Viernes, 21 de mayo de 2010 | Hoy
LORENZO PINCEN
De poncho y vincha negra, con guardas originarias, el lonco Lorenzo Pincén llegó a la Plaza de Mayo desde la comunidad Pampa de Trenque Lauquen. Lorenzo, con sus 80 años, es el bisnieto del cacique Pincén, capturado en 1878 por el coronel Conrado Villegas, quien dio aviso al ministro Julio Roca de la detención que finalizaba con la resistencia indígena en Buenos Aires. Según el lonco el “bisabuelo fue el primer de-saparecido. Fue detenido en la isla Martín García y nunca más nos devolvieron su cuerpo”. Pincén, parado en la Plaza de Mayo, espera que la marcha de los pueblos originarios sirva para que “nos reconozcan como pueblos con su propia cultura”. El lonco no olvida su niñez, cuando “mi madre nos intentaba transmitir nuestra cultura contándonos historias en la época de lluvias y a través de dibujos”. Pero Pincén recuerda cómo “en la escuela nos obligaron a convertirnos al catolicismo. Llegamos a reconocernos en esa religión europea y mi padre tenía miedo de que aprendiéramos nuestra lengua originaria”.
DIEGO VILCA
Hace siete días, Diego Vilca salió de su Tumbaya natal para llegar a Plaza de Mayo. Desde la Puna jujeña recorrió más de mil kilómetros como parte de una tropa de sikuris que no dejó de tocar sus zamponias y sikus. Para él, estar en la Plaza de Mayo significa “llegar a dar el mensaje de reclamo de sus padres y abuelos” y “de una cultura que se está recuperando”.
No es la primera vez que Diego dejó atrás las tierras donde su padre continúa criando ganado y cultivando la tierra para subsistir en las hectáreas que la comunidad recuperó hace 15 años, pero que aún no fueron tituladas. La primera vez fue después del secundario. Diego decidió ir a Córdoba capital para continuar sus estudios en un profesorado de educación física. La discriminación fue una traba para encontrar los trabajos de mozo o de encargado de limpieza que realizaba por la noche para estudiar durante el día. Por eso, con título en mano decidió regresar a Tumbaya. “Cuando vivís en la ciudad revalorizás la cultura de tu tierra, pero también al regresar ves a tu pueblo estancado y te lleva a movilizarte.”
RAMON NAHUEL
”Jallalla”, “Jallalla”, el saludo aymara resuena desde el escenario de espaldas a la Casa Rosada, desde donde se reclamaba el reconocimiento de un Estado pluricultural. Haciendo el pedido de la palabra, el lonco Ramón Nahuel presentó a su comunidad en el idioma del pueblo mapuche: Wiui Ño Folil (vuelven las raíces). Ramón agradece aún poder alimentar a su familia con la cría de ganado en la comunidad de 24 familias con las que resisten en Neuquén “a las empresas transnacionales, mineras, petroleras y forestales”. Cuando mantener las formas de producción milenaria de una comunidad se hace difícil, la consecuencia es la que vive Ramón en carne propia: “Nuestros hijos emigran a las ciudades y por su formación no están preparados para vivir en ese entorno. Entonces, sólo van para ser un marginado más del sistema. Y si un joven mapuche que salió a la ciudad desea volver, se encuentra con nada”, lamentó el lonco. Según el lonco, la movilidad para su comunidad también es un problema y lo es para los niños que desean llegar a la escuela rural donde “el reconocimiento de la pluriculturalidad es esencial porque aún no se enseña de forma bilingüe”.
PATRICIA CRUZ
La gorra repleta de coloridas bolas de lana, la pollera, el poncho verde que la cubre, Patricia Cruz lleva su cultura puesta como cada chola que ayer pintó de pluriculturalidad el centro porteño. Los legados de su cultura colla los mantiene gracias a los 93 años de su abuela, última colla en su árbol genealógico, que supo resistir los intentos de desalojo de su pequeña parcela en Maymara, Jujuy, frente al cerro Pucará. En la historia de su antecesora comienza a contar la propia: “Mi abuela tuvo que enterrar a todos sus hijos. Su hija mujer tuvo que irse a la ciudad a trabajar como mucama y sus hijos varones murieron porque sin poder trabajar sus tierras se dedicaron al alcohol”, relató Patricia.
Sin tierras tampoco para sus padres, ella se quedaba en su casa cuidando de sus hermanos, mientras su madre salía a trabajar para otras familias. Cuando le tocaba salir era para ir a la escuela y allí no era bien recibida. Poder volver a labrar la tierra parece ser una posibilidad de la que Patricia se aferra para vivir con su esposo y sus dos hijos. El sueño es una parcela que reclama junto con las tierras de otras 150 familias de la comunidad de Maymara. “Si la presidenta nos da nuestras tierras, podríamos ser libres y llevar una vida digna”, resumió la chola.
Producción: Nahuel Lag
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