Martes, 29 de julio de 2008 | Hoy
ECONOMíA › OPINIóN
Por Enrique M. Martínez *
El desenlace del tratamiento legislativo de la política de retenciones móviles no tiene antecedente en la democracia contemporánea argentina. Por tal razón, debe explicarse con sumo cuidado y a continuación debe tomarse cuidadosa enseñanza.
Ante todo: no es cierto que confrontaron sólo dos miradas, la del Gobierno y la del “campo”. En Diputados hubo al menos quince que votaron contra el proyecto oficial criticando su insuficiencia transformadora y la baja protección de los pequeños productores. Rechazaron “por izquierda”.
En Senadores, un ámbito tradicionalmente más conservador, la mayoría automática era y es una fantasía, porque se origina en un peligroso mecanismo de compensaciones a ex gobernadores y caciques menores derrotados en su interna local. Era probable que se evaporaran alineamientos ante la perspectiva de poder “armarse para volverse a meter” en futuras internas provinciales. Aun así, hubo al menos dos votos negativos –una senadora por Chaco y un senador por Santa Fe– que también discreparon “por izquierda”. Si tales reparos no hubieran aparecido y esas voluntades se hubieran sumado a las oficiales, la votación positiva habría sido clara. En términos de puja de fuerzas, en realidad debe decirse: perdió el Gobierno, pero no ganó “el campo”.
Por supuesto, para cambiar el escenario, el texto en consideración debió haber sido otro. Esta es una de las grandes enseñanzas del cuatrimestre transitado. No se puede librar una pelea esencialmente ideológica a partir únicamente de un instrumento fiscal, un impuesto. Es pelear con espadas de madera, correr el serio riesgo de no cambiar nada.
Mirando desde la equidad, en el campo argentino las cosas están bastante mal. Hay ganadores permanentes. Las transnacionales exportadoras; los monopolios de suministro de semillas, herbicidas y fertilizantes; los grandes inversores financieros que arriendan enormes superficies; los dueños de tierra –aun de superficies modestas– que han pasado a ser rentistas pasivos y sin riesgo agrícola.
Como contracara, hay perdedores permanentes. Los que no se dedican a la soja o al maíz; los trabajadores rurales; los pequeños contratistas. Además de eso, la calidad de vida de todos los pequeños pueblos de todo el país, donde hay dinero sin trabajar y voluntad de trabajo rural digno, sin demanda.
Ni el aumento ni la reducción de una tasa de retenciones a la exportación mejoran este estado de cosas. El Estado puede contar con algo más o algo menos de recursos, pero podría demostrarse que la situación estructural, en ambos casos, se congela o empeora.
Para mejorar la equidad, el Estado debe pasar a ser un eslabón activo de la cadena de valor agroindustrial. No puede ni debe ser sólo el recaudador de impuestos. No es éste el espacio para desarrollar a pleno opciones técnicas, pero imaginemos uno solo de los caminos. Un fuerte organismo público que compre cereales a un precio de referencia básico y que luego de proveer al mercado interno a ese mismo precio, venda los excedentes a la exportación o exporte directamente, entregando luego, a quienes le vendieron, una suma adicional, proporcional por la diferencia entre los dos precios (local y de exportación). Sería un concepto superador de las retenciones y podría aplicarse a cualquier actividad primaria.
¿Es confiable la estructura actual del Estado para este intento? Tal vez no. Tal vez se necesiten tiempo, dinero y compromiso en cantidades superlativas para llegar a esa situación. ¿No son acaso éstos los temas que hay que discutir? De otro modo, ¿a qué consensos se debe apuntar, según la emocionada, pero aún abstracta, apelación del vicepresidente de la Nación?
¿Cómo compatibilizar la búsqueda de una sociedad más justa con la mirada de aquellos que siguen creyendo que el mercado es el mejor ordenador social?
Es verdad que falló el método político. Debieron construirse consensos. Pero éstos son los consensos de mayorías transformadoras, que el Congreso de la Nación mostró que están allí, que se pueden alcanzar. No son los pequeños acuerdos con quienes están conformes con el pasado o sólo lo quieren maquillar.
Hay que recomenzar el camino. Con las nuevas necesidades de la hora.
Primero: creer en el debate profundo e informado.
Segundo: advertir que el diseño debe poner al Estado dentro de la cadena de valor, para confrontar con los monopolios y ayudar a los actuales perdedores.
Muy distinto escenario del que circula por la cabeza y el corazón de muchos de los que fueron al Monumento de los Españoles. Pero seguramente compartido por millones y millones de compatriotas.
* Presidente del Instituto Nacional de Tecnología Industrial.
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