Domingo, 17 de octubre de 2010 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Martín Granovsky
Se los veía bien, juntos, a Evo Morales y Sebastián Piñera. El presidente chileno recibía al colega vecino porque un minero boliviano recién había salido del socavón. Algo lógico. ¿También natural? En absoluto. El acercamiento entre Chile y Bolivia fue una iniciativa del presidente socialista chileno Ricardo Lagos, que en 2006 hizo notorio el gesto cuando fue el primer mandatario chileno en asistir a la asunción de un boliviano, Morales. Poco después Evo retribuyó la señal de amistad: fue a la asunción de Michelle Bachelet, también socialista y sucesora de Lagos.
Primera conclusión: Chile y Bolivia mantienen una relación difícil desde la Guerra del Pacífico de 1879. Bolivia quiere una salida propia al mar y para ese objetivo precisa mejorar sus vínculos con Chile. Esa relación comenzó a ser reparada de verdad recién hace cuatro años con aquel gesto de Lagos.
Segunda conclusión: desde que el fin de la dictadura argentina marcó el comienzo del último ciclo democrático, nunca la innovación regional fue iniciativa de los gobiernos conservadores. En todo caso Piñera hoy, o antes Carlos Menem cuando continuó la política de arreglo definitivo de límites con Chile, que había comenzado Raúl Alfonsín, tienen o tuvieron el realismo de acompañar las iniciativas ajenas. Lo cual, por supuesto, es bienvenido: en política internacional cuentan los resultados más que el amor.
Tercera conclusión: cada derrota electoral de coaliciones de centroizquierda que estén hoy en el gobierno puede convertirse en un retroceso de la integración profunda. La creatividad y el compromiso con los parientes de Sudamérica no forman parte de la energía vital de las derechas.
Evo puede haber estado presente en Copiapó por sensibilidad. El ex cocalero sabe en carne propia lo que es el dolor. También por conveniencia interna. Morales recibe más simpatía de campesinos y trabajadores urbanos de origen campesino que de mineros, a veces enzarzados en reyertas entre cooperativas formadas por muertos de hambre que aspiran a dejar un dinero a la familia antes de morirse a los 40. Evo tiene, como Lula, tradición sindical y en San José había trabajadores. Igual que Nelson Mandela, sabe lo que es una transmisión mundial. Más de mil millones de personas vieron a ese aymara que fue el único mandatario presente durante el rescate junto a Piñera. Y está el objetivo exterior permanente de Bolivia, preocupada por su propia salida al mar. En ese largo proceso Evo sumó una foto más en un momento de la historia chilena que será recordado para siempre.
Es difícil imaginar cuánto cambiará la política de Chile luego del rescate. ¿Cambiará? Aun si Piñera hubiera salido convertido en una persona distinta luego de los 33 abrazos con representantes del otro mundo, ¿eso basta para modificar la estructura corporativa y/o clerical de su gobierno? Incógnita. Más allá de simpatías o antipatías, Piñera hizo lo que correspondía. Jugó fuerte al rescate, se plantó en persona cuando no tenía todas las cartas, porque siempre puede haber una tragedia, y se fue aflojando con las horas y el cansancio. También prometió que no habrá impunidad. Ahora puede probarlo no sólo con dinero sino con prevención y seguridad laboral: el viernes mismo murió un minero y este año ya murieron 32. Falta sólo uno para igualar los 33 que esquivaron la condena del cerro.
El riesgo de los mineros, que pueden morir al segundo aplastados por una roca o sufrir una vida de pulmones con silicio, ya quedó instalado en Chile como un gran tema público. En cambio, todavía es invisible el debate sobre el cobre. Información que comenzó a circular por Internet y habrá que ir decantando revela que desde 1992 las empresas privadas fueron desnaturalizando la nacionalización de la gran minería de cobre impulsada por Salvador Allende en 1971.
¿Qué fuerza política encarnará el drama minero? ¿Qué fuerza sindical? La Concertación, ¿saldrá de su inmovilidad? Y Marco Enríquez-Ominami, tercero en la primera vuelta de las últimas presidenciales, ¿le pondrá espesor social a su discurso modernizador? ¿Crecerán los que llevaron a Jorge Arrate de candidato? Piñera acaba de emprender una gira por Europa. Sin mentir, podrá presentar un Chile eficaz en el rescate más filmado de la historia. Sería una imagen complementaria del Chile de vinos y kiwis exportados con buen envoltorio y excelente marketing, o del Chile que traslada un iceberg a Europa para publicitar sus salmones de criadero. La justicia social no es su tema. ¿Lo será de alguien?
Por eso tiene aún más importancia el resultado de la segunda vuelta en Brasil, el 31 de octubre. Evo pudo desplegar su liderazgo sobre el 65 por ciento de los bolivianos porque encontró una crisis allanada por el trabajo conjunto de Brasil y la Argentina y eso le permitió ganar las elecciones y afrontar después, con éxito, amenazas contra su permanencia en el poder. La Unasur garantizó la paz entre Colombia y Ecuador y después entre Colombia y Venezuela, para terminar solidarizándose on line con Rafael Correa ante un intento de golpe el 30 de septiembre último.
El candidato de Fernando Henrique Cardoso, José Serra, está desplegando una campaña que la periodista María Rita Kehl, quien acaba de ser despedida del diario O Estado por escribir una nota sobre el aborto, calificó de “fascistoide”.
Pero Lula y su comando de campaña decidieron no enredarse ahora en la cuestión del aborto que les arroja –como un señuelo para incautos– la élite brasileña con raíces en Tradición, Familia y Propiedad. Por un lado, Dilma Rousseff tiende puentes hacia el electorado de Marina Silva, la tercera en la primera vuelta. Anoche exhibía como un triunfo que el gran músico Gilberto Gil, un ex ministro de Lula enrolado en el Partido Verde de Marina, anunció que votará por Dilma el 31. Por otro lado esquiva las discusiones falsas y exhibe su verdadero capital: los 15 millones de empleos nuevos y los 36 millones de brasileños que pasaron a integrar una modesta clase media en ocho años de Lula, versus el 2,3 por ciento de crecimiento anual promedio en los ocho años de Cardoso.
La eficacia puede ser asunto de Piñera. La justicia tiene otros protagonistas.
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