Domingo, 14 de febrero de 2010 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Alfredo Zaiat
Durante muchas décadas el faro que orientaba a las elites argentinas fue Inglaterra. En el proceso de su decadencia, la mirada continuó dirigida a Europa, pero la presencia de Estados Unidos empezó a ocupar una centralidad cada vez mayor. Así fueron forjando su propia identidad, que es la de carecer de una definida, puesto que siempre están señalando experiencias de otros países como modelos exitosos en contraposición al fracasado nacional. Fracaso del que no se consideran responsables. Esa idealización de procesos del exterior, que con mínima rigurosidad analítica se sabe que son complejos y contradictorios, refleja la incapacidad del establishment doméstico de constituirse en un factor dinámico del desarrollo nacional. Es una de las carencias de lo que el economista Aldo Ferrer denomina densidad nacional. Esta consiste, entre otras cuestiones, en “la integración de la sociedad, liderazgos con estrategias de acumulación de poder fundado en el dominio y la movilización de los recursos disponibles dentro del espacio nacional”. Pero las elites argentinas tienen una predilección por la fuga de capitales y, por lo tanto, para dirigir la mirada al exterior. Esto explica la permanente ponderación de la forma de organización económica de otros países. En estos últimos años, en un momento los elogios estuvieron concentrados en el Brasil de Lula, en otro en el Chile de Bachelet y ahora aún más en el del derechista Piñera, y ahora en el Uruguay del presidente electo Pepe Mujica. Hasta no hace mucho, antes del derrumbe del muro de Wall Street, el modelo a imitar y envidiar era Irlanda y España, ambas economías que hoy están transitando una profunda crisis.
Las elites de la periferia han tenido una tendencia histórica a referenciarse en las de los países poderosos. Pero en países vecinos han logrado cierto grado de compromiso con el desafío de un desarrollo nacional, actuando como un factor dinámico de la economía. No se trata de un sector social homogéneo, tienen conductas e intereses contrapuestos que se reflejan en diversas líneas políticas, aunque con una base local relativamente sólida. Saben de sus limitaciones pero no actúan en forma destructiva y mucho menos en forma despectiva sobre su propio país. Lo opuesto es ejercido sin pudor por las elites argentinas, lo que quedó expresado con la actuación de un importante grupo de empresarios ante Pepe Mujica, con Cristiano Ratazzi como exponente por excelencia.
Este tipo de comportamiento de las elites, que a lo largo de la historia han combatido cada intento de emprender un camino de desarrollo nacional, hoy en un marco de contradicciones y a veces excedido de voluntarismo, explica gran parte la debilidad de la economía argentina. En el libro Los senderos perdidos del desarrollo. Elite económica y restricciones al desarrollo en la Argentina, Hugo Notcheff afirma que la elite económica argentina mantiene dos rasgos bien definidos: la sistemática búsqueda de cuasirrentas de privilegio y la adaptación a las ventajas generadas en el contexto externo. Las define como “el conjunto de empresarios individuales o de organizaciones empresarias de mayor peso económico y político, que moldean el sendero del resto de los agentes económicos”.
La identificación de las razones que explican el atraso relativo de ciertas naciones con respecto a otras brinda la oportunidad de comprender ciertos procesos político-económicos. La investigadora Ana Castellani lo intenta en su reciente libro Estado, empresas y empresarios, al destacar que el comportamiento de las elites es de suma relevancia para entender la dinámica económica, social y política del país. Señala que esa importancia se muestra por dos motivos principales:
“Por un lado, porque juega un papel central en el proceso de acumulación de capital como consecuencia de las decisiones macroeconómicas que toman las empresas que la componen (sobre todo aquellas vinculadas con el nivel y tipo de inversión), que son cruciales para marcar el rumbo del resto del sistema económico”.
“Por otro lado, porque el accionar colectivo e individual de sus miembros suele incidir en la determinación de las políticas públicas, en especial, aquellas que definen la orientación de la intervención económica estatal.”
En ese libro se recupera el trabajo de Notcheff, uno de los intelectuales más lúcidos y comprometidos con los sectores populares (falleció el 6 de octubre pasado), que intenta explicar las evidentes dificultades que presenta la Argentina para conformar un patrón de desarrollo sostenido. Notcheff concluye que la economía argentina se corresponde con el tipo de economía de “adaptación tardía” a los cambios tecnológicos que se generan externamente. Entonces, las cuestiones relacionadas con las políticas de investigación científica y tecnológica no se encuentran en el centro de la agenda ni del Estado ni de “la elite económica”. Esta, sostiene, no compitió por la obtención de cuasirrentas tecnológicas, sino que, por el contrario, durante la mayor parte del siglo XX se protegió de la competencia a través de formación y consolidación de “monopolios no innovadores ni transitorios” sostenidos por el accionar estatal. Este tipo de comportamiento (imitación tecnológica tardía y monopolios no innovadores) constituyó para la elite económica una “opción blanda”. La “dura” implicaba el riesgo propio de una conducta innovadora que procurara la obtención de cuasirrentas tecnológicas en base a la conformación de “monopolios innovadores y transitorios”.
El investigador de Flacso explica que desde el punto de vista de la economía en su conjunto, la opción blanda no permite iniciar un proceso de desarrollo sostenido, sino una sucesión de booms o burbujas que cuando se terminan dejan sólo unas “gotas” aisladas de capacidades tecnológicas que no permiten iniciar un nuevo ciclo de desarrollo. Esto conduce, ilustra Notcheff, a un menor crecimiento del ingreso en el largo plazo porque “la intensidad de los factores que sostienen el crecimiento es débil”.
Un factor interesante del actual proceso económico y social es que, pese a sus evidentes restricciones y contradicciones, provoca un enfrentamiento con el accionar tradicional de la elite argentina, lo que brinda elementos para analizar las presentes dificultades del ciclo de crecimiento económico. También es cierto que las características estructurales de las elites se van modificando a lo largo del tiempo “como resultado del comportamiento seguido por las empresas y/o actores sociales que la integran y como consecuencia del contexto operativo generado por la intervención económica estatal”, señala Castellani. Para agregar que es por eso que van surgiendo en su seno proyectos políticos diferentes que expresan los intereses de las distintas fracciones existentes en ese heterogéneo sector socioeconómico. Hoy se está en presencia de esa tensión, con un final aún en disputa en el cual se especula con cambios en los rasgos de las elites o se batalla para la consolidación de sus conductas históricas. Las señales visibles, como esa legión de cortesanos del poder que se acercaron a Pepe Mujica, o elogian al Brasil de Lula o al Chile de la desigualdad, revelan la dificultad para superar esa restricción y consolidar un desarrollo económico estable.
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