Viernes, 20 de mayo de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Pacho O’Donnell *
En un excelente artículo de María Daniela Yaccar publicado en este diario se informaba sobre las modificaciones del Museo del Bicentenario que apuntan a arrasar con todo aquello que huela a revisionismo, confundiéndolo con kirchnerismo por ignorancia o malevolencia, para sustituirlo por la historiografía liberal. Se lo hace con la falacia de “despolitizarlo”, como si la historia oficial no fuese esencialmente política, especulando con que el haber sido pensamiento único desde el fin de las guerras civiles del siglo XVIII le permite disfrazarse de historia “natural”, única, ingenua, desideologizada.
El ataque contra la historia revisionista en los últimos meses es fundamentalmente una agresión contra el pensamiento nacional, popular, federal e ibero americano que sostuvo a los gobiernos populares que germinaron en medio de gobiernos liberales de derecha consagrados por elecciones fraudulentas y golpes de estado. Es también una afrenta contra aquellos pensadores que imaginaron una patria encarnada en sus raíces propias, ajena a intereses imperiales adoptados como propios por sus “socios interiores”. Arturo Jauretche, Scalabrini Ortiz, Abelardo Ramos, Hernández Arregui, William Cooke, Ortega Peña, Fermín Chavez vuelven a desvanecerse en programas y currículas educativas.
El odio basado en el temor al revisionismo no sólo se manifiesta en la “recuperación” liberal del Museo del Bicentenario sino también en el relevo intempestivo de la profesora Araceli Bellota de la dirección del Museo Histórico Nacional donde llevaba adelante una brillante gestión de apertura de nuevas salas y de masiva convocatoria de público basado en un guión revisionista que incorporó a protagonistas sesgados por nuestra historia consagrada: mujeres, pueblos originarios, sectores populares, afrodescendientes y también destinando un espacio justiciero al postergado federalismo.
Asimismo, el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico “Manuel Dorrego”, del que me honro de haber sido su fundador y su primer presidente, fue clausurado de un plumazo, no por sus conflictos institucionales, sino en nombre de la “pluralidad de ideas” (¿?)
Pero quizás el ardid más artero para descalificar al revisionismo de hoy es homologarlo al kirchnerismo, atribuyéndole un disparatado proyecto para “distorsionar” la historia argentina con vaya a saber qué oscura finalidad. Es cierto que la historia nacional, popular, federal e iberoamericana prosperó formal e institucionalmente en todos los gobiernos progresistas, fuesen municipales, provinciales y nacionales, de orientación peronista o de izquierda nacional, pues sus plataformas ideológicas se nutren de las mismas raíces.
Si es éste un nuevo proyecto de “matar” al revisionismo volverá fracasar como lo hicieron las dictaduras cívico militares o los gobiernos cerradamente liberales. Es que el medio más propicio para el desarrollo de la historia nacional y popular siempre fue el llano, la resistencia, en estrecho contacto con los sectores populares. Al revisionismo no le va bien la institucionalización, sus condición contracultural lo dificulta, su lugar son los sindicatos, las unidades básicas, los bares, también hoy algunas universidades donde la represión historiográfica que hace inaccesibles cátedras, becas, viajes, canonjías y subsidios para historiadores no liberales se hace cada vez más visible y penosa.
* Historiador.
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