EL PAíS › LA CIUDAD INAUGURó UN CENTRO DE DETENCIóN DE INFRACTORES EN UN EDIFICIO DE LA CANCHA DE VILLA CRESPO

Atlanta es la nueva prisión para contraventores

El Servicio Penitenciario Federal ya custodia al primer detenido, un quinielero. Es un edificio de tres habitaciones, ahora celdas, con camas marineras, sobre la calle Humboldt. Bronca en el club y suspicacias sobre el trato.

 Por Gustavo Veiga

Buenos Aires acaba de estrenar una nueva prisión, que queda en la cancha de Atlanta. Donde antes dormían futbolistas del interior que venían a jugar en el club de Villa Crespo, ahora hay un hombre arrestado por levantar quiniela y cuatro agentes del Servicio Penitenciario Federal que lo custodian. Esa presencia uniformada en la calle Humboldt 350 –por donde se ingresa a las habitaciones que ofician de celdas– convenció a la barra brava de elegir otro lugar, ya que se juntaba en la misma cuadra. Los muchachos están cabreros con la idea del gobierno porteño, instrumentada después de un acuerdo firmado el 15 de mayo por el ministro de Justicia y Seguridad de la ciudad, Guillermo Montenegro, y el presidente del club, Alejandro Korz. La insólita iniciativa le sale gratis a la administración de Mauricio Macri, que se ahorrará así unos 25 mil pesos mensuales.

Por si acaso, en el club aclaran que “no les dimos el lugar para que metan violadores o criminales, son contraventores que no cometieron delitos”. Sin embargo, “los hombres, mujeres y travestis que alojaremos allí”, según señaló el subsecretario de Justicia Daniel Presti, podrán hacer uso de las instalaciones para su esparcimiento, en días y horarios determinados y siempre bajo vigilancia.

Los detenidos –como el único que hasta hoy tiene el centro, penado por juego clandestino– se ubicarán en tres piezas con dos camas marineras cada una, un par de sillas, una mesa y un caloventor. En un hall central, al que se accede tras subir 22 escalones desde la vereda, los penitenciarios controlan el lugar, que estuvo un tiempo abandonado y en el que la ciudad invirtió unos 40 mil pesos para reacondicionarlo.

“Sé que no es lo más habitual para un club. Pero hace seis años había barrabravas viviendo ahí y hasta lo usaban como hotel alojamiento. El lugar no tiene comunicación con el resto de las instalaciones y este tema se habló en comisión directiva”, se justificó Korz. No piensa igual Mónica Nizzardo, una ex dirigente de Atlanta que conduce junto al ex juez Mariano Bergés la organización civil Salvemos al Fútbol. “Lo que se hizo está mal y puedo pensar que se aceptó para que, a cambio, el gobierno de Macri habilite la cancha. Todos en el club sabemos que fue así”, comentó. El estadio de Villa Crespo está en el último tramo de su remodelación. Ya tiene levantadas dos cabeceras de cemento (antes eran de tablones) y según el presidente se prevé inaugurarlo el 6 de diciembre.

En el club nadie desmiente a Nizzardo. Los dirigentes saben que la apertura de la cancha depende de una decisión del ministerio de Montenegro (mientras tanto, el equipo juega de local en Platense). Habilitación que los diecinueve estadios de fútbol que se encuentran en la ciudad tienen otorgada de manera provisoria, incluida la Bombonera. Un estudio de la Auditoría General porteña que preside el abogado Vicente Mario Brusca sostiene que ninguno posee el permiso definitivo.

Atlanta, además del centro de detención, también comparte su sede social con la ciudad. Cuando el club quebró el 25 de septiembre de 1991 y perdió este edificio vecino a la cancha ubicado en Humboldt 540, se inició un largo camino hacia su recuperación. El 28 de diciembre de 2006, algo más de quince años después, una ley de expropiación lo haría posible. A cambio, Atlanta tuvo que cederle al Estado una parte de esas instalaciones. Ahí el gobierno porteño avanzaría con su proyecto de capacitación para su propia policía y hasta podría mudar el centro de detención unos metros, hecho que el presidente Korz asumió como posible: “Si lo hacen no nos vamos a poder oponer”.

A los dirigentes se los percibe incómodos con esta sociedad penitenciaria y en el club la atribuyen a que “Macri quiere demostrar que gasta poco”. Hay socios, entre el millar que paga su cuota, que tragan saliva cuando imaginan que podrían compartir las instalaciones con contraventores por levantar juego o travestis arrestados por ofrecer sexo fuera de la zona roja. Y entre los hinchas ya corre de boca en boca el chiste sobre que irán presos en su propia cancha si provocan el mínimo lío. “Esta decisión le da seguridad al predio”, razonan los directivos que, como Korz, recuerdan el día que hubo una balacera entre integrantes de la barra en la misma puerta por donde ahora entrarán los detenidos.

El convenio entre el gobierno y Atlanta no es el único para llevar a cabo el proyecto. Hay otro firmado con el Servicio Penitenciario Federal mediante el cual se pagan adicionales a los efectivos que cubren los turnos de custodia a razón de doce pesos la hora por agente y quince por jefe de turno. El estadio bohemio (por este apodo se conoce a sus hinchas, entre quienes se cuentan el poeta Juan Gelman y el actor Osvaldo Miranda) ha sido elegido para este experimento provisorio por un año y reemplaza al edificio de la calle Viamonte 1151, frente al teatro Colón, donde eran alojados los contraventores hasta que Macri se deshizo de ese lugar.

Los dirigentes de Atlanta no quieren mencionar la palabra cárcel, dan argumentos técnicos para decir que no lo es y, al contrario del sentimiento que expresa la barra brava, sostienen que ahora la cuadra de Humboldt al 300 es más segura. Como fuere, a nadie se le había ocurrido transformar las instalaciones de una cancha de fútbol en centro de detención desde que Pinochet lo hiciera en Santiago de Chile tras el golpe del 11 de septiembre de 1973. Aunque hay una gran diferencia: en el estadio Nacional se torturó y se asesinó, además de contabilizarse en un solo día a unos 7000 prisioneros políticos. En Atlanta, por ahora, sólo un hombre purga su condena de 35 días.

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La cancha bohemia tiene ahora una presencia policial permanente que no les gusta a todos.
Imagen: Télam
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