EL PAíS › OPINIóN

A los gritos y en silencio

 Por Alicia Kozameh

Desde Los Angeles

Breve, sobrio, cabizbajo, el mensaje electrónico que entró a mi casillero en la tarde del jueves 24 de julio mientras leía otros mensajes: “Menéndez: perpetua y en cárcel común”. Unico y casi silencioso mensaje. Lo enviaba una compañera ex presa política. Las horas fueron pasando y yo paseaba, callada, por los diarios argentinos que Internet proporciona, multiplicando todas las propiedades del silencio que me rodeaba. Hasta la noche. 21.30 en Los Angeles, 1.30 de la madrugada en Buenos Aires: una amiga, breve, sobria, cabizbaja, me llamaba por teléfono: “Quería compartir la noticia con vos”. Y en la mañana del viernes, entonces, la avalancha de envíos de artículos de diarios de amigos y compañeros, de mensajes felicitando a muchos, de agradecimientos a todos los que se entregaron día y noche a ese logro. Ahora las expresiones crecían, variaban, se abrían, incluyendo, en su espectro, más y más colores y sonidos adivinables, expresiones de lo que es, más que nada, una profunda necesidad de abrazar, de llenar de besos, de ahogar a puro cariño a todos y a cada uno de los como mínimo treinta mil ausentes, para no mencionar a los que han ido muriendo durante las últimas décadas por las secuelas de torturas y encarcelamientos. Abrazarlos apretada, silenciosamente. Con la oreja pegada a todos sus pechos, en un silencio que nos permitiera percibir el ritmo de los latidos de esos más de treinta mil corazones, que nos permitiera corroborar su existencia, su existencia física, física y eterna.

No queríamos esta satisfacción. Digo: la de ver a Menéndez y a tanto genocida entre rejas. Queríamos otra cosa: la alegría de lograr una mejor (tantas veces pronunciada) distribución de las enormes riquezas de nuestro país. La de ser capaces de sanear nuestra sociedad de injusticias y de corrupciones. La de lograr que no hubiera ni un solo chico arrastrándose por las calles de nuestras ciudades y de nuestros pueblos, esclavizado, o robando para poder comprar el gramito de esa droga que ya lo tiene aniquilado, o fuera de las escuelas. Esta, y no tengo que jurarlo, no era la alegría que buscábamos. La que nos llenaba de motores la sangre era la otra alegría: la que nos había enseñado Fucik.

Quiero decir: estoy contenta. O sea: no. Claro que no. No estoy contenta. Estoy arrastrando con enorme pesar una satisfacción de tono bajo y callado. Que se ubica, que trato de detectar, en algún rincón de mi cuerpo. Que se enquista, no sé, en una clavícula, el talón izquierdo, la nuca. No pasa por el estómago, no se acerca a las entrañas.

El juez, dice uno de los artículos de PáginaI12 que describe el escenario y los hechos, “miró a los ojos a cada imputado mientras leía las condenas”. Qué puente, qué puente roto, qué estruendo en las palabras, qué silencios entre unas y otras de esas palabras edificó el juez para conservar las maneras, la manera adecuada, correspondiente a la circunstancia. Cuándo, el juez, que tuvo la capacidad de clavar su mirada en los ojos de los asesinos, estableció que llegaba el momento del silencio. De otorgar, de otorgarse el silencio.

Por la reivindicación y la celebración de la vida de las compañeras y de los compañeros hoy ausentes. Por su presencia vibrante y continua en los recovecos que sostienen nuestras vísceras. Por la justicia ejercida con orgullo y convicción hasta que no quede ni un solo asesino sin castigo. Por el compromiso ético que lidera cada acción, cada palabra: gritemos, y hagamos silencio. Y reunamos la fuerza para producir el nuevo grito. A los gritos, sí, y en silencio. Respetuoso, reflexivo silencio.

Compartir: 

Twitter

 
EL PAíS
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.