Martes, 7 de octubre de 2008 | Hoy
Por Mario Wainfeld
La presidenta Bachelet llega con el embajador Luis Maira a su encuentro con PáginaI12. Registra una foto del embajador de veinte años atrás, cuando el plebiscito que le dijo “no” a la dictadura de Pinochet. Comenta a su coterráneo que veinte años son muchos y bromea sobre los cambios en las caras y en el pelo. Ríe de buena gana. Durante la entrevista lo hará contadas veces, pero su sonrisa es casi constante. Gesticula y adjetiva poco, para los parámetros argentinos. Pero, en su estilo templado remarca con asiduidad sus luchas contra la dictadura y los vasos comunicantes que (a su ver) tienen con su actual gestión.
La clase gobernante chilena destaca de la media argentina por su más sólida formación cultural, tanto como por una extendida trayectoria de lucha contra la dictadura que supera el promedio de sus pares argentinos de similar nivel. La Presidenta encaja en esas marcas, su discurso dispone acá y allá vocablos propios de la jerga académica. Sus modales templados también honran la tendencia, cambia poco las inflexiones de su voz. Pero, sujeta a la mirada del cronista que la ve por primera vez mano a mano, algo parece distinguir a Bachelet de muchos de otros dirigentes de la Concertación que conoció. Tiene una llaneza en el trato y una calidez infrecuente entre figuras de esa talla, que se expresa en detalles de la conversación, en pequeñas acotaciones informales, fuera de micrófono, que no distraen a una entrevistada obviamente fogueada en esas lides.
Luce menos apurada que sus colaboradores, pero no gasta más de un minuto entre la presentación y el instante de prestarse a las preguntas. Y no le insume más despedirse del cronista y del fotógrafo de PáginaI12. A éste le deja un recado: “Sáqueme linda, si es necesario haga un Photoshop”. Y se va riendo, sin estridencias, pero riendo.
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