Menajem Beguin y Sharon.”
Más compleja es la situación que atraviesan los ciudadanos árabes de Israel: víctimas, por un lado, de los ataques perpetrados por el Hezbolá contra los poblados de la Galilea, donde está concentrado el 50 por ciento de la población árabe del país, pero solidarios, por el otro, con sus hermanos árabes libaneses. El estereotipo de “infidelidad al Estado de Israel” que en tiempos de calma le impregnan los sectores judíos ultranacionalistas, se vuelve más difundido en la actual escalada del conflicto, cuando los árabes expresan su condena al accionar del ejército israelí. Cuatro árabes israelíes han muerto hasta el momento debido a ataques de Katyushas. Dos niños hermanos de tres y siete años fueron alcanzados por un cohete cuando correteaban en una calle de Nazareth, en las proximidades de su casa. El sistema de alarma no estaba instalado en Nazareth, la principal ciudad árabe de Israel. El estado deficiente de la infraestructura urbana se expresa también en la falta de refugios, en lademora de las fuerzas de rescate en acudir a los sitios afectados. Varios diputados árabes se quejaron ante la falta de instrucciones en idioma árabe en el sitio de Internet de la comandancia del ejército responsable de la población civil.
En la casa de las víctimas, sus familiares oscilan entre la fidelidad expresa al Estado de Israel y el apoyo abierto a Hassan Nasrallah, el líder del Hezbolá. “No hay diferencia entre una sangre y la otra –dice uno de ellos–. Hay que parar los ataques de ambos lados. Ustedes quieren que yo acuse a Nasrallah, pero no puedo hacerlo. Nosotros no somos mejores que él, y si ellos mueren, también nosotros morimos.”
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