La polémica en torno de la labor de los encuestadores se renovó a partir del ballottage porteño del 19 de julio pasado, luego de que Horacio Rodríguez Larreta se impusiera a Martín Lousteau por un estrecho margen de 3 puntos cuando no hubo sondeo –incluyendo los que se divulgaron el mismo día desde el bunker del PRO– que no diera una diferencia de aproximadamente el 10 por ciento a favor del ganador. “Qué boludos, las encuestas se las meten en el culo”, cantaban los seguidores de Lousteau esa noche en su bunker, en una derrota con sabor a victoria justamente por la sorpresa del escrutinio.

“No fallaron las encuestas como tales. Fallamos más bien quienes, basándonos en interpretaciones, proyectamos tendencias y pronosticamos resultados”, argumentó luego el titular de OPSM, Enrique Zuleta Puceiro. Hubo consultores que consideraron excesivos los cuestionamientos que le hicieron porque en lo que va del año habían tenido muchos aciertos. Además, evaluaron que en todo comicio se producen posicionamientos de última hora, voto oculto y, en algunos casos, problemas en la interpretación del sondeo. En el caso concreto del ballottage porteño, todas las encuestas dieron a Rodríguez Larreta arriba por más de 8 puntos, así que había que descartar una intencionalidad política. El problema fue la lectura de lo que harían los indecisos y de parte de los supuestos votantes en blanco, que se volcaron finalmente a Lousteau.

“Es algo que a veces ocurre: los pronósticos electorales no se ajustan a los datos electorales. Siempre me he preguntado por qué no reciben igual tratamiento los políticos que fracasan en sus promesas, los economistas cuando no aciertan en sus predicciones, los meteorólogos ante el fracaso casi sistémico de sus boletines y, en general, los cultores de todas las disciplinas que intentan pronosticar conductas o fenómenos sociales”, se defendió Zuleta Puceiro.