Domingo, 5 de mayo de 2013 | Hoy
EL PAíS › LA REPRESIóN SOBRE EL MOVIMIENTO VILLERO DE BASE PERONISTA DURANTE LA úLTIMA DICTADURA
Fernando Almirón y su tía, Patricia Salvatierra, declararon en la causa ESMA sobre la persecución a su familia y dieron cuenta de una historia que abarca el secuestro de más de una docena de militantes vinculados con una sociedad de fomento de Almirante Brown.
Por Alejandra Dandan
Para mayo de 1976, la Marina avanzaba sobre el movimiento villero de base peronista. Las hermanas Mónica y Patricia Salvatierra vivían entre las barriadas de San Jorge, en Torcuato, y Fuerte Apache. Mónica tenía 15 años, estaba casada con Rubén Almirón, del Sindicato Unico de Publicidad, vinculado con una agrupación del peronismo auténtico en El Talar de Almirante Brown. Tenían un hijo de tres meses. Cuando empezaron a ser perseguidos buscaron refugio en la sede del sindicato en el Once, pero luego volvieron al barrio. Patricia tenía 13 años. Entre el 7 y el 15 de mayo una patota de la Escuela de Mecánica de la Armada pateó puertas y se llevó a Rubén, a las dos hermanas y a un cuñado. Rubén sigue desaparecido. Las hermanas volvieron al barrio días mas tarde. Una logró rearmar su vida. Mónica siguió encerrada en su casa hasta hace muy poco tiempo: “Que quede ahí –se dijo un día–, en el olvido”.
El año pasado, Alfredo More empezó a reconstruir la historia de las caídas vinculadas con la sociedad de fomento de El Talar. “Con otro compañero, me pregunté por qué no contar la historia de todo lo que pasó en nuestro barrio: de toda la gente desaparecida, quién era, de qué trabajaba, qué hacía, dónde estudiaba. Sabemos que están desaparecidos, pero tenían hermanos, familias.” Alfredo se acordaba de Rubén Almirón pero no sabía dónde encontrar algo. Desde el Equipo Argentino de Antropología Forense le dieron el nombre de un barrio y de una de las Salvatierra. Alfredo subió al coche, entró a San Jorge y golpeó en la casa de Mónica: “Cuando la encontré, a mí se me explotó la cabeza”, dice ahora. Mónica lo miró desconfiada por mucho tiempo. Alfredo supo en ese momento que no sólo Rubén había sido secuestrado sino que también se habían llevado a Mónica, a Patricia y a Víctor, el esposo de otra de las hermanas. Pero no fue lo que más le “rompió la cabeza”: “Fue terrible para mí –dice–, porque más allá de que las hayan desaparecido, me di cuenta de la tortura que vivieron todos estos años porque ni siquiera las había reconocido el Estado”.
Patricia Salvatierra, la menor, está sentada ahora al lado de Alfredo.
–¿Presentaron alguna denuncia en ese momento? ¿Un hábeas corpus?
–No hicimos nada por el miedo que teníamos –dice–. Después de un tiempo, por pura casualidad, yo escuché la radio y estaba hablando Magdalena (Ruiz Guiñazú) y decía que “ya se terminaba el tiempo (de la dictadura)”. Justo da la casualidad que llama mi hermana (Mónica) y me dice: “¿Qué te parece si vamos? Y bueno, fuimos. Y fue que fuimos y no nos creían. Nos pedían datos, nos pedían esto y lo otro. Fuimos dos o tres veces más. Después mi hermana se ponía mal y dejamos: “Que quede ahí, en el olvido”. Vos tenías que averiguar fecha, lugar, todo. No teníamos un hábeas corpus, no teníamos nada nosotros: ¿cómo lo íbamos a comprobar? Y mi mamá con tantos chicos y embarazada no salió a buscarnos, nada, y cuando salió fue a Campo de Mayo y fue que le dijeron: “La Panamericana es larga y ancha, en algo andarán sus hijos”.
El hijo de tres meses de Mónica se llama Fernando Almirón y ahora tiene 37 años. Es otro de los que ahora está en la mesa. “Yo me enteré de todo en el 2006”, dice. “Mi mamá me dijo que la acompañe a hacer unos trámites, ella empezó a hablar, se descompuso. Siempre ella empieza a hablar y se descompone. Nervios, llantos y todo eso. Fue duro para mí porque no sabía cómo encarar las cosas. Tantos años y nadie me había dicho nada. Me dijeron que mi papá había muerto en un accidente de auto. Fue muy duro para ella contarme, llorar, llorar y llorar.”
Las noches de operativos y allanamientos en San Jorge, Mónica todavía cree que vuelven a buscarla. Las noches de tormenta le pasa lo mismo. Hace dos semanas, en el juicio oral por los crímenes de la ESMA, el Tribunal convocó a Fernando a declarar por el caso de su padre. El empezó a hablar: hasta ese momento nadie en la sala sabia qué había sucedido con el resto de su familia. El jueves pasado y en medio de una investigación que empieza a abrirse y entramarse, Patricia logró declarar en la sala.
“Nosotros vivíamos en un barrio donde realmente el barro, si querés, era lo más lindo que teníamos”, dice Alfredo. Para 1976, había un grupo que militaba en la Sociedad de Fomento de El Talar. Pertenecían al Partido Peronista Auténtico. Cada uno se llamaba como elegía llamarse. Algunos no eran del barrio, a la Sociedad de Fomento llegaban militantes de la JP. Los universitarios hacían jornadas de trabajo. Ponían los nombres en las esquinas de las calles para que cada quien supiera en qué calle vivía. “En la Sociedad de Fomento se analizaban cuestiones del barrio, para mí la mamá del barrio era la Sociedad de Fomento, de ahí se tenía que fomentar el progreso y todavía eso lo sigo sosteniendo.”
Entre el 7 y 15 de mayo de 1976, de acuerdo con la reconstrucción que los sobrevivientes comenzaron a hacer, secuestraron a más de una docena de militantes, de quienes nueve siguen desaparecidos. “Todos sabíamos que nos podían venir a buscar por ese tema de la militancia. Nos cuidábamos un poco, sabíamos quién había quedado detenido y un día José González, el hermano de Julio, se entera de que a uno de los cocineros que venía al barrio y que estaba en el Sindicato de Publicidad lo habían chupado.”
El cocinero era Gucho Raducci. Estaba conectado a la Sociedad de Fomento. José y Julio González eran otros dos hermanos, vivían a la vuelta del local. Julio tenía 24 años, era telefónico. José tenía 22 años, trabajaba en la mutual del Ferrocarril. Apenas supieron del secuestro del cocinero, Alfredo y José dieron el alerta. “Fuimos a avisarle a Julio González y a Rosa (otra militante del barrio) para que se fueran, pero ¿qué pasó?: (las patotas) fueron a las casas, apretaron a todo el mundo y las familias les dijeron dónde estaban porque la mayoría de nosotros íbamos a las casas de los familiares. Aparte, otra de las cuestiones es que nadie quería recibir a nadie. La sociedad se tiene que hacer cargo: por el terror o el miedo pero había una especie de cosa de que a los compañeros los habían dejado en el medio, cada uno se arreglaba como podía. Rajá por donde puedas, si te salvás, te salvás.”
En ese momento, Alfredo y José se fueron a San Martín, a la casa un hermano de Alfredo. “Y a la madrugada nos levantamos con José y nos vinimos de nuevo porque estábamos intranquilos. Vinimos a ver qué había pasado en casa de cada quien. Nos quedamos en encontrar en la estación de Don Torcuato nuevamente y, si había pasado algo, a la hora, teníamos que estar los dos en ese lugar. Cuando yo llego a la parada de mi barrio, en la esquina me para el de la rotisería:
–¿A dónde vas? –me dice.
–Para la casa.
–No vayas: ¡Estuvo todo el Ejército!”
Habían estado arriba de los techos. Enfrente. Ese día se llevaron secuestrado a uno de sus hermanos. “Ahí me fui del susto caminando a Torcuato”, dice Alfredo. “Nos encontramos con José y me cuenta que a su hermano Julio también se lo habían llevado. ¿Qué había hecho Julio? Era delegado de EnTel. Se vino a la casa pensando en su papá y su mamá: ‘capaz que si yo no estoy, se dijo, se llevan a alguien, mejor voy y paro la cuestión’. Y se lo terminan llevando a él.”
“Yo estaba viviendo con mi mamá”, dice Patricia. “Mi hermana y mi cuñado no estaban esa noche en casa porque estaban en lo de otra hermana en Fuerte Apache. En ese momento, llegaron, patearon, golpearon, rompieron, golpearon a todos, no les importó nada y me llevaron a mí para Fuerte Apache. Me hicieron que toque el timbre y sale mi hermana. Como mi mamá estaba embarazada, me dijeron: ‘Decile que tu mamá está internada’. Cuando mi hermana abrió la puerta me pregunta qué pasa. Yo le dije: ‘Mamá está internada’. Y en ese momento, le tiraron la puerta encima, se meten y empiezan a buscar a Rubén y a mi otro cuñado, empiezan a golpear y después nos llevan. Pero era un desastre lo que hicieron.”
–¿Cuándo fue?
–Era de madrugada. Ni sabía la fecha, te digo la verdad, no sabía nada, yo era muy chica. Después de ahí, para mí nos llevan a Munro y después de Munro a la ESMA.
–¿Por qué Munro?
–Porque en Munro vivía la tía de él (la hermana de Rubén), por ahí fueron a buscar a alguien. A nosotros nos cargan en un coche, después a mí me encapucharon cuando me llevaron y los días que estuve estaba encapuchada. Nos sacaron una venda, me sacaron fotos, me hicieron el pianito ése, después torturas, golpes todo. No me preguntes cuántos días estuve porque no sé, ni me acuerdo ni me quiero acordar.
Patricia declaró en la audiencia que la torturaron, incluso con picana y el cuerpo desnudo. Un fiscal le preguntó en ese momento cuántos años tenía. Ella dijo 13 años.
Patricia se acuerda de una escalera y de su cabeza golpeando. De un plato de polenta y un escudo de la Armada. Era un barrio que conocía porque ya trabajaba: viajaba hasta Retiro y solía sentir el ruido del avión y del tren, inconfundibles. Mónica le contó a Alfredo que a la entrada de ese lugar, en el piso había una cadena, y que el auto pasaba encima. “Yo estuve una semana más o menos. A mí y a mi cuñado nos largaron, ahí, en Florida. Salí inflada, todos los pelos y él todo el cuerpo golpeado y hasta que nos dimos cuenta de que pasaba el 21. Nos habían puesto dinero. Entonces se pagaba el boleto con plata y nos fuimos para Fuerte Apache. Yo agarré al nene y me lo traje a Torcuato, así como estaba, golpeaba. Mi cuñado se queda con su mujer y sus hijos, pero de Mónica no supimos nada hasta tiempo después.”
–¿Y qué pasó después?
Alfredo: –Uno vuelve a su lugar de origen porque no tenía para dónde ir, eso era donde uno convivía con los vecinos, no es que nos malmiraran y nos acusaban, pero había ese murmullo del “por algo se lo habrán llevado. En qué andarían esas mujeres”.
Patricia: –¡Hasta ahora! Todavía se escucha el “por algo será”. “Algo habrán hecho.”
Rubén Almirón está desaparecido, también su hermano Leonardo Román. Julio González está de-saparecido. Su hermano José escapó durante un tiempo con Alfredo refugiados por otros compañeros. José se mudó al interior para esconderse. Alfredo terminó preso en Devoto. Alfredo tenía dos hermanos: Carlos y Alicia fueron secuestrados en la ESMA y luego liberados. A Alicia la mató un policía en el 2001 en un caso de gatillo fácil. En el barrio también fue secuestrada y sigue desaparecida aquella otra Rosa que también se llama Salvatierra. La lista todavía continúa. Alfredo More la hace junto a Marina Tofe y Silvia en la página web “Encuentro por la Memoria”. Hace muy poco encontraron a dos mujeres delegadas de Frigor, estuvieron secuestradas, lo denunciaron hace dos meses.
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