Domingo, 14 de septiembre de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Lula y Cristina Kirchner, de la bilateral anunciada a la reacción urgente. En Brasilia, con los deberes hechos. Cumbre en Santiago, una señal dotada de símbolos. La crisis en Bolivia, la reacción de los gobiernos vecinos. La violenta derecha boliviana, un mensaje que trasciende fronteras. El parentesco entre contemporáneos.
Por Mario Wainfeld
La actividad conjunta de los gobiernos argentino y brasileño de estos días vale como buena muestra de cómo funciona la mejor relación bilateral de que se tenga memoria. Claro que se expresó en dos registros: uno elaborado y previsto con anticipación; otro urdido en caliente, teñido por la urgencia. Desde el fin de semana pasado se desplegó la parte visible de la labor conjunta diagramada por los presidentes Cristina Fernández de Kirchner y Lula Da Silva. Luego estalló la situación boliviana, que acicateó el activismo (también de consuno y on line) de los mayores garantes de la paz y la democracia regionales.
La acción proseguirá mañana a las tres de la tarde en el Palacio de La Moneda, en una cumbre plurilateral que definirá cursos de acción colegiados y emitirá una fortísima señal acerca del compromiso democrático de los gobiernos populares de la América del Sur.
Será entre difícil e imposible que se suscriba un documento mañana, costaría mucho lograr en pocas horas un acuerdo tan preciso entre todos los nutridos asistentes. Hasta ahora confirmaron la presencia las dos presidentas, Lula, Tabaré Vázquez, Fernando Lugo, Rafael Correa, Hugo Chávez. Su tonalidad política es variopinta, sí que signada por varios comunes denominadores. En Santiago de Chile pondrán en acto el compromiso colectivo y homogéneo con la estabilidad institucional y la defensa de la soberanía popular.
La sede elegida obedece a una razón lógica: Chile ejercita la presidencia pro tempore de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur). El azar agrega dos detalles simbólicos. El primero: fue en La Moneda, hace 35 años casi clavados, que la ferocidad de la derecha nativa segó la experiencia de implantación del socialismo por vía democrática, encabezada por Salvador Allende. El segundo, sólo en orden enumerativo: que Chile sea anfitrión de una reunión de solidaridad con Bolivia es un nuevo mojón en el acercamiento entre los dos países, que avanza (pasito a paso) desde las asunciones de Morales y de Michelle Bachelet.
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Y con el mazo dando: Cristina Kirchner y Lula acordaron una secuencia de encuentros presidenciales de trabajo semestrales, alternando uno en cada país, cuando la mandataria argentina acababa de asumir. La celebración de la independencia del Brasil fue la ocasión para el segundo.
Como es “normal” en estas tierras feraces, la coyuntura metió la cola en el calendario establecido: se coló una visita impensada de Lula a Buenos Aires, como prueba del apoyo al gobierno argentino, herido por su conflicto con “el campo”. El presidente brasileño desembarcó con una delegación frondosa, con la flor y nata del empresariado de su país, aval inequívoco para un aliado en apuros.
En Brasilia, la presidenta Cristina fue la huésped de honor en los festejos, galardón que le habrá dado un poco de frescor para sobrellevar un solazo achicharrante. Las reuniones celebradas luego, en ambientes más refrigerados, hilvanaron tareas de cooperación de las dos cancillerías.
Un abanico de acuerdos (metas pautadas con plazos de realización) avanza día a día, merced a una labor más seria que rimbombante. Esta virtud es, seguramente, un talón de Aquiles mediático. La edificación de una política común no congrega mucha prensa, menos que menos tapas de diarios. Sin embargo el cometido de ambas cancillerías eslabona iniciativas de mediano y largo plazo, dignas de encomio y de mención. El complejo hidroeléctrico de Garabí, en el alto río Uruguay, puede ser un hito en la integración energética.
La puesta en marcha de las transacciones en monedas locales, amén de un gesto de soberanía pragmático y no ampuloso, es un beneficio concreto para el comercio bilateral.
Proyectos industriales de tinte desarrollista (el jeep Gaucho, por caso) dan un envión a la industrialización común, una asignatura soslayada en el Mercosur de los mercaderes acuñado en los ’90.
Las perspectivas de cooperación argentina (construcción de buques petroleros) en los fabulosos yacimientos hallados por Petrobras suman lo suyo.
La gestión del canciller Jorge Taiana y las de sus colaboradores más cercanos con responsabilidades en la región configura una política de Estado, de aquellas que tanto se reclaman en abstracto y que alegremente se ignoran cuando se corporizan.
El esfuerzo, que reconocen con elogios sus pares de Itamaraty, se cimienta en una mirada ideológica que tiene aires de novedad. Durante décadas, o acaso siglos, primó (en Relaciones exteriores y en Defensa) la pavota doctrina de la rivalidad estratégica contra el vecino. Una derecha chata, aquejada de tortícolis que la hacía mirar sólo al Norte, maquillaba su cipayismo alimentando una competencia de suma cero con Brasil, a pura pérdida para ambos. Está en revisión esa infausta teoría, muy cara a élites nativas, proverbial en altos mandos militares y en núcleos relevantes del elenco estable del Palacio San Martín. Contra lo que proponen lugares comunes extendidos, esa visión ideológica era distorsiva y poco utilitaria, en contraposición a la actual que sintoniza cuán deseable y aun inexorable es la integración regional.
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Buena fortuna: Es habitual computar que Néstor Kirchner tuvo buena fortuna en los tiempos de su presidencia y que su sucesora atraviesa circunstancias menos propicias. Mentamos una magnitud arisca a la cuantificación pero, compartiendo el diagnóstico en parte, el cronista añade que la contemporaneidad con los gobiernos de Lula da Silva es un don compartido, aunque la presidenta Cristina lo dispondrá sólo dos años. La magnitud del líder brasileño y su compromiso con el destino común son un recurso interesante. El intercambio económico llega a niveles record, incluso en exportaciones argentinas. La balanza comercial es desfavorable, elevada en cifras absolutas, aunque porcentualmente menor que en otras etapas. De todos modos, es un problema severo, que patentiza asimetrías entre ambas naciones y sincera las carencias de las dirigencias empresaria y política argentinas. Así y todo, sigue siendo un dato promisorio la combinación del avance del comercio con la firme solidaridad política. La procura solidaria de la estabilidad institucional en Bolivia es un ejemplo de esas tareas comunes.
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Excalibur al rojo vivo: El respectivo disyuntor saltó casi en simultáneo con el fin del cónclave en Brasilia. La derecha boliviana, refractaria a reconocer el aplastante veredicto de las urnas, dio rienda suelta a su pulsión por la violencia. Planalto y la Casa Rosada imaginaron una misión conjunta a La Paz, replicando una costumbre de estos años. La reacción de volea casi fuerza a Taiana y al subsecretario de Política Latinoamericana Agustín Colombo Sierra a rebotar desde suelo argentino, recién llegados desde Brasilia. El presidente Evo razonó que era más prudente diferir la misión, en pos de manejar el frente interno.
De cualquier forma, Lula y Cristina Fernández fatigaron sus teléfonos en diálogo con pares de la región. Los cancilleres y el asesor presidencial brasileño Marco Aurelio García (otro que estaba con las maletas en ristre) intercambiaron a su vez mil telefonemas.
Se emitieron comunicados fuertes y precisos, de respaldo a la legalidad en el país del Altiplano. En tanto, de cara a la desatada brutalidad secesionista, Evo Morales apeló a la política. Tendió un puente a los “autonomistas”, se enhebró una reunión entre el vicepresidente Alvaro García Linera con el prefecto de Tarija, Mario Cossio, algo así como un emergente de los rebeldes.
El gobierno boliviano se comprometió a revisar algunos puntos del proyecto de Constitución. La noticia es buena, a los ojos de la diplomacia argentina. Sus especialistas concuerdan en que la responsabilidad por la crisis recae sobre las autoridades de las regiones ricas. Los definen como clasistas, racistas a carta cabal, rapaces cuando de compartir riquezas naturales se trata, enfermos de ira por las sucesivas convalidaciones electorales de Evo. Pero, en la mínima mochila del presidente, anotan el excesivo sesgo unitario de la Constitución. Lo analizan como disfuncional, teniendo a la vista la centralidad económica de las regiones rivales. Otro problema que atribula a los funcionarios argentinos es la radicalidad de ciertas organizaciones sociales afines de Morales, que lo “corren por izquierda”, demasiado para los paladares del Río de la Plata.
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Pinta el mundo: La gran prensa boliviana es intratable con el presidente legitimado un mes atrás, áspera relación que se repite (con variaciones alusivas al color local) en Ecuador, Venezuela, Chile, Brasil y Argentina. Un catecismo mediático trivial espiga entre gobernantes “serios” y “populistas”, las querellas mediáticas de otras comarcas se corresponden con esa tipología, destinada a aleccionar (o descalificar, tout court) al kirchnerismo. En Bolivia y en Brasil, a contrapelo de los mencionados rankings, los diarios se permiten exabruptos clasistas y racistas que sus pares argentinos matizarían, más confinados por la corrección política.
La oposición golpista muestra más los dientes (o las armas) en Bolivia, Venezuela o Ecuador. Hay en eso algo del principio de acción y reacción. Pero las tendencias suelen ser contagiosas, las campanas de cada época son sincrónicas. La algarada boliviana huele más a precedente que a exotismo.
Los análisis políticos y económicos argentinos pecan de un vecinalismo extremo. Se omite o se niega el contexto internacional, los condicionamientos de la globalización, lo que ocurre en la casa de enfrente. El resultado inmediato del pago al Club de París se interpreta haciendo caso omiso de la formidable crisis financiera mundial, nacida en el puro centro del mundo. El cronista malicia que una catástrofe expandida algo debe incidir en la baja cotización de los bonos de un país emergente, pero los gurúes ni mentan esa variable que los forzaría a estilizar su discurso, desandar simplismos, respetar la inteligencia de su auditorio. No son sus costumbres...
El contexto regional, con el emerger de alternativas al fracaso de las experiencias de fin del siglo XX, con variables propias de cada historia, es también un núcleo epocal subestimado. Una mirada histórica retrospectiva, así fuera distraída, prueba que siempre se es pariente de sus vecinos contemporáneos. A menudo se comparten más semejanzas que con los propios ancestros.
En el siglo XXI, en un nuevo ensayo buscando su destino, los países sureños bosquejan formas de integración que van más allá de retóricas tradicionales, entrañables pero (¡ay!) insuficientes. La posibilidad del intercambio económico es mucho mayor que en otros momentos; la complementación energética, un desafío y un eventual catalizador. Esos procesos reformistas, respetuosos de las rutinas democráticas, sujetos al karma de la revalidación cotidiana en las urnas (o hasta en las encuestas) están acechados, por sus carencias, por las condicionalidades internas y externas, por la extrema radicalidad de sus oposiciones.
Las cumbre de Brasilia y de La Moneda son reflejos inteligentes cuando soplan vientos de fronda en un entrañable país hermano que podrá ser el eslabón más débil pero que no deja de formar parte sustancial de la cadena. “Lula es un promotor del capitalismo, el desarrollo y las inversiones. Pero sabe que donde entran las balas, la plata huye”, sintetiza un argentino que suele ser su contertulio. No es el único que piensa así. Como después del ataque de Colombia a Ecuador, el reflejo colectivo es defender la paz y la democracia construidas con las luchas y el sacrificio de los pueblos.
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