Miércoles, 16 de mayo de 2007 | Hoy
EL PAíS › PASAJEROS INDIGNADOS POR LAS DEMORAS DESTROZARON LA ESTACION. 16 DETENIDOS Y 21 HERIDOS
Un tren que quedó varado a 600 metros de los andenes paralizó todos los servicios. A las 18.30, muchos pasajeros comenzaron a destruir todo lo que encontraban a su paso. Hubo focos de incendio y batallas a piedrazo limpio con la policía. Los incidentes duraron casi dos horas.
Por Horacio Cecchi
“¿Ya salió el de las y 43?”, preguntó, casi ingenua podría decirse a esa hora, las siete menos diez, mientras la gente corría hacia el andén. El de las y 43 no había salido ni saldría hasta el día siguiente. La gente corría hacia el andén, es cierto, no se sabe bien si escapando de o persiguiendo a uniformados. Ya a las siete de la tarde, salvo el fuego, los gases, las balas de goma, las piedras y los enchalecados con casco, lo de la estación Constitución era la imagen de todos los días: caos, corridas, la paradójica sorpresa cotidiana de interrupción del servicio, boletos no devueltos. Bronca e impotencia en el ex Roca parece cosa de todos los días. Tanto que la mujer que preguntaba por el de y 43 ni se enteró de que la gente había prendido fuego la boletería, había encerrado a unos diez policías en la comisaría interna de la estación y estaba dando con una valla a modo de ariete para abrir la puerta y seguirla con los uniformados atrincherados. La versión más oficial, la de la empresa, sostuvo que alrededor de las 18.30, un tren del ramal eléctrico a Temperley quedó detenido por “algún desperfecto” a unos 600 metros de los andenes, interrumpiendo el paso de todo el servicio eléctrico. Los que estaban arriba del convoy esperaron hasta que las ganas no dieron para esperar más. Algunos osados decidieron bajar para regresar a pie por la vía. Fueron 600 metros primero cargando bronca, después cargando cascote de entre rieles, cascote con destino escrito.
Las versiones en la estación Constitución eran tan disímiles como antojadizas o ciertas. Unas culpaban a un piquete de obreros ferroviarios que cortó la vía a la altura de Hipólito Yrigoyen. Otra, a un problema de señalización. Una tercera, a un problema de vías y una cuarta, ésta de la empresa Metropolitano, a “un desperfecto técnico en uno de los convoyes que acababa de salir de Constitución camino a Ezeiza, a las 18.30, que lo dejó detenido a unos 600 metros de la estación”, dijo Fernando Jantus, vocero de la empresa.
“Esto empezó antes –dijo un ex pasajero que a eso de las siete de la tarde ya era espectador–. Suspendieron el servicio, seguían vendiendo boletos, no decían que estaba suspendido y no devolvían la plata.” No está clara la certeza de la información. Dada la historia habitual, el cronista no se anima a cuestionarla, aunque difiere en dos horas con la versión empresaria. Según Metropolitano, sin precisar las causas del desperfecto, alrededor de las seis y media de la tarde, el convoy a Ezeiza vía Temperley quedó detenido a seis cuadras del andén. La detención obligó a suspender los servicios más próximos.
No está claro cuánto tiempo pasó. Pero mientras se hacían maniobras para regresar el tren, los pasajeros empezaron a desandar el camino. Esperaron lo que se puede esperar aprisionado entre cuerpos que esperan que todo sea mentira, aunque saben que no lo es. Empezaron a bajar algunos, fueron imitados por otros. El que llega primero consigue otro transporte y evita la congestión. El apuro primero, la bronca después, no hay diferenciación entre hombres y mujeres o chicos.
Además de esa urgencia por aceptar lo que venga con tal de volver a casa rápido, además de los 600 metros por recorrer, en ese frustrante camino de vuelta al andén cada paso era acumulación de bronca. Pero la propia geografía del lugar fue la que hizo que, junto con la bronca, cada paso fuera recolección de un cascote, de esos cascotes irregulares desplegados entre los durmientes.
La llegada en masa de esa masa informe de cascotes no tenía otro destino que el prefijado. Y la lluvia de piedras cayó sobre la oficina de informes que no informaba nada y sobre la boletería que no devolvía los pasajes.
En cuestión de segundos, los vidrios reforzados de la boletería quedaron destrozados y el local quedó transformado en un guiñapo de materiales entreverados sin orden alguno. La misma suerte corrió la oficina de informes, mientras un grupo algo arriesgado de siete a ocho policías intentó hacerse respetar con escasísimas probabilidades de éxito. Entre las 19 y las 19.20 pasó todo lo que podía pasar. Llegó algún que otro policía, pero la multitud estaba tan exaltada que perdido por perdido se quedaba, ya fuera para ver el espectáculo de la pedrea, ya fuera para vitorear y hasta colaborar. No había fogoneros al inicio. Fue un estallido espontáneo. “Esto es todos los días”, era la queja más simple y el argumento más válido que se escuchaba en el enorme hall central de la estación central tan solo con caminar unos metros.
Los fogoneros llegaron después. Uno con gorrito blanco joven fue divisado por este cronista cuando clamaba “¡somos mil y ellos diez –gritaba refiriéndose a la relación público vs. policía–! ¡Son unos cobardes!, ¿qué están esperando? ¡Soy argentino!”, incitó con un guión de escasísimo nivel de convicción, podría decirse que ninguno, y bastó para que la gente, un nutrido grupo de unas 300 o 400 personas, le empezara a chiflar, dar risotadas, “¡Vení, botón!”, le gritaban en pleno trance de descrédito, mientras el de la bravuconada con otro muchacho, este sí con un gorrito de lana con los colores que supimos conseguir, decidieron tocar la retirada, con la paradójica dirección de perderse entre los azules.
A esa hora, un armazón de fierros con ruedas ya había sio utilizado cual antiguo ariete para perforar la puerta de la delegación Roca de la Policía Federal, a la que el ex pasaje le venía prendiendo fuego con los uniformados dentro o escapados por algún túnel no a la vista. Cuando el equipo de perforación logró voltear la enorme puerta se escuchó un clamor en toda la estación mientras se veían al fondo del hall, repleto de gente, las manos que se levantaban y aplaudían de alegría desatada.
Alrededor de la estación, el tránsito había sido cortado para permitir el acceso rápido de las ambulancias. A todo esto, el caos habitual se sumaba al caos propiamente estallado. La escena ocurrió varias veces: mientras en el hall central la guardia de infantería suponía que había tomado el control, plantada al centro del hall, y la multitud se había abierto en derredor de ellos, esperando que volvieran los trenes y teniendo bajo control visual a los uniformados, un aluvión de personas subió por las escaleras mecánicas, desde el subte, corriendo para no perder el tren. Debían ser cerca de y 43, por la mujer que preguntó. Cual perros de Pavlov, la infantería respondió a su reflejo instintivo y corrió detrás de los supuestos vándalos que corrían para no perder el tren que no funcionaba. Lo que, a su vez, generó una respuesta defensiva del público ya aclimatado al estallido. Vuelta a volar cascotes contra los polis que a su vez respondían con gases lacrimógenos.
A eso de las ocho de la noche, la empresa ya informaba que los servicios se estaban reanudando. La primera versión corrió como tal, como rumor, lo que repitió la caótica escena de más arriba. Parece que fue en el andén 3 o 4. Ahí estaba anunciada la partida de un tren. “¿Dónde va?”, “a Alejandro Korn”, boca a boca y correveidile, y el andén 4 se llenó de gente que corría aunque no había tren alguno, mientras en el 1 un convoy estaba vacío y rodeado de policías gaseadores y apedreados en simultáneo.
Un informe posterior indicó que el Same trasladó a doce policías y nueve del público heridos por piedras o golpes. La Federal anunció, por otro lado, que detuvo a 16 personas, cuatro de ellas menores de 18 años.
El primer tren logró salir, no se pregunte cómo, repleto de gente. Después llegó, lenta, la normalización del servicio. Sin carteles porque habían sido semidestruidos o no había quien los operara. O saliendo fuera de horario. A esa hora, podría argumentarse que la empresa había recuperado el lema que figura en su página web: “Nuestro mayor logro, la confianza de los pasajeros”.
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