Viernes, 9 de noviembre de 2012 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mario Wainfeld
La marcha de ayer superó la concurrencia a los cacerolazos de septiembre. Su cuantía numérica será objeto de disputa. El sector que la organizó, quienes participaron, los medios dominantes y la dirigencia opositora la considerarán un golazo y un éxito que superó sus expectativas. A primera vista se amplió el número, pero no se enriqueció el espectro social.
Una muchedumbre se hizo presente en el tradicional epicentro en la Ciudad Autónoma. También hubo movilizaciones en diferentes ciudades de varias provincias. El número en el espacio público siempre indica algo. El rango del congregado ayer es elevado, un síntoma del afán de un sector de la ciudadanía de “disputar la calle” al kirchnerismo. El involucramiento de minorías usualmente no activas amplía el campo democrático. Su participación y las coberturas militantes de tantos medios testimonian una amplia libertad de expresión.
La acción directa no es novedad en la Argentina, tampoco que sea utilizada contra este oficialismo. Huelgas incluyendo servicios públicos muy sensibles, bloqueos, tomas de establecimientos o escuelas, cortes de calles o rutas y un buen puñado de símiles son dato cotidiano. Es lógica instrumental: la acción directa es, en promedio, redituable para quienes la ejercen. Cuando peticionan algo específico, más vale. No es éste el caso.
Hay algo central del 13-S y del 8-N, que los distingue nítidamente de (por citar ejemplos memorables, no únicos) las convocatorias de Juan Carlos Blumberg o los cortes y movilizaciones “del campo”. Es su absoluta carencia de reclamos precisos, objetivos inmediatos accesibles, liderazgos visibles y (aspecto no menor en jugadas similares) oradores que las expresen, sinteticen o encuadren en el cierre de los actos. No falta quien ve pura virtud en esas ausencias, el cronista las lee como un límite severo. Su perduración, supone este escriba, podría signar el potencial de otras movidas. En septiembre estaba cantado que habría otra y que sería más grande. La repetición a futuro podría ser más trabajosa, aunque ningún porvenir está escrito totalmente de antemano. Cuerda para diciembre podría quedar.
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Espontaneidad y premios: El cronista no cree que las marchas espontáneas “valen” más que las organizadas. Más bien se inclina por lo contrario. Personas antipolíticas o autodesignadas apolíticas mocionan lo contrario. Se quiso embellecer los idus de septiembre atribuyéndoles ese “don”. Esta vez, el maquillaje se hizo imposible ya que proliferaron los convocantes. El editorial de ayer del diario La Nación, que insta a superar “el miedo” y se jacta de la constancia republicana de ese medio, se ganó el Olimpia de Oro. Su desparpajo al evocar su pasado, omitiendo el apoyo tonante a cuanto golpe y dictadura asoló este suelo, también merece su trofeo: un Guinness a la hipocresía y la mendacidad.
La cobertura de los medios dominantes durante las semanas previas, ayer y (delo por hecho) de los días venideros exudó pertenencia. La Nación on line se valió de las redes sociales para comprobar que el repudio anti K dijo “presente” en todo el planeta. Comenzó en Australia, como los festejos de fin de año: 32 asistentes. El hecho de masas se ramificó en París, Roma, Viena y otras comarcas, incluyendo Azerbaijan. De veras.
Un fantasma recorre el mundo podría decirse, si la frase no fuera de otro “palo”. La exageración es entre simpática o cómica (usted dirá) amén de muy sintomática. Agrandar es la consigna. El gobierno PRO difundió “cifras oficiales” de la protesta a la que convocó. Clarín on line las toma como verdad revelada. Poco serio...
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Toco, convoco, no voy: Dirigentes opositores trataron de capitalizar la marcha, sin contrariar a sus asistentes, que alegan no querer ser “usados”. Son contados los que se jugaron a ir. Muchos interpelaron a “la gente”, aunque prometiendo no estar. “Es la sociedad civil que se expresa” “no debemos enturbiar el acto” fueron, con matices mínimos, los argumentos más socorridos. Hay una insalvable contradicción en ese endiosamiento de una sociedad encapsulada, la supuesta retirada propia y el llamado a que se mueva. Mauricio Macri y Elisa Carrió incurrieron en ella sin mosquearse.
Los manifestantes, sus pancartas lo mostraron, tienen como consignas preferidas los “No” y los “Basta”. Pueden alcanzar para juntar en la protesta, no para articular una fuerza con potencial de gobernar.
El afán de los dirigentes que llaman y no van es mostrar una incomprobable unidad del 46 por ciento que votó fuera del kirchnerismo en diciembre. Y comandar ese colectivo más adelante. Varios obstáculos interfieren con esa táctica, no tan disímil a la del Grupo A a partir de 2008. El primero es que ese “colectivo 46” dudosamente exista en cuanto tal, unido y organizado. El segundo, más específico, es que una alternativa político-electoral requiere un esbozo de programa. El politólogo y periodista José Natanson da en el clavo cuando señala en un artículo publicado en Le Monde Diplomatique que no hay en plaza una oferta de programa económico alternativo al oficialista.
Tampoco emerge una fuerza no-K que interpele con cierto éxito a distintos estamentos sociales. Con ironía, Natanson recuerda a quienes “despotrican contra el populismo oficialista” que “el kirchnerismo es, como toda experiencia populista, un movimiento policlasista”. Sin base social extendida ni proyecto articulado, la oposición se cuelga de los faldones de los caceroleros.
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La parte y el todo: La Vulgata mediática y “la Opo” hablarán de “la gente” o la “ciudadanía” como si la parcialidad de ayer expresara a toda la sociedad. No se sabe en qué lugar quedan los que piensan diferente. O qué matemática los lleva a justipreciar que una marcha mide mejor la legitimidad que un rotundo veredicto electoral reciente.
El kirchnerismo, a su vez, debería evitar la tentación de confundir la parte con el todo. En dos sentidos. Uno, bastante trillado en el oficialismo, sería reducir la pluralidad de los manifestantes a su tramo más odioso, que existe y se hace notar. Pero la extrema derecha en Argentina es minoritaria y piantavotos, a diferencia de lo que ocurre en Chile, por ejemplo. Esos grupos ponen toda su carne al asador, es cierto, pero jamás suman tanto. Si pudieran lo hubieran hecho en Comodoro Py, ante cada sentencia ejemplar a los represores.
Otra mala lectura sería creer que los que pusieron el cuerpo son los únicos que lo cuestionan, que rechazan (así fuera en parte) sus políticas públicas o que han sido damnificados en intereses propios en lo que va del tercer mandato de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Si hay malestares allende los manifestantes. O si problemas de gestión, errores en políticas determinadas, impactan en el cotidiano de muchas personas. O sea, si hay argentinos que se quedaron en casa (en los que es forzoso reparar) disconformes o menos conformes que un año atrás. Tal es, en rigor, una obligación constante del Gobierno. Hechos como el 8-N deben inducir a revisiones o miradas panorámicas que trasciendan el sobrevuelo más inmediato. Sin apearse del contrato electoral, casi sobra consignarlo.
Esta nota fue escrita sobre la marcha, en la doble acepción posible, las antedichas son las primeras observaciones. Deberán ser ampliadas y precisadas en días venideros, cuando el calor afloje un cachito.
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