Lunes, 15 de mayo de 2006 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Eduardo Aliverti
Estas líneas, excepcionalmente, se tratan de un hecho internacional. Sin embargo, involucran a la Argentina y al discurso progre del gobierno kirchnerista como, tal vez, ninguna otra circunstancia.
Este tipo de reflexión debería darse más seguido, porque no se debe pensar local sin pensar global. Pero –y es autocrítica– uno queda preso de cierta mentalidad aldeana más de lo que debiera. Y entonces se le anima a razonamientos como los siguientes cuando lo local, por ejemplo, se concentra en noticias tan apasionantes como el cambio de nombre de un caserío santacruceño de 170 habitantes; o las reflexiones de Chacho Alvarez sobre los probables acuerdos entre Uruguay y los Estados Unidos; o la sorpresiva irrupción de la reina del carnaval de Gualeguaychú, en bikini y en Viena, para protestar contra las pasteras.
El hombre se llama Evo Morales y viene a ser la quintaesencia representativa de una Nación saqueada como pocas en la historia de la expoliación universal. El presidente boliviano es la foto real o construida de indígenas, mineros y campesinos que expresan, como ninguna otra cosa del curso latinoamericano, el símbolo de la derrota de las mayorías populares. Y acaba de cometer el pecado de plantarse frente a los expoliadores. No propuso ni ejecutó nada que pueda considerarse una provocación extremista. Más bien lo contrario, Morales operó como un político sensato pero firme respecto de sus promesas electorales y de quienes en la correlación de fuerzas interna lo corren por izquierda. Que en Bolivia no son los más, aunque sí suficientes para mover pisos y ser funcionales a los intereses de la derecha. Morales se “limitó” a decir y operar que las corporaciones extranjeras ya no tendrían en el Estado boliviano a un convidado de piedra, sino a un “socio” que marca la cancha.
Con eso fue suficiente para que los factores de poder mundiales, y la burguesía paulista –nada menos– y los gobiernos “amigos” de la región pusieran varios gritos en el cielo, convocaran a reuniones urgentes y exhibieran rictus de preocupación. Los primeros, a efectos del análisis estructural, no cuentan (porque, de tan obvios, son previsiblemente patéticos). El canciller federal austríaco, por caso, en nombre de la elegante comunidad europea de naciones. Dijo Wolfgang Schuessel que “siempre existen dos posibilidades en la vida: o se desea abrir los mercados o no”. Y dijo Tony Blair que “los combustibles son una cuestión central para las naciones”, en el más perfecto eufemismo que a uno se le ocurra por no nos jodan ni nuestras ganancias ni nuestros intereses.
Esos no cuentan, decíamos. Son la careta de Bush y, ergo, del imperialismo norteamericano. O de su misma escala de valores. Lula, en cambio, que calificó al jefe de Estado boliviano como un adolescente, es un desclasado que llegó al poder por, digamos, izquierda; y ahora tiene problemas ante los capitalistas regodeados, hasta aquí, con su gestión de ortodoxia económica. No hablemos ya del silencio de los “socialistas” Tabaré y Bachelet, claramente adjudicable a qué le pasa a este loco del boliviano, que tiene detrás a Chávez y a Fidel. En ese sentido, debe admitirse que Kirchner es el mejor de estos cínicos ajedrecistas que fluctúan entre manifestar, sin ambages, lo que no les gusta, y la pertenencia de raíz a su fraseología progresista. El presidente argentino supo moverse con alguna clarividencia. Evo está marcadamente a su izquierda desde una posición “responsable”, y eso no le gusta nada. Pero sí le gusta, a Kirchner, que alguien tense las contradicciones del bloque dominante. El tipo es un soberbio y tiene conciencia burguesa culposa. No está mal. Porque los otros, ni siquiera eso.
Rodríguez Zapatero, el presidente del gobierno español, pidió un rápido encuentro con el primer mandatario argentino para hablar sobre las medidas tomadas por Morales. Tabaré se las gasta con la amenaza de echarse en brazos de Washington. Los chilenos siguen en la suya, apartados de cualquier perspectiva unidad regional. México, siempre tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos, se debate entre ratificar su rumbo de colonizado y alguna infiltración de centroizquierda. Colombia, Ecuador y Perú ya parecen ratificados en eso de querer ser cola de león, pero sus clases dirigentes no garantizan la estabilidad que reclama la Casa Blanca. Paraguay, otro tanto. Y el continente brasileño, que se reduce a su sur industrial si es por lo que le importa a la muchachada del hemisferio Norte, resulta que tampoco está tranquilo a pesar de que su presidente travistió de obrero a representante del interés de los ricos.
Es desde ese horizonte conflictivo que un tal Morales plantó bandera. Y encima Chávez tiene plata y Fidel no se termina de morir nunca. No es mucho, pero sí lo suficiente como para que la caracterización de la etapa bien pudiera ser que en la NASA sub-continental alguien sienta que debe decírsele a Houston que tienen un problema.
Así, después de tanto, la conclusión, política, periodística, de una constatación como ésta, bien podría ser que por fin vuelve a pasar algo.
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