Lunes, 12 de marzo de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Eduardo Aliverti
Hay de todo. O no. Ambas cosas pueden ser ciertas y no es un juego retórico.
Se puede elegir como tema central la amenaza de intervención a La Rioja. Aun cuando pueda creerse seriamente que los avatares de esa provincia tienen algún interés o influencia nacional (como quienes después del revés oficialista en Misiones creyeron que se había marcado un punto de inflexión), basta leer los antecedentes de las figuras en disputa. El gobernador es un ex menemista fanático que se mudó al kirchnerismo y se enfrenta a un vice que supo ser su compañero de ruta ratuno. Podría sumarse Catamarca, con el match entre un anodino gobernador pankirchnerista y ¡Luis Barrionuevo! Temazos.
Se puede elegir que renunció el ministro de Economía bonaerense, disgustado con el gobierno nacional porque adjudicó un aumento a los docentes a seria costa de la salud presupuestaria provincial. Centenares de millones de pesos que están muy bien, porque si hay algo que sobra es plata y la educación –en términos salariales- es prioridad hasta que pase octubre. El renunciante se va porque no quiere hacerse cargo del muerto después de ese mes electoral, y lo reemplaza un nuevo Fernández que, hasta donde hoy es fácil suponer, agachará la cabeza frente a cualquier indicación de la Casa Rosada.
Se puede elegir el caso Greco, que consiste en cómo diablos (aunque ahora quiera mostrar lo contrario) el Ministerio de Economía habilitó el pago de 200 millones de dólares, para aprobación parlamentaria, a un grupo de andanzas dictatoriales en la patria financiera de Martínez de Hoz. Se avivaron algunos senadores de la oposición. Y podría estarse ante un escándalo de dimensiones que, convengamos, en el menemismo ya habría desatado una carnicería del periodismo progresista.
O se puede elegir el índice gubernamental de la inflación, cuya manipulación fue expuesta, con destacable mordacidad, por el colega Maximiliano Montenegro, en este diario. Eso de que hay un turista oficial que consiguió en la costa alquileres baratísimos; y una totalidad de consumidores oficiales de medicina privada que optó por los copagos, de modo que estamos todos locos y el costo de los servicios de “salud” se mantiene paralítico; y una Doña Rosa oficial que consigue el kilo de lechuga a menos de tres pesos y el de papas a mucho menos de dos; y un barrio oficial donde no aumentaron significativamente ni el tomate, ni las naranjas, ni la carne, ni el pomelo ni nada de nada.
En el precedente listado de aspectos negativos, o sospechosos, entran todas las clases sociales y la totalidad de sus tribus o conjuntos. Esto es: la información privilegiada o privilegiable, las oscuridades institucionales, lo que sale ir al supermercado y al médico, o tomarse vacaciones. Sin embargo, ninguno de esos indicadores hace siquiera presumir que el oficialismo pueda sufrir tropiezo considerable alguno en un año plagado de testeos electorales. ¿Y entonces?
Entonces hay que la oposición es un mamarracho, que nada es lo marcadamente grave ni preocupante como para subir la apuesta –ni a la derecha ni la izquierda– y que justamente por eso se eleva la justificación del no preocuparse por la esencialidad de la marcha política. No estamos hablando de una quietud popular absoluta, porque sigue habiendo focos de lucha, y protesta, y denuncia, y movilización, que bien envidian o deberían envidiar en la región y en el mundo. Incluyendo gestos que no son menores, como el acto de Chávez del jueves. Que no fue en otro lugar. Fue acá y fue por algo. Podrán ser discutibles, entre otros, aspectos como la nutrición de la concurrencia, en torno de si sólo se trató de militancia activa o si hubo además porciones estimables de gente suelta, espontánea, creyente de la necesidad de volver a creer en algo como en los buenos tiempos ideológicos de las esperanzas populares. Podrá pensarse que fue el mejor acto de campaña que haya hecho el kirchnerismo, lo cual es una variante muy poco explorada entre todo lo que se leyó y escuchó tras la noche en Ferro. Lo que generalizadamente se señala es la inversa: Chávez aprovecha la gestualidad izquierdista de Kirchner para continuar las excursiones que afirman su papel de comandancia latinoamericana. ¿Y si es al revés? ¿Y si es Kirchner el que “usó” al venezolano para asentar sus guiños hacia el electorado progre? Podría coincidirse en que se usan ambos, y no está nada mal. Hasta aquí, sin perjuicio de algunos anuncios desmedidos, van en la dirección correcta como alternativa a la hibridez de otros gobiernos regionales frente a la necesidad de integración. Miremos acá a la vuelta y vamos a encontrarnos con que todo parecía haber terminado, cuando el festival del neoliberalismo se alzó con el país entero y con casi toda la región. Y resulta que el jueves había un tipo, un líder, nuevo, encabezando un hecho de masas modesto pero potente en su significado de que las cosas están, al menos, en disputa. Y fue acá. Así que nada de creerse que estamos en el peor de los mundos.
Lo que se apunta como inquietante es una actitud social de dejar pasar, montada en las mieles del presente (“mieles” quiere decir que no se está peor en términos generales, porque los pobres ven estabilizada su pobreza y la clase media recreado su imaginario de ascenso consumista). El temor es que esa displicencia colectiva quede más temprano o más tarde al arbitrio de alguna decepción trascendente. Cualquier hecho, previsto o imprevisto pero, como sea, negativo respecto de la percepción positiva que ahora rige, podría hacer que se salte al extremo opuesto y se minimice lo bueno a favor de lo peor. Dicho con significados y nombres, aunque hoy suene a política casi de ficción, que los reaccionarios más inescrupulosos se rearmen, que Macri se potencie, que se confíe en nuevos dinosaurios. No sería, en tal caso, la primera vez que la sociedad argentina, o un fuerte conglomerado de ella, fuga hacia el lado equivocado por acción u omisión. Pasó con los milicos y con la rata, acá a la vuelta de la esquina.
Este gobierno tiene algunos méritos como para mirarlo con algún cariño, y suficientes defectos y oscuridades como para no dejarlo descansar tranquilo. Ojo con perder de vista que hay que correrlo por la izquierda. Lo cual no es, solamente, una cuestión de adscripción ideológica. Es la historia la que demuestra cómo nos fue cuando se fugó a la derecha.
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