EL PAíS › OPINION

Panorama de ayer, horizontes de mañana

 Por Mario Wainfeld

Las coordenadas estaban demarcadas y casi fijadas de antemano. Para todo paro general en cualquier país contemporáneo es determinante la adhesión de los gremios del transporte. En la Argentina ese tipo de huelgas suele medirse mucho más por el impacto en la Capital que en el resto del país. Esas variables se conjugaron favorablemente a los huelguistas: se sabía desde hace días o semanas.

El secretario general de la CGT opositora, Hugo Moyano, conduce hoy día una confederación de sindicatos de transporte y algunos de servicios. Para conducir al movimiento obrero no alcanza, para una jornada de lucha es bastante.

Los anuncios de piquetes organizados por la izquierda clasista redondeaban el círculo. Por adhesión cabal, por una medición de las dificultades, por temor o por un mix de esos factores estaba garantizada una jornada poco activa en la Ciudad Autónoma. Así sucedió: se vivió un día raro, con aroma a sábado, aunque con escuelas, negocios y bancos abiertos.

El mapa nacional fue más complejo y dispar, aunque en todas partes pegó la ausencia de trenes, bondis y los cierres de accesos.

Como fuera, la medida de fuerza ocupó el centro de la escena nacional, mantuvo alta presencia mediática durante varios días y “coleará” algo más. El cronista tipió esta nota ayer: da por hecho que todas las tapas de diarios de hoy tendrán a “Hugo” y sus muchachos como protagonistas principales.

La euforia de Moyano y sus allegados es lógica porque lograron algo similar al máximo que esperaban, conociendo sus propias limitaciones, que no confiesan en público pero que conocen al dedillo.

Fue conspicuo que los organizadores analizaron el paro conformes pero muy fastidiados por la importancia que se atribuía a los piquetes y cortes de accesos a las ciudades. Los que Moyano llamaba y llama en la intimidad “zurdos” o “troskos” le robaron cámara y no fueron dóciles con sus consignas.

La CGT Azopardo prefería y lanzó una huelga sin movilizaciones ni presencia en las calles. Le convenía por partida doble: en parte porque podía poner de manifiesto el peso del transporte y en parte para que no le “contaran las costillas”. Su convocatoria callejera viene mermando y es mucho menor que su potencial de “parar al país”, aunque la frase no sea exacta.

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La jugada es casi un calco del paro del 20 de noviembre de 2012. En esa oportunidad hubo más piquetes, que duraron más tiempo y colocaron más manifestantes ocupando la calle, por lo que fueron más lesivos para la circulación. Son detalles a observar, mientras prima la continuidad.

Sobrevive (de modo espasmódico y para estos fines) la pintoresca coalición entre la CGT, el quiosco gremial de Luis Barrionuevo, la CTA, la izquierda radical y la Mesa de Enlace.

Las diferencias internas son enormes: quienes se explayan con más soltura sobre eso son los partidos y agrupaciones de izquierda. Néstor Pitrola, diputado del Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT), apostrofa a la “burocracia sindical” y la acusa del asesinato de Mariano Ferreyra. El combativo Miguel “Pollo” Sobrero describe con precisión que “le revuelve el estómago” estar cerca de Luisito Barrionuevo. Tomando un té digestivo o un medicamento adecuado, valiéndose de la “unidad de acción” o apelando al pragmatismo, se pliegan a la movida de Moyano y marcan sus diferencias. No es riguroso concluir que el camionero o Barrionuevo los conducen (como se alega desde el Gobierno) porque eligen sus propios modos de acción. Imantan muchas más críticas de periodistas y dirigentes políticos opositores a costa de ganar visibilidad y diferenciarse.

Fueron los malditos de la jornada lo que permite que los medios dominantes, sin bañarlo, aseen a Moyano con agua bendita. Hasta el piquetero VIP Eduardo Buzzi cuestionó a la izquierda los cortes en una de las intervenciones más cómicas o ridículas de una jornada democrática por demás rescatable en la que prevalecieron los derechos constitucionales y el debate fervoroso.

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Es más sencillo analizar trayectorias pasadas que hacer proyecciones a futuro. En aquel 20 de noviembre, Moyano aspiraba a crecer como dirigente político, incluyendo una candidatura vistosa el año pasado. Los cálculos le fallaron feo en ese tablero y tampoco congregó nuevos apoyos en su territorio, el gremial.

Los partidos de izquierda, en esa coyuntura menos utopistas, aspiraban a mejorar su mínimo caudal electoral e ingresar al Congreso nacional, objetivos sensatos que coronaron.

El mapa sindical de ayer no alteró el esquema instalado desde que el kirchnerismo y Moyano rompieron lanzas. La CGT comandada por el metalúrgico Antonio Caló y la CTA liderada por Hugo Yasky se opusieron a la huelga, la criticaron públicamente. Y varios gremios relevantes de la actividad privada firmaron sus paritarias con las respectivas patronales. Por primera vez mencionamos a los empresarios en esta nota, lo que tiene su lógica, porque el paro no los interpeló. Un clasismo extraño cunde en la Argentina: tal parece que se cuestiona y se reclama menos a los patrones que al Estado.

La fragmentación del movimiento obrero en cinco centrales, de variados portes y alineamientos, es un mal esquema para cualquier proyecto nacional y popular. Todo indica que está relativamente cristalizado, lo que no es buena nueva para la clase trabajadora.

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Las descripciones y cifras de adhesión lanzadas por los líderes cegetistas forman parte del voluntarismo natural en esos casos. Nadie las toma del todo en serio, ni aun los emisores: expresan un folklore frente al cual no corresponde indignarse, sino deflactar a ojímetro los cálculos.

Noventa y ocho por ciento de adhesiones ponderó Moyano: seguramente alguien de su ala sensata lo persuadió para que no calculara el ciento dos por ciento. Una mirada impresionista sobre el conjunto nacional sugiere que el epicentro porteño concentró las consecuencias más potentes. Y que, en un país federal, cada provincia fue un mundillo diferente.

Algunos detalles interesarán a los protagonistas para medir fuerzas más adelante. La dirigencia política opositora pescó en el río revuelto de la protesta sin mojarse cerca de los huelguistas. El jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, fue quien más se distanció. Se valió de un argumento caro a la alianza radical-socialista Unen: es un conflicto entre peronistas quienes, mayormente, son lo mismo. El diputado Sergio Massa, concernido por esa tipología, criticó los piquetes y cultivó la ambigüedad respecto de los aliados que tiene entre los promotores. Barrionuevo es el más ostensible y ostentoso, en tanto Hugo Moyano funge de pretendiente despechado.

El gobernador cordobés José Manuel de la Sota, no es novedad, pisa fuerte en Córdoba. Como hablamos de un justicialista, eso implica que tiene gremios locales aliados. De todos ellos, sólo Luz y Fuerza adhirió al paro, los otros se le diferenciaron.

Los restantes referentes opositores con potencial electoral twittearon frases variadas, que es el modo de tratar de estar presentes mientras se mira por tevé.

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En la larga década kirchnerista hubo sólo tres paros generales, contando el de ayer. Del segundo ya se habló, el primero fue convocado por Yasky y Moyano en repudio al asesinato del maestro Carlos Fuentealba. Representaban a la CTA y a la CGT no divididas, altri tempi. Era en abril de 2007, cuando empezaba a terminar el mandato del presidente Néstor Kirchner. La responsabilidad recaía sobre el gobernador del Neuquén Jorge Sobisch y su policía.

No fue, rara avis respecto de lo que es habitual, un paro general contra el gobierno nacional. Así y todo, a Kirchner no le gustó ni medio la iniciativa, lo que le hizo saber en privado a esos dirigentes obreros, por entonces sus aliados.

Tres paros en diez años, máxime con esa cuenta, son una cantidad baja, un record a fuer de mínimo desde la recuperación democrática. Todo induce a pensar que la suma será engrosada hasta que la presidenta Cristina Kirchner llegue al final del segundo período.

Es factible que haya otro viraje en la conflictividad sindical. En los últimos años las huelgas o medidas de fuerza del sector público han primado sobre las del privado. Y la puja por cuestiones gremiales (encuadramientos, pugna entre delegados de base y conducciones generales) han tenido fuerte influencia. Con el cuadro económico, político y gremial actual los reclamos salariales o derivados (mínimo no imponible) pueden cambiar la estadística.

Toda huelga general es política, entretenerse con esa redundancia es un clásico ocioso en que incurre cualquier gobierno. El actual, que prohijó el crecimiento del poder sindical, no hace excepción. Más allá de debatir la jornada y “bajarle el precio”, lo que está en el manual, su misión es sostener de acá hasta fines de 2015 los avances de la clase trabajadora, no sólo de su núcleo más favorecido, que es el que paró. Conseguir que mejore la ecuación del bolsillo de los laburantes, mantener sus conquistas y sofrenar la inflación son sus tareas más inmediatas, tan evidentes como difíciles de plasmar. En ese último rubro será crucial el breve lapso que va de acá a fines del Mundial. Sólo así, preservando su legitimidad, podrá contener y sustentar con buenos argumentos a la mayoritaria fracción sindical que ayer no adhirió a la medida de fuerza.

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Imagen: Bernardino Avila
 
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