Lunes, 26 de mayo de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mario Wainfeld
El sol brilló sobre el Monumento a la Bandera, una multitud lo rodeó, garantizando antes de empezar el éxito del acto. Quedará para los memoriosos compararlo con las grandes movilizaciones de 1983, convocadas por Raúl Alfonsín o Italo Luder, o con la masiva acogida que tuvo el papa Juan Pablo II. Las 300.000 personas que calcularon los organizadores son una exageración que describe mejor su autoestima que el número cabal de asistentes. Pero la discusión sobre la asistencia, un clásico en estos casos, es subalterna a la impresión compartida: las entidades agropecuarias concretaron un hecho político de magnitud inimaginable un par de meses atrás. Los oradores dieron por hecho que se trata de un primer peldaño de una etapa, un cambio cualitativo. Es posible aunque no inexorable.
Los cinco oradores tuvieron presente el reclamo de “unidad/unidad” que les llegaba desde abajo pero, en un ejercicio interesante, dejaron trazas de diferencias en sus presentaciones. El favorito de la tribuna, todo por un sueño, fue Alfredo De Angeli, quien se permitió un bis de solista tras el cierre del acto colectivo. Siempre presto a activarse si se enciende la luz roja de una cámara, emitió una segunda alocución privada para un puñado de seguidores. De Angeli dio rienda suelta a ciertos tópicos despectivos, que también colaron en otros labios. Despreció a los asistentes al acto de Salta apelando a la sórdida tesis del acarreo de personas. En uno de tantos párrafos dedicados a la Presidenta, el inconsciente (o su idiosincrasia) lo indujo a un ataque de sinceridad. Señaló al público presente en Rosario y propuso que “a éstos tiene que representar (la Presidenta) y no a los que llevan a aplaudir”. No agregó quién debería hacerse cargo de la representación vacante de esos seres. A la hora del autorretrato esculpió un imaginario de personas de trabajo, duras, para nada versadas e indeciblemente nobles. Su tono ideológico (una derecha individualista, sectaria, localista, autocentrada, reaccionaria de pálpito) hizo juego con un payador que desplegó su creatividad ante los cinco oradores, todos en el palco: el Pampa Cruz. El Pampa, ovacionado, cifró su visión del mundo en unos versos que payan contra las (quizá más logradas) Coplas del payador perseguido de Atahualpa Yupanqui: “Padecen las poblaciones/ porque padece el patrón”.
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El día de los cuatro presidentes: Los cuatro presidentes conservaron una línea de consensos sobre las que marcaron algunas diferencias. Fernando Gioino, de Coninagro, fue el único que elogió el actual modelo económico en tanto abominaba con todas las letras de los ‘90 y que le atribuyó relación con la bonanza del sector. Sus colegas negaron enfáticamente toda relación causal entre las políticas públicas y el despliegue agropecuario en el último lustro.
Luciano Miguens confesó que no es bueno para la oratoria y se quedó corto. Aun leyendo se ingenió para ser ininteligible. Y se trabucó marcadamente en uno de los tramos más confrontativos con el oficialismo, con temblores en el rostro y en la voz.
Mario Llambías no cabía en sí de gozo. Instigó a la gente a gritar “Viva la Patria” (con mayúsculas en el original) tres veces, con sonado éxito. Pegó brincos con su rotunda humanidad cuando la tribuna entonaba “el que no salta es un pingüino”. Y acompañó otras consignas del micrófono, con desafinación excesiva para un arte tan sencillo. Como todos, enfatizó que el acto no era político, en tanto predicaba que le hubiera gustado que Kirchner se hubiera jubilado y explicaba que ni el ex presidente es Perón ni Cristina Fernández es Evita. El líder de Confederaciones Rurales Agrarias (CRA) se internó en un atajo curioso: reclamó por un “país justo, libre y soberano” enarbolando las tres banderas justicialistas que los Kirchner, a su ver, no terminan de izar. Eduardo Buzzi repetiría el tópico, en una demostración de versatilidad oral que transcurrió por Rosario.
Otra coincidencia tendrían los dos dirigentes con más ambición política de la movida agropecuaria (después del Melli, claro): Llambías y Buzzi describieron al gobierno de los Kirchner como un obstáculo al desarrollo nacional.
El presidente de la Federación Agraria (FA) cerró la lista de oradores. Buzzi fue el más articulado entre ellos, aunque De Angeli lo superó en carisma, le robó el protagonismo e impuso el tono del encuentro. En un registro coloquial tipificó el fenómeno como histórico, como el fin de movilizaciones “testimoniales” en las que participó, en otras compañías. Buzzi describió la coyuntura como el nacimiento de una época nueva y convocó a discutir mucho más que una política agropecuaria. Su repertorio recorrió temas ignotos a sus precursores, desde la redistribución del ingreso hasta el reclamo de la aplicación de “democracia directa” (en rigor, semidirecta). Su rol fue el de “correr por izquierda” al Gobierno, un carril generosamente despojado por sus adláteres.
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Saltar sí, abrazar no: El presidente de la FA recuperó la consigna “Madres de la Plaza/el pueblo las abraza” y las entonó, buscando la solidaridad canora (y política) de la concurrencia. Los asistentes que habían vivado a la Patria instados por Llambías y habían saltado de lo lindo, parecieron pintados por unos segundos, permanecieron como estaqueados. El orador oyó el silencio, pasó de largo y rumbeó para otras temáticas. En el palco, Llambías y Miguens ni siquiera aplaudieron la alusión. Quizá tienen un límite para su cinismo, quizá sintonizaron mejor que Buzzi el rating de la propuesta in situ, quizás evocaron los tiempos en que la Sociedad Rural abría su predio en triunfo a Jorge Rafael Videla.
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Precisiones y vaguedades: Como cuadra a todo movimiento corporativo que deriva a la arena política más general, las entidades “del campo” son minuciosas y acuciantes en sus reclamos, dejando la ampulosidad (y la ausencia total de propuestas precisas) para su “propuesta de país”. El mínimo común denominador, el pliego de condiciones al Gobierno se recitó a coro. En términos tácticos también hubo consensos visibles. Los discursos transitaron desde el tratamiento respetuoso de Gioino al patotero de De Angeli y Llambías pero tuvieron ejes aglutinantes. Se prometió la asistencia a la reunión de hoy con el Gobierno y se remachó que es éste el que quiere arrastrar a los productores a la ruta. También se impuso un nuevo ultimátum, que proclamó De Angeli y fechó para mañana.
El tono fue duro pero, de palabra, se priorizó la instancia de negociación. Claro que Buzzi dijo que sólo cabía “ganar o ganar”, un slogan bilardista, chocante a la hora de encarar la búsqueda de acuerdos.
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Salta, la linda: El acto oficial estaba previsto desde hace meses, las contingencias alteraron su sentido. De cualquier modo era imposible que tuviera el tono de epifanía que (por así decir) campeó en Rosario. Los discursos fueron breves, tanto el del anfitrión Juan Manuel Urtubey, como el de la Presidenta. Si era lo esperable en el caso del “Chango” que gobierna Salta, quizás era otra la expectativa respecto de la intervención de Cristina Fernández de Kirchner. La Presidenta, que luce más como oradora en ámbitos menos masivos, hizo un discurso breve, de registro institucional. Lo más conspicuo fue el tono general, no confrontativo y la intención de no hacer un ping pong con Rosario. Claro que hubo alusiones críticas a otros sectores, pero fueron muy generales. La convocatoria al Acuerdo del Bicentenario, un tópico en la retórica presidencial, no se acompañó con propuestas o enumeración de eventuales instrumentos.
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Feliz domingo: Las movilizaciones públicas siempre dicen algo, más allá de las palabras de los dirigentes. La más relevante de ayer fue opositora, descortés y hasta intolerante, pero el Gobierno no debería privarse de leerla, si desea recuperar una iniciativa que le fue birlada casi desde la asunción de la Presidenta.
En los albores del mandato de Cristina Kirchner, ella misma y su entorno más cercano miraron mucho lo que le iba pasando a su par chilena, Michelle Bachelet. La conclusión más importante que se sacó es que había sido un error arrancar con un gabinete totalmente nuevo. Como consecuencia, se escogió una continuidad casi total. Lo que nadie imaginó (ni podía imaginar) es otra analogía con el país hermano trasandino: la emergencia asombrosa de un sujeto político movilizado que no estaba en los papeles de nadie. Allá fueron los estudiantes secundarios, acá “el campo”. Algo se habla del tema en otra nota de esta misma edición (ver páginas 16 y 17). En ambos casos se reconfiguró el escenario, una referencia que se hizo carne ayer. Nada puede vaticinarse como inexorable pero suena muy verosímil que, a partir de estos meses frondosos, el kirchnerismo deberá acostumbrarse a compartir cámara con otros actores en la arena política. No sólo, ni especialmente, con “el campo”, desde luego.
La dirigencia opositora se colocó en segundo plano en Rosario pero ha mejorado su prospectiva en estos meses. Tiene nuevos actores para interpelar, algunos pretendientes nuevos en el casting de candidatos para 2009, un sujeto movilizado que podrían congregar.
Los dirigentes agropecuarios se retiraron fortalecidos, habrá que ver si no los embriaga demasiado su primer baño de masas, cuya continuidad jamás está garantizada.
El cronista se abstiene de internarse en especulaciones sobre lo que pasará en el imperio del déjà vu, las negociaciones entre “campo” y Gobierno. Ya es suficiente karma tener que hacerlo en los días que vendrán, vaya a saberse por cuánto tiempo más.
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