Domingo, 8 de febrero de 2009 | Hoy
Por Mario Wainfeld
Sustraerse al impacto de la debacle capitalista mundial es imposible, la cuestión es guarecerse lo mejor posible. La Argentina tiene la posibilidad de surfearla mejor que a las anteriores, de evitar los colapsos y las zozobras institucionales de 1930, 1989 o 2001. Tras años de crecimiento chino, el frenazo es inexorable y la comparación se hará sentir, en la economía real, en la vida y en las percepciones colectivas. Puede no advenir lo peor, lo mejor (como poco, en el corto plazo) ya pasó.
Un objetivo exigente aunque accesible es (mirando hacia adentro y hacia atrás) sufrirla menos que las anteriores. Situados en la coyuntura y mirando hacia fuera, estar en el exiguo conjunto de países menos golpeados.
El economista Miguel Bein, acaso el más certero puesto a analizar los gobiernos kirchneristas y predecir sus trayectorias, describe sugestivamente el cuadro actual en su informe difundido a principios de este mes. Su título, “¡Olé al iceberg!”, cifra con garbo su punto principal, por lo que se parafraseará respetuosamente en estas líneas. Bein estima que “se disipan los escenarios de devaluación y de default” y propone a tantos exacerbados colegas suyos que “antes de mezclar los deseos con la realidad hagan bien los números”. Dicho en palabras de este cronista: las reservas se recuperaron después de las fugas de fin del año pasado, se mejoró la provisión fiscal de dólares, el mercado de trabajo no padece las sangrías que ya sienten Estados Unidos, España o Brasil, por mentar ejemplos de porte variado.
El iceberg se viene eludiendo, lo que habilita una doble lectura. Hay méritos del Gobierno en su férreo manejo de caja, en el aporte crucial a la solidez fiscal que fue la eutanasia de las AFJP, en el obrar del Ministerio de Trabajo contra el “despido fácil” (al que se sumó la palabra de Néstor Kirchner en esta semana), en haber desflexibilizado en parte el sistema de relaciones laborales, lo que encarece las cesantías, gratuitas en otras latitudes.
En el otro fiel de la balanza, sería suicida menospreciar las restricciones, los peligros y los bajones en cierne. Aunque no se choque con el iceberg, sí se atraviesan mares helados sin viento en popa como el lustro anterior. No será éste un año de despliegue e incremento de la prosperidad, sería un logro conservar lo adquirido. Ahora bien, “la foto” perpetúa chocantes niveles de desigualdad de ingresos y de oportunidades. Ninguna buena nueva llegará para millones de argentinos del mercado del trabajo ni del mero fluir del “modelo”. Puede que, con gran manejo y una dosis de fortuna, no se destruyan puestos de trabajo (Bein cree que el desempleo aumentará, de todas formas) pero es utópico imaginar que podrán mejorarse los standards actuales. Así las cosas, se mantendrá la estructura social, con marcadas disparidades entre trabajadores. Los estratos más bajos de la pirámide social no tienen chances serias de avanzar.
La discusión de por qué “el modelo” no pudo permear a esos sectores sigue siendo interesante y necesaria. En términos de acción pública es menos acuciante que actuar sobre el conjunto más desprotegido, que no puede esperar buenas nuevas en medio de la consunción general. El kirchnerismo fue reacio a implementar políticas públicas de ingresos independientes del mercado de trabajo para los argentinos más empobrecidos. Las jubilaciones son la excepción, valorable e insuficiente, de esa regla. La contingencia clama por ellas, no ya por razones electoralistas sino de la más básica justicia social.
Es verosímil que el catastrofismo, a menudo interesado, describa mal la situación actual y, por ende, la virtualidad accesible. Aun así, son desajustadas las miradas triunfalistas que dan la impresión de subestimar las mutaciones sucedidas y los costos colectivos que se pagarán y se prorratearán inequitativamente, si el Estado no interviene de todo trapo.
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El blog Revolución en tinta limón del joven nac & pop Martín Rodríguez, conjuga una prosa bella con una sutil mirada política. Extraemos una cita citable de este kirchnerista crítico. “Se descuidó demasiado lo que Kirchner en cuatro años talló con paciencia oriental y resultados occidentales: ¡que la persona más poderosa de su país sea su presidente! Eso parece en suspenso.” La, a esta altura, reconstitución de la figura presidencial es una tarea relegada en Olivos y zonas de influencia. Como apunta Rodríguez, no se trata del “doble comando” (que en algún sentido siempre existió) sino de incrementar la centralidad de Cristina Fernández de Kirchner.
La recurrente aparición de la Presidenta anunciando medidas de gobierno, fuera cual fuera su magnitud, apunta a ese designio, pero (a los ojos de este cronista) pasa lejos del blanco. En estos días fue el turno del boleto electrónico. Una acción que afecta a la gente común pero que no tiene el rango exigible para “jugar” la imagen presidencial. Por añadidura, se tomó con demora de años y compromete a la Presidenta con detalles peliagudos. Con la eficiencia de las empresas y la calidad de gestión de Ricardo Jaime es más que factible que el nuevo sistema no esté en pleno funcionamiento en tres meses. Se expone a la Presidenta a ser el imán de las protestas, sin fusibles ni intermediarios. Las potenciales ventajas son, en comparación, irrisorias.
Con el cuadro de situación pintado en el primer apartado de esta nota, la seguidilla de anuncios sin elaboración colegiada previa deja vacío un sitial más relevante para Cristina Kirchner.
El tiempo de crisis amerita un liderazgo particular, diferente a la modalidad actual y a la que ejercitó Kirchner, en otro mundo. Definir el rumbo, marcar líneas novedosas, convocar a sectores sociales y de la producción. Salirse del fragor del día a día, proponer un horizonte colectivo, iluminar una prospectiva y líneas maestras de acción. Criterios que harían sobreabundante la exégesis de cada anuncio, que pesa casi exclusivamente sobre los hombros de Cristina.
Una de las lecciones que dejó (que debió dejar) la batalla de las retenciones móviles es que el conflicto permanente deteriora siempre al Gobierno, que es el responsable de la paz social.
Los instructivos de la época proponen criterios caros al kirchnerismo: preeminencia estatal, activación del consumo, límites a la codicia financiera. Pero el tablero también le marca tareas que antes no realizó: concertar, aunar criterios, emitir gestos de pacificación y de conducción del conjunto. La falta de ámbitos de elaboración de consensos con la dirigencia empresaria en su conjunto y con la de los productores agropecuarios en especial es un error que no traduce autoridad sino cerrazón. Ese aislamiento cotidiano, sin ámbitos donde elaborar y discurrir sobre circunstancias tremendas y cambiantes, deja al conjunto social sin una referencia política imprescindible.
Huelga decir que la dirigencia agropecuaria (como cuadra a casi toda la burguesía doméstica) es intratable, egoísta y hasta violenta. Pero hacerse cargo de las innegables dificultades contingentes del sector y mostrar ánimo de diálogo es un mensaje que trasciende a las cerriles huestes encabezadas por Alfredo De Angeli. Interpela al conjunto de la sociedad que, seguramente, ansía una referencia presidencial convocante, centralizadora y no aislada. La recurrente liturgia de Olivos, endogámica por demás, remarca la falencia.
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Las alusiones a un Acuerdo Social reavivan cenizas encendidas cuando asumió la Presidenta. Ya entonces eran necesarios un cambio de gabinete que lo remozara y le diera mayor densidad, políticas sociales universales para reparar los puntos ciegos del “modelo”, un ejercicio distinto de la presidencia, más dispuesto al intercambio y a la escucha. Esas necesidades se subestimaron y llegaron el conflicto con el campo y trascartón el iceberg. Hubo augurios de naufragio, de final abrupto, no ocurridos. Enhorabuena, a condición de registrar que esas adecuaciones a una realidad diferente y más chúcara son, hoy día, más acuciantes que en el remoto final de 2007.
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